Mordidas alemanas

La serie de Netfilx Perros de Berlín muestra una descarnada y alejada visión de un país que proyecta otra imagen: el líder económico de Europa, la punta de lanza del confort y el alto estándar de vida quedan hecho añicos

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24 de febrero de 2019 a las 05:00

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Una imagen aérea muestra el mar quieto de noctilucas lumínicas que es Berlín en una calma noche de verano. La cámara avanza hasta la ventana en un enorme complejo de apartamentos estilo Euskalerría 70, en la periferia de la capital alemana. Una pareja está teniendo sexo desenfrenado en una habitación desordenada, cuando un niño rubio se asoma a la puerta y contempla la escena con ojos sorprendidos. El niño se va. El hombre sale al balcón a fumar, pero cercanas luces policiales captan su atención. Un par de patrullas cercan un sitio cercano. El hombre baja y se identifica: es policía y se llama Kurt Grimmer. 


Es el inicio de Perros de Berlín, una serie alemana disponible en Netflix en su primera temporada de 10 capítulos. Como toda serie policial, su gatillo inicial del encuentro de un cadáver dispara y pone a andar a la historia, que intentará develar las causas de la muerte del mejor jugador de la selección alemana, la célebre Mannschaft. Pero resulta que la estrella fallecida es de origen turco y ese detalle desata una serie de polémicas sociales y raciales, en un país que, desde la serie, no parece proyectar la tolerancia ni de medida racional europea de primer mundo frente a las diferencias nacionales que integran su nueva identidad en el siglo XXI.   


El responsable creador de Perros de Berlín es Christian Alvart, 43 años, guionista y director de varios thrillers en Alemania y Hollywood. El guión de la serie entrelaza  la violencia latente y explícita de casi todos los personajes con varios caninos que aparecen en diversos momentos de los capítulos. Desde el perro del jugador de fútbol, que se comió una falange del meñique del astro germanoturco, a los comportamientos de las mafias árabes y croatas, y bandas neonazis que operan en los mismos barrios, alejados de la célebre Alexanderplatz con su característica torre de la televisión.  


El retrato es de otra Alemania. La policía está imbuida de corrupción y prejuicios. Grimmer tiene pasado neonazi y su madre y su hermano son parte presente de esas actividades. Su esposa, que no es la rubia del inicio en el apartamento de clase baja, sino una rubia, frígida y perfeccionista que vive en su barrio con jardín y niños dulces, es dueña de una tienda de decoración en la que trabaja una joven toda tatuada que estuvo presa y se encuentra en plena rehabilitación social. Pero los excesos de violencia se desenfrenan y la dueña de la tienda queda golpeada y orinada, entre vidrios en añicos.     


El compañero de Grimmer es Erol Birkan, un apuesto policía de origen turco, homosexual, que lucha contra los prejuicios de sus colegas y también de su familia tradicional musulmana. Tanto el corrupto Grimmer como el idealista Birkan pasan la mayor parte de la serie con heridas, moretones o vendas en la cara, porque los sucesivos perros de Berlín cerraron sus mandíbulas sobre sus rostros. 


El elemento que une estos conflictos sociales y personales es el fútbol. Más allá de las diferencias con la Bundesliga, el ambiente futbolero es similar en todos lados y los escándalos de corrupción que han manchado a diversas instituciones en el mundo afloran en la serie. Un partido Turquía vs Alemania para definir un pasaje al Mundial se vuelve el eje de varios capítulos, todos con títulos referidos al fútbol, y la victoria turca desencadena otro hilo fundamental en el argumento.  


La serie se estrenó en diciembre del año pasado y tuvo bastante éxito en su país y la trascendencia más allá de fronteras que brinda una plataforma como Netflix. Con su particular relación llena de ambigüedades y dobleces, los dos protagonistas –los actores Fahri Yardim y Felix Kramer–, se roban la acción en Perros de Berlín


Si bien algunas de las historias laterales adolecen de algún lugar común, la serie posee la contundencia de una piña americana de acero alemán, el filo de las esvásticas o las medialunas de metal, la mirada paralizada de una sociedad que no termina de entender sus  nuevas diferencias y similitudes, y la presencia de los chichos, que entre ladridos y tarascones unen las nubes del cielo sobre Berlín.
 

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