La reforma del Estado

Es necesario una reforma de Estado que pueda fomentar el crecimiento de algunas áreas del sector público, así como achicar otras

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23 de octubre de 2018 a las 05:02

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El déficit fiscal del país de 3,9% del PIB en agosto, por encima de la meta oficial de 2,8% no tiene marcha atrás, menos aun ad portas de la campaña electoral. Solo se puede esperar una conducción en piloto automático. Nunca en la historia económica del país ha habido un gobierno dispuesto a aprobar medidas impopulares –y tampoco los partidos políticos en la oposición– si la prioridad excluyente es mantenerse o llegar al poder.  No obstante, es imprescindible hacer algo al respecto como lo reconocen los precandidatos presidenciales de los partidos, públicamente o en voz baja.

Sería de necio o demagogo no reconocer que el problema fiscal es una bomba de tiempo que estallará en el próximo período de gobierno. Por algo, la calificadora Fitch Rating mantuvo la nota de la deuda uruguaya en BBB-, pero la perspectiva pasó de estable a negativa, lo que implica el riesgo de perder el grado inversor el próximo año. Un déficit fiscal alto en un contexto de mayores tasas de interés internacionales, es un cóctel explosivo que ata las manos a cualquier administración.
Pero no alcanza con plantear la preocupación por el saldo en rojo de las cuentas públicas y reconocer que es insostenible un déficit fiscal próximo al 4% y que probablemente crezca antes que disminuya. Es imprescindible hacer algo al respecto y, por lo menos, plantear una discusión honesta y profunda sobre el tema.

El déficit fiscal del país de 3,9% del PIB en agosto, por encima de la meta oficial de 2,8% no tiene marcha atrás, menos aun ad portas de la campaña electoral.

En ese sentido, todos los partidos políticos deberían aceptar sin más que no se puede seguir por el trillado camino de bajar el déficit fiscal mediante el aumento de impuestos. Es la vía más rápida, pero no ataca el verdadero problema de fondo que es el aumento del gasto público que reproduce las ineficiencias de un Estado que tiene mucho tejido adiposo y poca musculatura para la gestión de la cosa pública.
Con ser imprescindible reducir el déficit en el corto plazo antes que se torne inmanejable, la solución de fondo pasa por encarar una verdadera reforma del Estado.

En la década de 1990, América Latina –y Uruguay, obviamente– perdió una gran oportunidad porque el debate y los planes de reforma del Estado se redujeron a la urgencia de achicar un sector público que representaba un obstáculo para el crecimiento económico y quedó de lado un enfoque más de largo plazo sobre el tema. El debate ideológico en torno al llamado Consenso de Washington –que la izquierda en demonizó con el mote de “neoliberalismo”– simplificó un asunto mucho más profundo.

En la década de 1990, América Latina –y Uruguay, obviamente– perdió una gran oportunidad porque el debate y los planes de reforma del Estado se redujeron a la urgencia de achicar un sector público que representaba un obstáculo para el crecimiento económico y quedó de lado un enfoque más de largo plazo sobre el tema.

Tan cierto como que había que achicar la presencia estatal en ciertas áreas, era incluir una discusión serena sobre la capacidad del Estado, en la fuerza del Estado en el sentido de su idoneidad para elaborar y ejecutar políticas, construir una administración eficaz con la mínima burocracia y de alto nivel de transparencia y rendición de cuentas, algo sobre lo que se ha avanzado, pero queda mucho camino por recorrer
El ministro de Economía, Danilo Astori, tiene razón cuando plantea que el “desequilibrio fiscal” es un “desafío importante” del país. Pero más importante aun es que se ponga arriba de la mesa una verdadera reforma del Estado que incluya una discusión serena sobre las áreas del sector público que representan un obstáculo para el crecimiento y aquellas que paralelamente son necesarias fortalecer.  

 

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