En 1985, cuando Argentina apenas salía de la dictadura militar y se debatía entre el pasado y un futuro incierto, Rodolfo Terragno publicó La Argentina del siglo 21, un libro que sorprende por su capacidad de anticipación. La obra, que vendió 120.000 ejemplares, planteaba conceptos que hoy resultan familiares pero que en aquel momento sonaban revolucionarios: la importancia de la inteligencia artificial, la biotecnología y la economía del conocimiento como motores del desarrollo.
Terragno, quien había vivido el exilio como periodista en Venezuela y estudiante de posgrado en la London School of Economics, advertía que Argentina miraba "obstinadamente al pasado" mientras el mundo se transformaba. Su diagnóstico era contundente: el país seguía explicando el siglo XX con categorías del XIX, ignorando los avances científicos que estaban cambiando el mundo de manera acelerada.
Pocos en Argentina por aquellos años se interesaban en comprender la relevancia de los avances de la ciencia que, según Terragno, estaba logrando saltos cualitativos que no se veían desde Galileo y Newton. La física, la cibernética y la genética estaban cambiando al mundo de manera acelerada, y de la expansión de las capacidades mentales que resultaran de las nuevas máquinas inteligentes surgiría un nuevo mundo posindustrial que ya por entonces empezaba a perfilarse.
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Las predicciones que se cumplieron
Casi cuatro décadas después, resulta asombroso el grado de acierto de muchas de las predicciones de Terragno. En 1985, cuando las computadoras personales eran todavía una novedad e Internet apenas existía como proyecto militar, el autor ya hablaba de la importancia de la inteligencia artificial y la biotecnología como fuerzas principales de la economía del futuro.
Su visión sobre la educación resultó especialmente profética. Terragno proponía introducir la programación en las escuelas y enseñar a los alumnos a razonar más que a memorizar. "Una vez que entendamos que el trabajo de almacenamiento de memoria y procesamiento de datos en el futuro estará a cargo de la 'fuerza bruta' de cómputo de las máquinas, será tarea de una nueva generación de programadores la de enseñarles a razonar a las nuevas máquinas, siempre para nuestro provecho", escribió.
Hoy, cuando la programación se ha convertido en una habilidad básica y los sistemas de inteligencia artificial como ChatGPT están transformando la forma en que trabajamos y aprendemos, estas palabras suenan extraordinariamente actuales.
En el ámbito científico, el autor identificó correctamente las fortalezas del país: la biotecnología aplicada al agro, la tecnología nuclear y las ciencias duras. "No le parece algo imposible para un país que tiene tres Nobel en ciencias", señalaba, refiriéndose a los premios de Leloir, Milstein y Houssay. Décadas después, Argentina efectivamente desarrolló un sector biotecnológico competitivo a nivel mundial, con empresas como Bioceres liderando la innovación en semillas transgénicas.
Su advertencia a los sindicatos resultó igualmente certera: "No le tengan miedo al progreso, que en la nueva economía se perderán muchos trabajos, pero que también se crearán muchos otros en ramas que todavía no existen". La automatización y la digitalización efectivamente eliminaron millones de empleos tradicionales, pero también crearon industrias enteras que en 1985 eran impensables.
Las limitaciones de la época
Sin embargo, así como son notables la claridad y la perspicacia de Terragno para entender los ejes principales de la economía del siglo XXI y las sociedades del nuevo milenio, también son evidentes algunas limitaciones en su análisis, comprensibles para alguien escribiendo en 1985.
El autor no pudo anticipar completamente la revolución de Internet y su impacto masivo en la comunicación, el comercio y la organización social. Aunque había experimentado de primera mano las posibilidades de la comunicación digital durante su trabajo periodístico en Londres, donde usaba un procesador de texto básico y un módem rudimentario para eludir los bloqueos sindicales, no logró dimensionar cómo estas tecnologías se masificarían y transformarían radicalmente la sociedad.
Terragno también mostró ciertos signos de pertenencia inevitable a su época y sus ideas de izquierda. Presentaba un mundo bipolar y, aunque sus preferencias por el mundo libre y capitalista eran innegables, todavía parecía darle más chances de las que le gustaría reconocer al bloque comunista que se desmoronaría unos pocos años más tarde. De ese mismo esquematismo se derivaba su tendencia a creer en la necesidad de que los países en desarrollo no deberían alinearse claramente detrás de las potencias occidentales, sino insistir en una tercera posición más independiente.
Quizás la limitación más significativa del análisis de Terragno fue su confianza excesiva en el Estado como motor de la innovación. Estaba convencido de que un Estado más pequeño y eficiente era posible, uno que liderara ciertos procesos que, según él, el sector privado no estaba en condiciones de asumir.
No sólo creía que era éste el caso en Argentina, sino incluso en Estados Unidos: señalaba la importancia del aparato de defensa del Pentágono, de los avances espaciales de la NASA, de las definiciones del Departamento de Energía. Es evidente que le tenía mucha confianza al INTA y al INTI, y eso le impidió quizás imaginar que algún día tendríamos empresas privadas capaces de liderar la innovación tecnológica.
Su admiración por la NASA no le permitió suponer que algún día aparecería un emprendedor como Elon Musk, con los cohetes de SpaceX que han revolucionado la industria espacial y los autos eléctricos de Tesla que han transformado la industria automotriz.
Lo que no pudo imaginar
Más allá de estas limitaciones conceptuales, Terragno tampoco pudo prever algunas de las innovaciones más disruptivas que surgirían tanto en Argentina como globalmente. En el agro argentino, no imaginó desarrollos como la siembra directa o las silobolsas, que permitieron al país multiplicar su producción sin aumentar significativamente la superficie cultivada.
La explosión de las empresas tecnológicas argentinas tampoco estaba en su radar. Cuando escribía sobre la necesidad de formar programadores, no pudo anticipar que Argentina se convertiría en uno de los principales exportadores de software de América Latina, con empresas como Globant alcanzando valuaciones millonarias en la bolsa de Nueva York y Mercado Libre desarrollando sus propios sistemas de pago digital hasta convertirse en un gigante del e-commerce latinoamericano.
El fenómeno de las fintech y las criptomonedas era completamente impensable en 1985. La idea de que Argentina se convertiría en uno de los países con mayor adopción de Bitcoin, o que surgiría todo un ecosistema de innovación financiera digital, estaba fuera del horizonte de posibilidades de la época.
El balance final
El libro también innovó en su forma. Terragno adoptó un estilo despojado, con oraciones cortas y directas, inspirado en un proyecto frustrado con Gabriel García Márquez para crear un diario moderno. La idea era crear un periodismo de izquierda pero moderno, con un estilo ágil y ameno, despojado de todo ornamento, con oraciones cortas y directas, casi sin subordinadas y sin ningún adverbio de modo.
Este enfoque contrastaba con la escritura académica tradicional argentina de la época y convertía a "La Argentina del siglo XXI" en un objeto sumamente extraño para el panorama intelectual argentino de aquellos años, no sólo por sus temas y su abordaje, sino también por su forma.
Cuando Terragno reeditó el libro en 2000, siendo jefe de Gabinete de Fernando De la Rúa, muchas de sus predicciones se habían cumplido, pero otras habían resultado erróneas. En el nuevo prólogo, el autor se permitió una pequeña maldad: citó uno de los principales libros que se escribieron como respuesta a su obra, un texto de 1986 donde se proponía "nacionalización del comercio exterior y del sistema bancario" y "recrear el IAPI". El periodista que escribió aquel libro era Gustavo Béliz. El político peronista que lo inspiró, Carlos Saúl Menem.
La Argentina del siglo XXI había llegado, pero el país seguía debatiéndose entre el pasado y el futuro, confirmando que el principal desafío que planteaba Terragno —la necesidad de un cambio de mentalidad— seguía vigente.