El imparable calentamiento global

Un país compra terrenos en otra parte del mundo porque sabe que el océano los sepultará en pocas décadas, ciudadanos que escapan y reclaman ser reconocidos como refugiados climáticos son algunas de las consecuencias de este fenómeno

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26 de enero de 2016 a las 05:00

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Por Matías Castro

Inconscientes del destino que les aguarda en el matadero, las vacas pastan tranquilamente en la penillanura uruguaya sin saber que, además, desde todas partes se las señala como culpables. Y no solo a las uruguayas, sino a los vacunos de todo el mundo. Las uruguayas no tienen cómo saberlo, pero son las principales contribuyentes nacionales al efecto invernadero, ya que tras digerir todo el pasto que quieren, producen gas metano con su digestión y óxido nitroso con su estiércol. Ramón Méndez, director del departamento de Cambio Climático del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medioambiente (Mvotma), señala que el 80% de los gases que Uruguay aporta al problema del efecto invernadero provienen del ciclo vital de las vacas, aunque en el mundo la contribución promedio del ganado vacuno es del 18% de esas emanaciones. Atribuirle responsabilidad al ganado es quitársela al ser humano en un problema que es irremediable, porque el calentamiento global seguirá adelante como sea.

Si bien la realidad cambia según cada región y continente, los efectos se hacen sentir y continuarán presentes a lo largo de este siglo. Y tal vez se agraven. Se reflejan en la suba del nivel del mar, en los cambios en las precipitaciones, en la expansión de algunos desiertos, en el retroceso de los glaciares, en la mayor frecuencia de eventos meteorológicos extremos, en la acidificación de los mares y en la desaparición de algunas especies por los cambios de temperaturas. Y todo esto tiene consecuencias en el hombre por la variación de enfermedades, cambios alimentarios y movimientos migratorios de zonas cada vez menos habitables.

Ideales y realidades

En un mundo ideal, en el que se tomen todas las medidas adoptadas en la reciente cumbre medioambiental de París, la COP21, la temperatura promedio en el planeta aumentaría 1.5 grados para fines de este siglo. Ante esa perspectiva, que sería la mejor, habría igualmente problemas y algunos países que tienen sus costas sobre el océano Pacífico ya los sufren.

Kiribati, por ejemplo, es un país insular que podría ser sepultado por el océano dentro de 80 años, o tal vez antes, debido al visible aumento del nivel del mar (un centímetro por año). Su gobierno compró terrenos en las islas Fiyi hace dos años como forma de planificar una eventual migración. "Para 2030 empezaremos a desaparecer. Nuestra existencia terminará en etapas. Primero, las capas de agua dulce serán destruidas. Los árboles, el taro... el agua salada los matará", dijo en su momento Anote Tong, su presidente.

Vanuatu y Tuvalu son otros dos países insulares que han sido arrasados por desastres naturales y que corren riesgo de desaparecer bajo las aguas. Y relativamente lejos de allí, en el océano Índico, las islas Maldivas, un paraíso pequeño para turistas de alto poder adquisitivo, enfrentan la misma perspectiva. Tan dramáticos son los cambios vividos en estas décadas que algunos de sus habitantes reclaman que se reconozca el estatus de "refugiado climático", para quienes ya no pueden vivir allí. La Agencia de la ONU para los Refugiados todavía no acepta ese estatus y ampara desde 1951 solo a quienes tienen "miedos bien fundados de persecución por su raza, religión, nacionalidad o pertenencia a un grupo social o político".

Estos países y 36 más se alinearon en la Alianza de Pequeños Estados Insulares y fueron los más insistentes activistas en la cumbre ambiental a la hora de marcar que la temperatura global promedio debería aumentar, como mucho, 1.5 grados. Hay coincidencia en que lo que realmente se hará provocará un aumento de 2 grados, unas décimas de diferencia que pueden tener un impacto serio. "Yo entiendo las realidades de este mundo" dijo el presidente de Kiribati en una vieja entrevista con la revista Wired. "Las personas se preocupan por lo que les afecta. No se preocupan por las cosas que no sienten. Pero mi ira no va a hacer que Estados Unidos y China dejen de quemar carbón".

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"En todo lo que se relaciona con el cambio climático aquellos que viven en condiciones más precarias son los más golpeados", asegura a Seisgrados Mariana Panuncio, directora de cambio climático para Latinoamérica y el Caribe de la poderosa organización internacional WWF, Fondo Mundial para la Naturaleza.

China, Estados Unidos, India y el conjunto de la Unión Europea son los principales emisores de gases que contribuyen a empeorar el efecto invernadero. Uruguay, según cifras del Mvotma, aporta solo el 0.05% de las emisiones globales, pero siente desde hace un buen tiempo algunas de sus consecuencias.

Madeleine Renom, doctorada en Ciencias de la Atmósfera y docente en la Facultad de Ciencias, explica que en Uruguay los efectos del calentamiento global se reflejan en cuatro datos. Por un lado las precipitaciones han aumentado 10 %, principalmente en verano y hacia el norte del país, lo que incide en cosechas (con sus efectos sobre empleos y precios) y en posibles inundaciones. Por otra parte los veranos ya no son tan calientes en promedio y los inviernos son menos fríos, si se toman las temperaturas extremas comparadas a lo largo de las últimas décadas. Las heladas siguen con la misma frecuencia, pero han reducido su duración promedio y se registran menos heladas tempranas y también menos tardías.

Adaptación al cambio

Uruguay participó de la cumbre de París y firmó los acuerdos finales para reducir emisiones y tomar acciones de adaptación al cambio que ya ha ocurrido. "Al haber hecho un cambio en la matriz energética (mediante los parques eólicos), Uruguay debe actuar en la agricultura y ganadería", señala Ramón Méndez.

El jerarca explica que en el gobierno se habla de construir una política nacional de cambio climático. En el resto del mundo, un promedio de 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero son producidos por la generación de energía; pero en Uruguay es solamente el 3%. De no haberse implementado el cambio hacia la energía eólica, Uruguay emitiría mucho más y sería mucho menor el porcentaje de incidencia que se le atribuye al ganado y su proceso hasta las góndolas del supermercado. Por otra parte, el 2% de las emisiones nacionales proviene del transporte.

Como el ganado y sus procesos son los principales contribuyentes, se estudian soluciones para reducir el tiempo de pastoreo de las vacas en el campo, que es la etapa en la que más se produce metano y óxido nitroso. Mejorar las pasturas podría contribuir a acelerar su crecimiento y también la fotosíntesis y, por lo tanto, el procesamiento del dióxido de carbono. De todos modos, aquellos dos gases de origen animal serían más dañinos que el dióxido de carbono emitido por los vehículos que usan combustibles fósiles.

Si bien hubo varios cambios climáticos y procesos de calentamiento en la historia del planeta, el que se verifica en los últimos 200 años afecta ya la vida cotidiana en casi cualquier país. Sus causas, ya sea por la quema de combustibles fósiles, la basura o los procesos del ganado, tienen a su vez otro origen: la acción del hombre y su crecimiento incontrolable (se dice que en 2050 seremos 9.000 millones). "El clima de la Tierra no fue siempre el mismo", explica Renom. "Ahora le damos responsabilidad al efecto antropogénico, que es del hombre, sumado a otros cambios naturales. Cuando hablamos de cambio, hablamos del sistema climático, que es la atmósfera, océanos, continentes, hielos, ecología y biología".

"La verdad es que la amenaza del cambio climático es una de las mayores", asegura José Dallo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. "Tiene que ver con la acidificación del mar, con el cambio de temperatura que afecta a muchos animales que pierden su hábitat. Luego aparecen vectores, como el dengue o malaria, que se trasladan a nuevos lugares. Vemos una periodicidad distinta de los fenómenos y su incidencia. La deforestación incide en la captura de dióxido de carbono y su consecuencia es que hay suelos más vulnerables a torrentadas de agua y tierra, que a su vez pueden sepultar a comunidades enteras. No es solo un problema de cuántos grados sube la temperatura promedio, sino también de otros hechos. Estos problemas contribuyen al cambio climático y no son consecuencia, pero están directamente relacionados".

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"Trabajamos con la cuenca del Río de la Plata –continúa Dallo–, porque el agua ha sido un tema grave en la región, de sequías en la zona de Río Grande a inundaciones en Buenos Aires y Uruguay. Uno de los hilos conductores de estos países de población urbana es el del tratamiento de residuos. Otro tema relacionado es que las economías están muy vinculadas a los recursos naturales como la ganadería, la soja o la minería. Y la caída de los precios plantea el problema de cómo mejorar la productividad sin hipotecar el futuro".

En diciembre, la cumbre de París logró un impacto mediático inédito, no solo por la cantidad de personas y organizaciones que reunió, sino también por el récord de países participantes y el acuerdo y compromisos que firmaron. Desde hace décadas la comunidad científica habla del cambio climático y el calentamiento global, apoyada en cifras y estudios de todo tipo. Uno de los elementos que ayudaron a que empezara a prender en las esferas políticas, fue el protocolo de Montreal, en 1987, gracias al que se lograron los primeros compromisos para la eliminación de sustancias que agotaban la capa de ozono. Este protocolo fue exitoso y se estima que para 2050 podría revertirse totalmente el daño. A su vez, este acuerdo internacional, que afectaba intereses económicos, fue tomado como ejemplo para otras iniciativas medioambientales, especialmente a la hora de hablar del calentamiento global.

Los gobiernos tardaron 15 años y recién en diciembre llegaron a una decisión. El acuerdo entre tantos países se logró con metas comunes, pero también a base de concesiones mutuas y a meticulosas discusiones. Estados Unidos fue muy cuidadoso a la hora de diferenciar lo que debería hacer y lo que es obligatorio, para no cambiar su legislatura vigente (esto se debió a que el Congreso está en manos de la oposición al gobierno). Una de las mayores concesiones es que no existe una cláusula de responsabilidad explícita para los países que más contribuyen. Méndez opina que, sin embargo, las grandes potencias reconocieron tácitamente su responsabilidad ya que en el texto firmado se dice que los países desarrollados tienen el deber de liderar el cambio. Entre otras cosas contribuirán con un fondo de hasta 100.000 millones de dólares anuales (que por ahora no tiene mecanismos de auditoría) para asistir a los cambios.

Uruguay, al no ser parte significativa del problema por su baja contribución a él, no tiene obligación de aportar a ese fondo, pero se compromete a profundizar sus cambios internos. Las vacas serán las primeras en experimentarlos y quizá sean un poco menos acusadas de un problema que ha nacido de decisiones humanas. Panuncio, de la WWF, evaluó los resultados entre la satisfacción y la prudencia: "Todos los firmantes entendieron que tenían más para ganar que para perder y que era mejor estar adentro que afuera. Este acuerdo es histórico porque da una señal y sienta un marco, pero la urgencia con la que se hagan los cambios se verá y dependerá del trabajo que cada parte haga en casa".

Transición justa y desinversión

Un ejemplo basta: la Compañía Petrolera China es uno de los mayores empleadores de mano de obra en el planeta, con 1.6 millones de funcionarios. Ese es un ejemplo para entender que abandonar el negocio de los combustibles fósiles tiene consecuencias directas sobre empleos y, naturalmente, en negocios de escala planetaria. Sin embargo, quienes impulsan acciones contra el cambio climático afirman que es posible hacer lo que se conoce como una "transición justa".

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"El Departamento de Defensa de Estados Unidos está haciendo campos solares para proveerse de energía" explica José Dallo. "La tecnología saltó y los costos de las energías solares las hacen cada vez menores. También se habla de células fotovoltaicas transparentes o de carreteras que convierten el calor en energía. Hay oportunidades de crear empleos verdes y así reducir empresas contaminantes. El número de empleos creados en torno a estas energías es muy grande. No es un coste de oportunidad por dos razones: si no lo pagas ahora, en el futuro te será más costoso, y el tomador de decisión tiene la oportunidad de hacer un camino más sostenible por más tiempo".

Panuncio explica que "el objetivo es apuntar a un desarrollo bajo en carbono y resiliente al cambio climático. La pregunta es cómo crear fuentes de empleo. Hay estudios que indican que las energías renovables generan mucho más empleos que las basadas en combustibles fósiles".

En la sociedad civil surgió un movimiento que apunta a contribuir con este objetivo: la desinversión. Consiste en promover que entidades y particulares dejen de invertir en negocios vinculados a los combustibles fósiles. El segundo paso de estas acciones es redirigir esas inversiones hacia emprendimientos de energías renovables.

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