El guardaespaldas de O’Neill, que vendía helados y fue socio de Dely e ídolo de Abreu: la vida de Vidal González
El misionero dejó un grato recuerdo en el hincha de Nacional por sus goles y por su entrega en los clásicos ante el eterno rival
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09 de abril de 2022 a las 05:02
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Eran 12 hermanos allá en Candelaria, una ciudad situada a 24 km de Posadas, la capital de la provincia de Misiones en Argentina. Lugar de tierra roja y de clima húmedo como pocos en ese país.
De ocho mujeres y cuatro varones, él fue el número 11. No tiene recuerdos vívidos de su papá quien falleció en un accidente manejando una moto cuando él tenía apenas cinco años.
Una de las cosas que más recuerda de su niñez fue un viaje que hicieron a las cataratas del Iguazú, que estaban a 237 km de su casa.
“Las conocí de chico con mi familia y fue un momento tan especial que hasta hoy me acuerdo. Cuando murió papá, Ramona, mi vieja, se tuvo que hacer cargo sola de los 12 hijos. Nos cuidaba a todos como ama de casa”, cuenta a Referí el misionero más conocido, Antonio Vidal González.
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Y aclara de entrada algo que no es muy conocido: “Mirá que mi apellido es González, porque Vidal es mi segundo nombre”.
En aquella niñez pobre, “no teníamos luz y la casa era con piso de tierra. Los veranos son sofocantes por el calor y para enfriar las cosas, hacíamos un pozo”.
Recuerda que ya de niño salió a trabajar para intentar ayudar a su madre, como lo hicieron otros hermanos. “Con 12 años vendía helados, diarios, bollos (bizcochos) tratando de ayudar a mamá”.
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Un día se fue en ómnibus a Posadas para probarse en Bartolomé Mitre con 13 años y quedó. “Iba a la escuela de mañana, comía y me iba en el micro los 24 km a Posadas. Después de hacer las inferiores, llegué a Primera con 16 años y me daban un sueldito. Mis hermanos me ayudaban para la plata para el boleto, porque era ida y vuelta y todos los días, y no lo podía costear solo. Por eso le estoy agradecido a ellos, porque me ayudaron a comenzar mi carrera como futbolista”.
Siempre fue católico, aunque nunca fue a la iglesia de chico. Sin embargo, ya de adulto, empezó a ver “las cosas de otra manera y comencé a ir. La madrina de una de mis hijas me acercó a la iglesia de la Medalla Milagrosa. Soy muy creyente de la Medalla Milagrosa y ahora siempre voy. Tengo mucha fe”.
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Entre partido y partido en esas canchas de tierra roja de Misiones, escuchaban los partidos por radio. Mario Alberto Kempes, el mejor jugador del Mundial de Argentina 78, era su ídolo y después, con los años, “lo tuve como técnico en The Strongest de Bolivia”.
Recuerda que él como niño aún, “era muy callado, totalmente diferente a cuando fui a Uruguay. Algún vecino me dejaba ver los partidos. Salíamos a tocar bocina a festejar el título de 1978 en el pueblo, alrededor de la plaza, que como todo pueblo, tenía alrededor de la misma a la iglesia y la comisaría. Así era nuestra infancia”.
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A medida que fue creciendo, otro club más importante de su provincia se interesó en él: Guaraní Antonio Franco de Posadas.
En un amistoso dirigido por el mítico Pancho Sá -el jugador que más Copas Libertadores ha ganado en la historia entre Independiente y Boca- y con 17 años, le anotó cuatro goles justamente a Boca del técnico Alfredo Di Stéfano. “(Hugo) Gatti la fue a buscar cuatro veces adentro”, dice.
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Guaraní lo compró y me mandó a préstamo a San Martín de Tucumán, pero volvió al poco tiempo. “Yo era un jugador con mucho potrero. Los sábados jugábamos en las canchitas que eran un potrero y así me fui haciendo, sin botines, jugando descalzo para cuidarme los championes como dicen en Uruguay. Soy un agradecido porque en el fútbol me fue muy bien. Me costó, pero pude llegar. Me dirigieron personas muy conocidas y muy pocos jugadores tienen esa posibilidad. Grandes entrenadores que me marcaron”.
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En 1986, de Guaraní se fue a probar a Estudiantes de La Plata. Jugó con Insúa, Trossero, Russo y Gottardi, entre otros. El técnico era Eduardo Luján Manera, quien ocho años después dirigiría a Nacional.
Luego tuvo su segundo pasaje por San Martín de Tucumán, sobre todo, por aquel recordado partido en el que le hicieron seis goles a Boca en La Bombonera. Tres convertidos por él. Si se le suman los cuatro de aquel amistoso, fueron siete.
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El técnico era el uruguayo Nelson Chabay, pero Vidal González no era tenido en cuenta. Entonces fue a hablar con él: “Mire Nelson, está todo bien, pero me quiero volver a mis pagos porque acá no juego”.
“Me estaba por ir porque él me conocía y me llevó de refuerzo, pero no me ponía. Y justo en la fecha 12 se lastimó un compañero y el técnico me llamó para decirme que iba a jugar contra Boca en La Bombonera. Fue mi debut y anoté tres goles a Navarro Montoya. Ahí me empezaron a conocer y me contrató Argentinos Juniors”, dice. En los xeneizes, dirigidos por el Pato Pastoriza, jugaban entre otros, Cuciuffo -campeón del mundo en México 86-, Simón, Marangoni y Comas.
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Aquí se pueden ver los tres goles de Vidal González a Boca en La Bombonera:
En Argentinos jugó con los uruguayos Carlos Goyén y Luis Malvárez, además del Colorado Mac Allister, Sergio Batista y Patricio Hernández. El DT era José Yudica, quien un año antes, en 1988, había perdido la final de la Copa Libertadores ante Nacional.
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Allí, cuenta que se dio una situación muy particular. “Me llamó el Colorado Mac Allister por teléfono y me dijo que había tenido problemas al final de la práctica con el hijo de Yudica, que era el preparador físico. ‘Mañana me echan seguro’, me comentó. Le dije que se quedara tranquilo, que al otro día, hablábamos con todo el plantel y así lo hicimos. Quedamos en que si Yudica le decía algo al Colorado, todos nos levantábamos y nos íbamos para que no lo echaran. Entonces el técnico le habló mal a Mac Allister y preguntó: ‘¿Alguno está con él?’ Como habíamos hablado antes en el plantel, me levanté pensando en que nos íbamos a levantar todos en su apoyo, pero quedé solo. Entonces nos echaron a los dos”.
Llegó a Nacional de casualidad
Mac Allister vio el apoyo que tuvo de su amigo y le dijo que no lo iba a dejar solo, porque había quedado libre y sin trabajo.
Entonces llegó Miguel Ísola y le preguntó si quería venir a Nacional, y no lo dudó.
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Así lo cuenta: “Llegué de casualidad a Nacional. Ísola había llevado a (Julio César) Dely Valdés al club, y me dijo si quería hacer una prueba. No tenía idea de lo que era Nacional, pero cuando llegué, me di cuenta de lo grande que era. Me contrataron el presidente Ceferino Rodríguez y Manuel Ucha, pero sin el Ok del técnico (Roberto) Fleitas. ‘Estás 15 días a prueba y vemos si te contratamos’, me dijo Ceferino. Fleitas me decía, ‘cambiate con la Tercera’. No me quería al principio. Después se ve que me vio en alguna de las canchas de Los Céspedes y lo empecé a conocer. Se lastimó Fabián O’Neill y entré yo. Si no, era imposible que jugara”.
Poco tiempo después, Vidal González pasaba a buscar con su auto a O’Neill por la pensión y lo llevaba a Los Céspedes.
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“Él quería salir, tenía pinta, y nosotros íbamos a cuidarlo a los boliches que salía. Se metía en varios quilombos, y lo sacábamos con Gustavo Méndez, Yubert (Lemos), Pintos Saldaña, Tony Gómez, el Negro Núñez. Siempre se agarraba a piñazos. Decía, ‘me voy al baño’ y salíamos todos atrás de él porque se agarraba a piñas con alguien. Íbamos a cuidarlo”, cuenta entre risas.
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El misionero vivió en “un apartamento espectacular en pleno Pocitos. Venía de un club que me echaron y en Nacional encontré todo. No conocía el mar y fue espectacular. Siempre dije que cuando me retirara del fútbol, iba a vivir a Montevideo o en Cochabamba, otra ciudad que me gustó muchísimo. Por ahora no lo estoy cumpliendo”.
Con Dely Valdés formaron una dupla letal en ofensiva en aquel Nacional de principios de la década de los años de 1990.
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“A Julio lo conocí ahí. Yo estaba en un club bárbaro, me reconocían y tenía que andar bien sí o sí. Tenía necesidad. Con Dely nos conocimos dentro de la cancha y volamos. Formamos una buena sociedad y salimos campeones. Mi forma de ser me favoreció y me perjudicó, por las expulsiones. En los clásicos me peleaba con todos”.
Dice que tuvo “la suerte de jugar con campeones del mundo, como Hugo De León, Felipe Revelez o Yubert Lemos, además de otros como Pepe García, Álvaro (Gutiérrez) que era más chico y subió al plantel principal cuando yo estaba. Jugadores de los que aprendí. Ahí en Uruguay aprendí mucho. Nueve años hacía que no éramos campeones y lo conseguimos y estuve cuatro años y medio. También ganamos dos Liguillas”.
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Los clásicos eran un tema aparte para Vidal González. “Los partidos más lindos. ¡Cuándo iba a pensar que iba a jugar con 65 mil personas! Era todo nuevo, una locura. Así me fui haciendo querer y todavía se acuerdan, me reconocen gracias a Dios”.
Explica que los duelos que más recuerda eran con el Topo Rosa y Robert Lima. “Siempre nos peleábamos. Yo los buscaba también, fuera de la cancha nunca, pero adentro era difícil. En un partido, el Topo Rosa me pisó la cabeza, en un ojo con tapones de aluminio. Era otra época. Me cortó al lado del ojo. Me cocieron ahí mismo y seguí con un parche. Pero yo era asqueroso, era sucio, yo pegaba también. Mi fuerte era hacer entrar al rival, me peleaba con todos, hasta con el juez, como si estuviera jugando en el potrero”.
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En 1993 por el Trofeo Independencia de Uruguay, Real Madrid vino a Montevideo y en el Centenario, el misionero anotó el 2-2 definitivo.
“Le hice el 2-2 a Real Madrid. También habíamos ido a jugar ante Napoli que había comprado a (Daniel) Fonseca, y también anoté un gol y salimos 2-2. Los dirigentes de Napoli me querían comprar y Nacional pasó una cifra y supuestamente era mucho y no se hizo y al poco tiempo me negociaron para ir a Ecuador”, dice.
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El recuerdo más lindo para Vidal González “fue ganar la Liguilla contra Peñarol y lo dejamos fuera de la Copa Libertadores con un gol mío y un penal que me hicieron. Lo que más me queda de Nacional fue la gente”.
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Para hablar de Roberto Fleitas, dijo que era “un fenómeno, sabía mucho. Era malo, te decía las cosas, pero quería mucho a Fabián (O’Neill), era muy recto, aprendí mucho. Fabián era el mimado: ‘Chiquilín, otra vez tarde’, le decía cuando llegaba a las prácticas. Al único que le permitía cosas sin enojarse, era a Fabián”.
También tuvo a Hugo Fernández como entrenador en los tricolores. “Era bravo, bravísimo. Te hablaba de una forma extraña, te insultaba a veces. Nosotros los jugadores no estábamos acostumbrados a que nos trataran así”.
En 1997 vino a Defensor Sporting en el que jugaban el Tano Nelson Gutiérrez, Polilla Da Silva y el Grillito Biscayzacú, entre otros. Estuvieron muy cerca de quitarle el quinquenio a Peñarol, pero al final, no pudieron.
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“Futbolísticamente no anduve. Ahí fracasé yo. Me llevó (Juan) Ahuntchain y después nos dirigió el Tato Ortiz. Conocí al Polilla Da Silva. Llegué en un momento y a los seis meses me fui. Siempre me cumplieron, un club recontraordenado”.
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En este video se puede ver parte del pasaje de Vidal González por Nacional:
Vidal González jugó el recordado partido que Nacional les ganó 1-0 con gol de Juan Ramón Carrasco y le dio la posibilidad a Peñarol de seguir con posibilidades de ganar su quinto título consecutivo del Uruguayo.
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Así lo explica: “Fue un partido rarísimo. Nacional no podía dejar más que su eterno rival ganara, porque se iba a llevar el quinquenio, pero se dio. Nunca uno puede decir nada. Se dio así. No hubo plata, Nacional ganó bien, nadie juega a perder. Lo que hizo Carrasco estuvo bien”.
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En Defensor conoció al Loco Abreu. “Yo era su ídolo. La primera vez que concentramos con Defensor en una gira a Chile, pidió para estar conmigo en la habitación y luego me llevó a Minas a conocer a su familia. Él ya era bolso a muerte, pero en Defensor no podía decir nada”.
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Ya alejado del fútbol, fue intendente y director de Deportes en su país.
“Jugué hasta 2002 en Bolivia y me fui a Candelaria. En 2003 fui intendente hasta 2007. Me fue a buscar el gobernador de Misiones y gané las elecciones a dos hermanos que se intercalaban y ganaban siempre. Me hacían creer que yo era rubio y de ojos celestes. Dejé el shortcito y pasé a ponerme traje y corbata. Después fui concejal y luego cuando el Colorado (Mac Allister) fue secretario de Deportes de la Nación, me trajo a Buenos Aires como adscripto suyo para que consiguiera cosas para Misiones y hasta el día de hoy pertenezco a la secretaría de Deportes de Misiones”.
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Siempre fue fanático de Boca -sí, del mismo club al que le hizo siete goles- y su hijo menor, Ezequiel Vidal González, quien está cerca de cumplir los 15 años, juega en las inferiores, por eso dejó Misiones y vive en la capital.
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“Riquelme es su ídolo. Boca fue a Misiones, lo vieron con 10 años, le propusieron que viniera a Buenos Aires vino acá, y pasó la prueba. Juega de puntero derecho, solo que es zurdo. Yo soy fanático, enfermo de Boca desde que escuchábamos la radio de chiquitos”, cuenta.
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Y agrega: “Llevar a mi hijo al club del que soy hincha es algo muy lindo. Está haciendo una carrera que a mí me gustó y que él eligió. Es un club impresionante, le dan todo, es un orgullo tremendo. Vivo a tres cuadras de La Bombonera. Un día le mostré el arco en el que hice los tres goles la primera vez que fuimos con San Martín de Tucumán”.
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Tiene tres hijos más de un matrimonio anterior. Pamela, Mariana y Gabriel y cuatro nietos, dos varones y dos nenas. A Nacional, lo lleva siempre en su corazón.
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