El campeón de la Libertadores que vendía diarios, se quedó sin su medalla y trajo a Cavani a Montevideo: la vida del Bomba Cáceres
Con la selección juvenil uruguaya 1979, logró el título Sudamericano, y fue tercero en el Mundial de Japón, mientras que con Peñarol, fue tres veces campeón uruguayo, además de ganar la Copa
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28 de abril de 2023 a las 17:40
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Las calles de tierra del Barrio Independencia de Salto lo esperaban. Querían a otro botija que se sumara a correr detrás de la pelota, y de ser posible, descalzo mejor. Y llegó el cuarto de cinco hijos que tuvieron María Haydée y Juan José. “¿Qué nombres le ponemos?”, fue la duda en los meses previos a su nacimiento. Y entonces se decidieron: Domingo Rufino Cáceres.
“A mi viejo le decían El Mingo y por eso me llamaron a mí así. Lo de Rufino fue porque mi abuela, gran hincha de Peñarol, se llamaba Rufina. Y bueno, mis viejos decidieron eso”, cuenta entre sonrisas a Referí el Bomba Cáceres, al arrancar a repasar historias de una carrera que lo llevaron a la gloria más grande del fútbol sudamericano y al corazón de miles de hinchas carboneros.
Uno de sus hermanos, José Luis, también se dedicó al fútbol y jugó en Cerro, y después en México.
El baby lo hizo en Estudiantil y luego pasó a Los Náufragos porque su club anterior no tenía categoría de 14 años. “El Vasco Benítez, era el técnico y nos motivaba con cosas: ‘Tengo unos tallarines bárbaros si ganan hoy’, nos decía y metíamos con todo. Yo jugaba de lateral derecho”.
Con 17 años jugó en la selección juvenil de Salto, “cuando triunfaron en Artigas Venancio (Ramos), (Ruben) Paz y (Mario) Saralegui, jugué contra ellos. Tenían un cuadrazo, eran unos aviones. Perdimos en Salto 2-0 y empatamos 1-1 de visita. Me tocó marcar a Venancio. En el túnel chocamos y no pasó nada, pero siempre lo recordamos”.
En Hindú fue compañero de Luis Cavani, el padre de Edinson. Y muchos años después, cuando cesaron al técnico de Oriental de La Paz que estaba por descender a la C, el Bomba fue jugador y técnico, y lo llamó para que se sumara al equipo.
“Allí lo dirigí a Luis. Jugamos una final con Colón para no descender y bajaron ellos a la C. El papá de Cavani jugaba de ‘8’ o ‘5’ y contaba con muchas condiciones técnicas. Era fuerte e iba bien de arriba. Yo lo traje como ‘9’ y nos dio una mano grande con un par de goles”, recuerda.
Allá en el barrio de Salto, los partidos de los fines de semana del fútbol profesional por el Uruguayo llegaban por radio y Rufino se sentaba con su abuela Rufina a tomar mate dulce y a escuchar el tremendo aparato de madera, bien antiguo, de aquellos que ya quedan pocos y son de colección.
“Escuchábamos a Peñarol campeón de 1966 contra Real Madrid y después me iba a jugar al campito y era (Ladislao) Mazurkiewicz. Y lo que es la vida, después jugué con él en Peñarol”, cuenta.
Y recuerda que cuando era gurí, fueron Peñarol y Nacional a jugar a Salto. “Lo poco que me acuerdo de Peñarol es que enfrentó a Peñarol de Salto y un cabezazo de (Alberto) Spencer en el travesaño. Nacional vino al mes de haber sido por primera vez campeón de América, en 1971 y jugó contra la selección de Salto. El Pocho Brunel me daba unas monedas y hacía que le gritara cosas a Cococho Álvarez que estaba en el segundo piso del hotel. ‘Bajate de ahí Negro, vení acá’, y Brunel se mataba de risa”.
Tenía 12 años y comenzó a trabajar. “Vendí naranjas, vendí diarios, trabajé en una tienda y en una fábrica de leche. Lo hacía para ayudar en casa, no sobraba nada. Mi padre era albañil y mi mamá limpiaba de casas y cocinaba”.
El destino quiso que Tito Goncalves fuera a Salto y le hablaron de él. En su ciudad, sus amigos le decían Carita como apodo, pero el vozarrón de Tito se lo cambió.
“Me probó en la Tercera y fuimos a jugar contra Ferrocarril de Salto. El el hotel, Tito Goncalves me presentó a los de la Tercera. Empezó a hablar y me dijo: ‘Usted Cáceres, bomba y bomba, no se complique atrás. Y me quedó Bomba”, dice sonriendo.
Tito fue entonces quien lo llevó a Peñarol. “Cuando iba a Cabellos, su pueblo, pasó por Salto y jugué un cuadrangular con la Tercera. De allí me fui directo a Montevideo. Mis viejos estaban recontentos. Viví en la pensión de Peñarol en la calle Ejido con (Víctor) Diogo, (Mario) Saralegui, Venancio (Ramos) y Ruben Paz. Me iba a la rambla y pensaba qué estarían pensando mis viejos que estaba en Peñarol. No ganaba para viajar siempre para Salto y demoré casi un año en volver a casa, cuando hice algún pesito. Conseguí un empleo al mismo tiempo que jugaba en Cuarta y Tercera, y seleccionaba los cueros para hacer cubre volantes y salía a la 1 de la tarde para entrenar”.
¿Y cómo lo recuerda a Tito? “Era un crack, era derecho, frontal y los consejos eran para que vos triunfaras. Había que comer sano, acostarse temprano. A los cuatro meses que llegué a Montevideo, tuve la posibilidad de ir a la selección juvenil y no salí más. Juan Ferrari se quebró y el Pato Lasalvia tuvo hepatitis, y quedé yo como titular. El técnico, Raúl Bentancor, me dijo: ‘Tengo 20 mejores que usted técnicamente, pero lo elijo por otras características’. Debuté primero en la selección que en la Primera de Peñarol”.
El Indio Olivera estaba suspendido y Dino Sani lo puso de titular. “Era un gurí y era un compromiso bárbaro porque el Indio ya era ídolo y campeón”, cuenta.
Y habla de Fernando Morena, el goleador con el que también jugó.
“Jugar en Peñarol fue lo máximo para mí. El Potrillo era la bandera que defendía todo. Sabíamos que si defendíamos bien, un gol al menos tenía. A veces yo estaba medio salado en las prácticas de Los Aromos, pero él no aflojaba, era planchero (sic). Igual a veces me decía: ‘Mirá que tengo que jugar y te tengo que salvar la plata’. Y era verdad. Porque yo le arrimaba…”. (Se ríe).
En esa época, a los jóvenes nos hacían pagar derecho de piso en la concentración, por más que estuviéramos con la Primera. ‘Andá a buscar agua, andá a calentar el termo’, me decían a veces.
Hugo Bagnulo fue el hacedor de varios equipos de Peñarol. Cuenta que “era más para los mayores, era bueno, inculcando cosas para que nos dijeran a los jóvenes. Laburaba bien, no regalaba nada y tenía un gran carácter”.
Ganó la Copa Libertadores de 1982 por estar en el plantel, aunque no jugó.
“En 1981, con (Luis) Cubilla como técnico, jugamos en Venezuela y tuve un pellizco de meniscos. Me llevaron a Italia igual a jugar unos amistosos porque Inter de Milán me quería y él me hizo jugar medio lesionado. Empatamos 1-1 con gol de Tato Ortiz. Pero en una pelota contra (Alessandro) Altobelli, me tiré a los pies y me terminé de romper el menisco. Ahí ya me tuvieron que operar y me perdí de jugar con la selección por las Eliminatorias del Mundial de España 82. En 1982, empecé de nuevo, jugamos contra Miramar Misiones y venía jugando. Estaba para viajar contra Flamengo por la Copa en Maracaná, pero me rompí la rodilla de nuevo, en ese caso, los cruzados y otra vez al quirófano. Nos quedamos con (Fernando) Álvez porque él se rompió el tendón rotuliano. Me perdí de estar en ese partido y en los que venían. Fui campeón de América, pero no tengo la medalla de campeón. La reclamé varias veces y no me la dieron. Nos pasó a varios. Algún dirigente capaz que se las quedó. No sé”, dice molesto.
Así se perdió, entre otras cosas, poder estar en la final de la Copa Intercontinental ante Aston Villa, aunque fue campeón uruguayo en 1979, 1981 y 1982.
Campeón juvenil con Uruguay 1979
El Bomba recuerda con cariño otra anécdota de Bentancor: “Fuimos a jugar un amistoso de práctica al Franzini contra Defensor que había sido campeón uruguayo en 1976 y de la Liguilla 1977. Un equipazo. Yo estaba bravo, jugué fuerte, siempre al límite y hubo gente de Defensor que cuando terminó el primer tiempo, le dijo a Bentancor: ‘Si no sacan a Cáceres, se suspende la práctica’. Y allí Bentancor se la jugó, no hizo nada. Y se suspendió. Ahí te das cuenta que te defendían a muerte”.
Así jugaba aquel equipo para el Bomba: “Volábamos, andábamos bien, la gente apoyaba porque habíamos quedado fuera del Mundial Argentina 78 en mayores. Éramos gurises y concentrábamos en CAFO. Había muy buenos jugadores. En Argentina, estaba (Diego) Maradona en su mejor momento, pero también estaba el Pelado Díaz, Mesa, Esperandío, Escudero. Tenían un cuadrazo. Y fuimos campeones de punta a punta”.
Pero en el Mundial de Japón, Maradona y Díaz aparecieron en todo su esplendor justo en la semifinal contra Uruguay y luego se llevarían el título.
“Fuimos sin (Arsenio) Luzardo y sin (Roberto) Roo, lesionados. (Daniel) Revelez jugaba de ‘10’, Sergio González de ‘5’. Hicimos un buen Mundial y fuimos terceros. Si hubieran jugado Roo y Luzardo, éramos campeones. Le ganamos a Rusia que era un cuadrazo, nos tocó Argentina, pero no pudimos”, recuerda.
Cuenta que el ambiente estaba muy caldeado después del partido. “Nos habían ganado y veníamos de comer, y nos cruzamos bastante mal. Intervino Maradona y se terminó todo: ‘Con los uruguayos todo bien’, dijo. Quedamos afuera y estábamos calientes”.
En la selección mayor debutó contra Paraguay ese mismo año y con Hugo De León como compañero de zaga. “Hicimos buena dupla”, cuenta.
El técnico que lo hizo debutar fue Roque Máspoli: “Era un fenómeno, un ganador, tenía un ojo bárbaro. Jugadores que elegía, le rendían. Capaz que no tenía mucho trabajo de cancha, pero era una fiera”.
Quedó fuera de la Copa de Oro o Mundialito junto a Carlos Goyén y Nelson Agresta en el último corte, a pocos días del inicio.
“Me lesioné y estuve mucho parado. Me recuperé porque tenía un desgarro en el glúteo desde julio cuando habíamos enfrentado a Perú. Jugué algunos amistosos y quedé fuera en el último corte. Siempre es doloroso, pero me alegro del título por mis compañeros”.
En 1984 se fue a Emelec de Ecuador y jugó en una selección de Estrellas de América contra Barcelona de Guayaquil. Alternó “con varios conocidos como la Pepona Reinaldi, Galván, Clodoaldo, Manga en el arco, Valencia, Oviedo y Jairzinho”.
Cuatro años después, ascendió con Mandiyú de Corrientes de los uruguayos. “Nos fue muy bien y ascendimos. Estaban además (Víctor) Púa, (Julio) Ribas, mi hermano José Luis, (Servando) Marrero, (Daniel) Martínez, Pedro Barrios, Daniel Oddine, Coquito Rodríguez y Elio Rodríguez. Antes había jugado (Jorge) Fossati.
Luego tocó el turno de otro ascenso. Cuando Racing, en la B de Uruguay, armó un equipo de estrellas gracias al patrocinio de una empresa de automóviles. Juan Martín Mugica era el técnico y jugó, entre otros, con Venancio Ramos, Bica, Cacho Blanco, Sergio González y varias figuras destacadas.
Jugaba de forma recia y fuerte, pero normalmente, limpia. No obstante, alguna patada fuerte dio y una de las que más recuerda fue una “al Pato Aguilera, cuando jugaba en Nacional”.
A Julio Ribas lo resume así: “Mi profesor”. Y se explaya: “Con él, aprendí la mayoría del fútbol y de la parte técnica y cómo trabajar ordenado. Futbolísticamente estuve en Mandiyú como compañero, y si hubiese tenido a un técnico como él, seguramente habría alargado mi carrera. Lo que Julio les deja a los jugadores a no salir de noche, a cuidarse, nunca me lo habían dicho a mí”.
Y recuerda algunas anécdotas junto a él. “Cuando él dirigía a Bella Vista con aquel gran equipo, yo era su ayudante. Teníamos algunos secretitos, como por ejemplo, si el partido iba complicado y éramos locales, prendíamos los regadores para parar el ritmo del rival. Recuerdo que un día, sin hablarlo con él, estaba difícil un encuentro contra Defensor y mandé a mi hijo a prender el regador un rato. Ellos venían con todo y empatamos”.
El Bomba era ayudante de Ribas cuando Juventud de Las Piedras ganó el Mundial de Viareggio en Italia, en 2006.
“Horas previas a la final contra Juventus, vino el colombiano Richard Ibargüen y me dijo que estaba muerto de cansancio y no sabía si podía jugar. Se lo comenté a Julio y me dijo: ‘Decile que está la madre en la tribuna que no puede aflojar’. Y obviamente que su mamá no estaba, pero el Negro metió con todo”, comentó a las risas.
Domingo Cáceres fue quien trajo desde Salto a Edinson Cavani a Montevideo por primera vez.
“Yo dirigía con Julio Ribas desde hacía tres años y hacía de todo: ayudante de campo y en la coordinación. Se lo recomendé a Liverpool y también al hermano que era un buen lateral. Edi fue elegido, pero no había dinero porque Liverpool estaba haciendo su complejo. Él extrañó un poco y volvió a Salto. Tiempo después volvió a Danubio cuando lo trajo su otro hermano, Walter Guglielmone. Cuando fuimos a Juventud de Las Piedras fuimos campeones del mundo en el Torneo de Viareggio y él jugó en ese torneo con Danubio. Y nos saludamos, porque recordó lo que yo había hecho”, recuerda.
En el presente, el Bomba es tesorero de los “Nostálgicos del fútbol”. “Fuimos fundadores y Nelson (Marcenaro) era la cabeza. Ayudamos a exjugadores, pero también a otros que no lo han sido. Hemos recorrido merenderos. Ayudar a la gente, me hacía sentir espectacular”.
Además, hoy dirige la Tercera división de Cerro, pero hace otras cosas. “Trabajo en una empresa de cámaras de seguridad. Antes trabajaba en garitas, pero ahora, miro las cámaras. Pero también vendo leña, bloques, lo que pueda hacer. Todo suma”.
De 1994 a 2000 fue empresario de futbolistas. “A Cafú lo traje a Cerro. Estaba en la Tercera de River argentino con (Alejandro) Sabella, pero no lo iban a tener en cuenta y lo cedieron a Chaco for Ever. Lo vi que cerraba bien y lo trajimos. Vino y triunfó enseguida. (Gerardo) Pelusso, quien era ayudante técnico de (Fernando) Rodríguez Riolfo, le doi para adelante y este lo puso en un clásico contra Rampla de entrada”.
Junto a sus hijos que salieron futbolistas, Pablo Domingo, quien llegó al fútbol europeo, y Matías, que jugó en la Tercera de Peñarol, vive el presente más feliz y lleno de gratos recuerdos que le dejó el fútbol, como un jugador que dejaba todo en la cancha.
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