J. Samuelle

Los otros autoconvocados

Análisis de Pablo Carrasco para El Observador Agropecuario

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27 de julio de 2018 a las 05:00

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Por Pablo Carrasco, especial para El Observador

Los uruguayos recibimos por primera vez a Allan Savory en ocasión del Congreso Mundial de la Carne realizado en Uruguay en el año 2016. Seguramente, al igual que sucedió conmigo, muchos compatriotas quedaron prendados de su mensaje, que en pocas palabras fue contarnos que las vacas no son parte del problema sino parte de la solución. Este sudafricano evolucionó durante su vida de ser casi un depredador de elefantes a un esponsor de la ganadería pastoril y, para explicar cómo, nos recomendó volver al diseño original de esas maquinas maravillosas que son los rumiantes.

En sus orígenes, los bovinos se defendieron de sus enemigos naturales de una manera simple. Pastorear en manadas, compactos y agrupados, y cambiar de lugar de pastoreo permanentemente. Esta estrategia no solo los ponía a salvo del ataque de depredadores, sino que les aseguraba una dieta inmejorable en calidad y cantidad, no contaminada de heces y orina de sus propios individuos.

A mediados del siglo XX un francés llamado André Voisin, bioquímico y productor, sugirió una solución a la ganadería actual de animales desperdigados que pastorean de manera contínua el mismo lugar siempre. Sus libros detallan lo que se conoce como Pastoreo Racional Voisin (PRV), que consiste en la división de la superficie de pastoreo en tantas parcelas como sean necesarias para garantizar a la vez descansos prolongados para recuperación de las pasturas y ocupación de las parcelas en períodos tan cortos como 24 horas.

Este sistema ha sido sin duda la mayor revolución ganadera desde la domesticación de los bovinos salvajes o el alambramiento de los campos y, sin embargo, ha dormido el sueño de los justos hasta hoy que rebrota vigorosamente en el Uruguay.

El PRV tiene entre otras virtudes la de duplicar la producción de forraje y con ello la de carne, la de prescindir de agroquímicos y la de invertir el balance de carbono pasando a ser un gran fijador de gases de efecto invernadero. En términos económicos, en este país donde por un error de políticas sólo puede sobrevivir el latifundio, el PRV significa la reversión del proceso de migración rural, haciendo posible el regreso desde la ciudad al campo porque con él la producción ganadera es un negocio, además de un estilo de vida.

¿Por qué algo que engendra la maravilla en nuestra ruralidad ha demorado tanto en ser adoptado? Básicamente por dos razones: el aumento en el precio de la tierra cambia el nombre del juego dándole prioridad a la productividad por encima del aumento en la superficie de la explotación y el desarrollo del alambrado eléctrico que hace que el único costo del sistema sea equivalente a una buena fertilización.

Este crecimiento es liderado por cientos de pequeños productores que han encontrado en el PRV un indulto a su pena de muerte. Sin embargo, su soledad hace recordar en varios aspectos al movimiento #unsolouruguay, ya que quienes lo debieran liderar no han representado sus inquietudes.

La Facultad de Agronomía no le ha dado prioridad como contenido de la formación que imparte, el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria comienza tímidamente a notar su existencia y casi en todos los casos la desacreditación de esta técnica ha sido la primera respuesta de los intelectuales agronómicos.

Eso, sin embargo, no ha sido un impedimento para que ese movimiento nos pase por arriba y genere una gran esperanza para el futuro del Uruguay. Una vez más, como ocurriera con la forestación, la siembra directa o el confinamiento de ganado, la institucionalidad uruguaya –con la honrosa excepción del Instituto Plan Agropecuario– se ha rehusado a embarcarse en las carabelas de Cristóbal Colón y ha preferido esperar el éxito o el fracaso de los pioneros para decidir su participación. Son los Cisneros, los De Elío y obviamente los Álvar Núñez Cabeza de Vaca.
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