C. Dos Santos

¿Quien le pone el cascabel al puma?

Análisis de Carlos María Uriarte para El Observador Agropecuario

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17 de agosto de 2018 a las 05:00

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Por Carlos María Uriarte, especial para El Observador
Hace un año titulábamos esta misma columna ¿Quién le pone el cascabel al gato?, pero como nadie se lo ha puesto aún, el gato se ha transformado en puma, y ya no solo araña, puede matar.

Nos referimos a la prepotencia y a la omnipotencia con que se galardonan algunos sindicalistas. Por suerte no son todos, y aun existen sindicatos que deberían ser el ejemplo para el resto.

Esta omnipotencia que les ha dado el poder, les ha hecho creerse dueños de la razón, y hoy son menos cuidadosos al ocultar su verdadero objetivo, que no es otro que lograr más poder, aun a costa de que quienes en teoría ellos representan, pierdan sus trabajos.

Así embebidos de poder, no les preocupa que se difundan fotos suyas en un crucero por el Mediterráneo, cuando hay trabajadores que no saben de dónde van a sacar para llegar a fin de mes.

Tampoco los avergüenza, todo lo contrario gritan a los cuatro vientos, su zalamería al visitar a profanadores de la democracia, que han endeudado a los productores lecheros del país.

Atrás ya quedó el defender los intereses de los trabajadores que ellos dicen representar. Quizás es por esta misma razón que en muchos sindicatos los agremiados representan a una absoluta minoría. Es el caso del sector rural, donde de los más de 150 mil trabajadores, los agremiados no llegan a 3 mil.

El gobierno debería declarar a Conaprole de interés nacional y sus servicios declararlos esenciales, y así proteger a los productores lecheros, que son generadores de una noble fuente de ingresos genuinos para el país.

Nos preguntamos, ¿cuándo los agremiados son una absoluta minoría en la masa de todos los trabajadores, tienen representatividad para hablar y actuar en nombre de todos? ¿Quién defiende y garantiza el derecho a trabajar de las mayorías?

El colmo es escuchar los reclamos de los empleados públicos, quienes junto con los empleados políticos (servidores públicos en teoría), son los únicos que no sufren el flagelo del desempleo. Son los únicos que tienen garantizado (mientras no hagan una macana muy grande), el cobrar a fin de mes, hagan bien o mal su trabajo. Garantía que le damos el resto de los uruguayos, que somos a quienes primero toman de rehenes en sus reclamos.

¿No será la hora de que la mayoría exijamos nuestros derechos? Y no nos dejemos amedrentar por patoteros que, en muchos casos, son simples patovicas que se dedican a cultivar la violencia.

Estamos en plena ronda de Consejos de Salarios donde se fijan las condiciones de los trabajos para los próximos tres años. Esperamos que la cordura y la sensatez prevalezcan, y que en este contexto de crisis el objetivo principal sea preservar las fuentes de trabajo.

Tenemos que tener claro que el enfrentamiento entre trabajadores y generadores de trabajos, a la larga no es bueno para ninguno de los dos. Nos precisamos los uno a los otros. Tengamos en cuenta que a lo largo de nuestras vidas podemos cambiar de lado del mostrador. El enfrentamiento lo tenemos afuera de fronteras, y es implacable.

Solo nos tenemos a nosotros mismos. Por eso no perdamos el tiempo en enfrentamientos que nos desangran internamente, y nos quitan energía para encarar esa feroz competencia del mundo exterior. Juntos somos más que dos, nos diría Benedetti.

No nos dejemos llevar por fundamentalistas que solo piensan en su ego personal. Seamos realistas y veamos los resultados de lo que ellos pregonan. Tenemos que maximizar esfuerzos para evitar que se sigan perdiendo puestos de trabajo. Si no hacemos algo, el avance de la automatización hará estragos en la oferta laboral, especialmente en el sector agropecuario.

¿Qué persona racional va a preferir mantener una continua fuente de preocupación y de desestabilización para la empresa?

El ejemplo más emblemático es lo que le está pasando a Conaprole. Una cooperativa orgullo del Uruguay que todos deberíamos defender, y sin embargo su viabilidad es continuamente amenazada por un sindicato egoísta e irresponsable, cuyos integrantes a pesar de ganar más que quienes le pagan sus salarios, los denigran y someten, defendiendo circunstancias indefendibles. El gobierno debería declararla de interés nacional y sus servicios declararlos esenciales, y así proteger a los productores lecheros, quienes desde hace mucho tiempo, son generadores de una noble fuente de ingresos genuinos para el país, y que ya tienen bastante con los desafíos que les presentan el clima y el mercado internacional.
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