No porque sea amigo de Caparrós, no lo soy. Lo conozco y siento por él una simpatía que se mantuvo a lo largo de los años, a pesar de ciertas disidencias evidentes: él es de Boca, yo de River; él se sigue pensando de izquierda, yo no. Lo que me generó una empatía demasiado inquietante al leer el libro no fue tanto la relación personal sino un cierto aire generacional. Con Caparrós me separan apenas unos meses, nací medio año antes que él. Tuve vivencias muy similares que se me evidenciaron leyendo el libro: el recuerdo puntual de enterarnos siendo niños de la muerte de Kennedy —un evento que para las nuevas generaciones es tan lejano como para nosotros el incendio del Hindenburg— y el hecho de ser en la adolescencia habitués del cine Devoto, en la calle Nueva York: una sala que no impedía que los menores entraran a ver películas prohibidas. Allí vi mis primeras películas de Isabel Sarli, es decir, allí pude ver las primeras tetas de mi vida.
Por otra parte, el ambiente cultural también era muy similar. Caparrós dice que los amigos muy cercanos le dicen "Mopi" y que los no tan estrechos le dicen "Martín" y que le irrita que alguien a quien le corresponde "Martín" lo llame "Mopi". Bien, a mí me corresponde llamarlo "Martín" pero soy amigo muy estrecho de gente que lo llama con derecho "Mopi". El fue al Buenos Aires, yo al Avellaneda; él estaba cerca del peronismo revolucionario, yo del Partido Comunista. Esos ambientes, cercanos, pero no idénticos, hicieron que no formara parte de mi vida durante adolescencia y juventud, aunque varios de sus amigos y conocidos fueran los míos.
Lo cierto es que esa cercanía hizo que su tragedia me resonara fuertemente. Estoy (estamos) en una edad en la que se comprende con toda claridad que el dibujo invisible que la vida forma en el aire no se va a modificar demasiado hasta el final y que será único. Durante buena parte del recorrido uno piensa que todavía hay posibilidades de hacer cosas nuevas y cambiar esa filigrana. Sin embargo, a partir de cierto momento, se entiende que esa imagen ya está más o menos firme y no tendrá más que detalles a modificar. Sabemos que hay libros en nuestras bibliotecas que ya no leeremos ni abriremos, actividades físicas que no realizaremos más, amistades que no retomaremos y, como decía Borges: "De estas calles que ahondan el poniente, una habrá (no sé cuál) que he recorrido ya por última vez". Sin embargo, una cosa es ir aceptando racionalmente ese cierre y otra es que un médico te informe que quedan pocos años y que esos años serán de deterioro creciente.
El legado de Martín Caparrós: una vida de escritura y exploración
El dibujo vital que Caparrós viene realizando desde hace 67 años es realmente impresionante. Hizo de todo, viajó por el mundo, escribió decenas y decenas de libros, hizo programas de radio y de televisión significativos, trabajó en diarios y revistas que intentaron hacer algo diferente. Fue cadete en el periódico Noticias, de los Montoneros, firma importante en Página 12 y ayudó a crear el diario Crítica, también junto a su amigo Jorge Lanata. Escribió columnas para los diarios más importantes del mundo y se dio el lujo de mandar a cagar a los editores del New York Times porque le querían modificar sus notas. Estuvo en las revistas de Lanata y hasta dirigió una revista de gastronomía, creada por Miguel Brascó. Fue una de las caras de la renovación en los medios en los años 80, luego de la Dictadura, haciendo equipo con otro personaje notable: Jorge Dorio. Más allá de que el motor de el libro fue el diagnóstico de su enfermedad, la de Caparrós es una vida que era digna de ser contada.
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Como todo producto del Nacional de Buenos Aires, Caparrós es pedante y exhuma una cierta satisfacción por su propia inteligencia. No son defectos que me generen rechazo especial (cierta risa, por cierto) y debo decir que se disipan rápidamente con el trato personal, ya que es una persona amable, relajada y sin dudas generosa. El libro trasluce una tristeza, más allá de la cercanía de la muerte, y es que se construyó una reputación más sólida como cronista que como escritor y siente que ya no podrá torcer esa percepción. Participo de ese consenso: me costó mucho leer su literatura, hay un afán de experimentación formal, de hacer algo distinto (ambición que Caparrós explica bien en Antes que nada) que no me parece que termine de funcionar. Sin embargo, descreo de que sus méritos como cronista sean un premio consuelo, como parece pensar él. Salir al mundo, conocer, preguntar y después plasmarlo en un texto fluido e interesante no me parece para nada un logro menor. No hay muchos como Caparrós, capaces de haber puesto años enteros de su vida a viajar y conocer lo que no conocía y después convertirlo en libros apasionantes.
Entre su obra de no ficción quiero destacar dos títulos. Uno es la recopilación de testimonios realizada con Eduardo Anguita sobre los años revolucionarios en la Argentina conocida como La voluntad y que resume en tres enormes tomos la vida de decenas y decenas de protagonistas de distintos niveles de la militancia que terminó en el desastre de la Dictadura. El libro es un modelo de sequedad y economía, evitando cuidadosamente deslizarse hacia la condena o la hagiografía. Es, sin dudas, un documento indispensable para entender la década del 70, sus antecedentes y consecuencias.
El otro es Amor y anarquía, la biografía de Soledad Rosas, una chica de clase media alta argentina que terminó viviendo en Italia, asociándose a un grupo de anarquistas squatters y que terminó su vida de manera tan triste como misteriosa. El retrato es conmovedor y está contado con detalle combinando la investigación periodística con empatía personal. Fue adaptado al cine por Agustina Macri, hija de Mauricio, una buena película, con cierta nobleza, pero un poco más fría y distante que el libro original.
Una persona tan inquieta y cambiante sin embargo no ha modificado a lo largo del tiempo un rasgo constitutivo: considerarse de izquierda. No es que Martín Caparrós haya sido inmune a los datos de la realidad: nunca fue kirchnerista y su visita a los países socialistas le provocó un rechazo claro y contundente. Sin embargo, para él, esa, la izquierda realmente existente, no es la verdadera izquierda. Siempre hay un ideal platónico, inalcanzable, un modelo imaginario al que hay que usar como parámetro. En cada situación, los sentimientos, el intelecto de Caparrós se han inclinado hacia quien maneje una retórica progre.
Tampoco hay en él, que quiso conocer cada rincón del mundo, una curiosidad genuina por el cambio de los tiempos. Sus análisis políticos, sus comentarios sobre la actualidad, provocadores pero esquemáticos, suelen caer del mismo lado, como cuando llamó a los jugadores de la selección argentina que acababan de ganar el Mundial mostrando una destreza notable, "los mercenarios mejor pagados del planeta". Celebro y admiro que alguien no se sienta arrastrado por el clima de época y no se sume a la celebración automática si no lo siente, pero la independencia intelectual pierde brillo cuando se la combina con la necesidad de llamar la atención.
El gigantesco cambio de paradigmas que significaron Internet y las redes sociales, la revolución que jaqueó a las elites y puso en el poder en distintos lugares del mundo a personajes estrafalarios y disruptivos, son vistos por Caparrós con las mismas herramientas conceptuales que se usaban en el siglo XX: la dicotomía izquierda-derecha, que en Antes que nada él mismo define de una manera simplificadora y autocomplaciente.
Errores y honestidad: la Mesa del hambre
Esa misma simplificación lo llevó a cometer un error que él mismo en el libro describe clara y honestamente: el de su participación en la famosa Mesa del Hambre. El primer error fue la idea misma de Caparrós, de que el hambre en la Argentina era un fenómeno puntual de distribución de comida y que se podía corregir de manera voluntarista. El segundo fue aceptar que quien "motorizara" esa idea fuera Alberto Fernández, una persona que demostró a lo largo de su vida, no sólo en el desgraciado momento de su presidencia, que era un chanta descomunal. En todo caso, la participación de Caparrós fue ingenua pero honesta, no se benefició de ese circunstancial acercamiento al poder sino más bien lo contrario. Me desespera ver en las redes sociales que cada uno de sus posteos, perfectamente criticables por su contenido, sean rechazados con improperios invocando la infame "Mesa del hambre".
Antes que nada es más desprejuiciado en el relato de las relaciones personales. Pasan con diferentes niveles de detalle familiares, amigos, mujeres, amantes y hasta escritores varones que quisieron tener sexo con él. Acepta una propuesta homosexual porque admira al escritor y rechaza otra porque le parece que este insinuante escribe mal. Dios sabe por qué decidió darles nombres a los personajes de esa forma rara de crítica literaria. El relato de sus relaciones de pareja es más noble y el retrato de ellas le rinde homenaje a la idea de la mujer como compañía emocional e intelectual, en la cual se entremezclan la admiración y el fastidio, la infatuación del amor y la amenaza de la rutina.
En donde Caparrós se muestra más humano y sin armaduras, menos pendiente de sí mismo, es en la relación con su hijo Juan. Con él, Caparrós comparte el gusto por la gastronomía y el amor por Boca (de hecho, escribieron juntos Boquita). Se aprecia entre líneas en el amor filial algo de una pureza sin límites a la que el resto de las relaciones descriptas en el libro no llegan.
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A pesar de las crecientes dificultades físicas, Caparrós dio las entrevistas del caso para el lanzamiento del libro, que hizo coincidir con la información pública de su enfermedad. Sigue apareciendo en las redes sociales, jugando de visitante, contradiciendo el clima de época y exponiéndose a la crueldad de la gente. Hay algo muy vital y envidiable en esa pretensión de mantener las costumbres todo lo que se pueda, sin dar lugar a la conmiseración o la pena.
Hace poco, en un grupo de chat al cual pertenezco, alguien planteó que estaba a punto de discutir con Caparrós en Twitter y que no sabía muy bien qué hacer. Una mujer contestó con mucha sabiduría: "Yo creo que hay que ver el costado positivo de las cosas. Aunque esté enfermo, sigue siendo un escritor vibrante que todavía no se fue de X. ¿Negarle una pelea no sería terriblemente condescendiente?" Desde que leí eso, me pareció que cada tuitero que lo acusaba de montonero o le recordaba la Mesa del Hambre le estaba haciendo en realidad un justo homenaje.
Y el personaje principal de la autobiografía está en el título: la "nada", lo que viene, el gran fantasma, la muerte. Revisando las veces en que interactué con Caparrós, encontré que cuando leí Amor y anarquía quedé muy impactado por una cita del libro que de manera muy poética describía la aterradora brevedad de la vida y la desconocida inmensidad que la rodea. Poco después, quise volver a la cita y leyendo desordenadamente el libro no la encontraba. Así que le escribí de manera un poco extemporánea pidiéndole el dato y sin poder explicar muy bien lo que quería. Con su generosidad habitual me contestó inmediatamente y al final me mandó el libro entero en formato texto de manera de poder hacer una búsqueda por palabras. Ahí apareció, era una cita de Quasimodo.
Ognuno sta solo sul cuor della terra trafitto da un raggio di sole: ed è subito sera. Ognuno sta solo sul cuor della terra trafitto da un raggio di sole: ed è subito sera.
Traducido por Caparrós:
Cada quien está solo sobre la piel del mundo traspasado por un rayo del sol: y de pronto es de noche. Cada quien está solo sobre la piel del mundo traspasado por un rayo del sol: y de pronto es de noche.
Así estamos todos, querido Mopi. Ojalá tengamos no sólo tu notable entereza ante la inminencia de la noche sino, mientras estemos traspasados por el sol, tu energía y capacidad para hacer cosas. Respeto.
Este texto apareció originalmente en el sitio personal del autor