Moisés lideró al pueblo judío durante 40 años en el desierto en la salida de la esclavitud de Egipto. No fue sólo un viaje físico, sino una travesía simbólica en la que la conducción —más allá de los milagros, las leyes o las plagas— consistía en sostener una dirección, mantener la cohesión y dar sentido al esfuerzo colectivo. Cada vez que ese liderazgo flaqueaba, el pueblo se desorientaba, dudaba, se dividía. La conducción, en tiempos de incertidumbre, es más importante que el destino mismo.
Los gobiernos son mejor valorados cuando logran mostrarse como herramientas eficientes de conducción. No se trata sólo de ganar elecciones o de imponer un relato eficaz. Se trata de establecer un diagnóstico, exhibir objetivos claros y conducir a la sociedad —por convicción o necesidad— hacia un destino.
En su primer año, Javier Milei logró hacerlo. Supo interpretar el hartazgo de amplios sectores sociales, ofreció un camino disruptivo y cumplió parte de sus promesas iniciales. Cumplió la base del contrato electoral: ocuparse de la economía, bajar la inflación, castigar a la casta y ordenar el espacio público. Lo central fue cumplido, no así mucho de lo secundario (que, para muchos, no es tan secundario) como que el ajuste lo pagaba la política, confrontar con el socialismo en Europa o ilusionar a algunos desprevenidos con que su sueldo sería mejor.
Con un liderazgo fuerte, una narrativa radical y metas económicas audaces, marcó la agenda. Fue él quien impuso los términos del debate, del lenguaje y de la urgencia. Incluso el nivel de agresividad de la batalla.
Pero los segundos años de gobierno son siempre más difíciles. El margen de maniobra se achica. Las expectativas se enfrentan con la realidad. Y el poder ya no se construye con impacto mediático, sino con capacidad de gestión.
Hoy Milei enfrenta un tablero político mucho más complejo, con múltiples frentes abiertos:
- Relaciones con los gobernadores: la tensión con las provincias es constante. No hay un acuerdo fiscal duradero, y cada negociación parece un campo de batalla. Esto debilita la implementación territorial de las políticas nacionales.
- Crisis de la obra pública: el parate total de obras afecta el empleo, la infraestructura básica y la presencia simbólica del Estado. En muchas provincias, el “plan motosierra” ya no es una virtud, sino un problema.
- Emergencias mal gestionadas: la inundación en Bahía Blanca dejó expuesto al gobierno. Sin reacción, sin coordinación ni asistencia inmediata. La percepción fue clara: Estado ausente.
- Plan económico bajo fuego: ya no sólo lo critican los heterodoxos. Muchos economistas liberales y ortodoxos alertan sobre la sostenibilidad del ajuste, la recesión prolongada y la falta de plan productivo.
- Derrota política en el Senado: la negativa a aprobar los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla mostró los límites reales del poder presidencial. No alcanza con la voluntad.
- Inflación estable, pero alta: el discurso épico (“aniquilar la inflación”) ahora juega en contra. Si no la destruye, parece haber fracasado.
Para Milei, el control es su norte, su objetivo, su modo de ejercer el poder. Esa es su forma de liderazgo: no comparte, no modera, no negocia. Conduce.
En los primeros meses de 2025, ese control empezó a desdibujarse:
- El escándalo de LIBRA lo golpeó desde dentro.
- La pelea con Macri incomodó a propios y ajenos.
- El regreso de Cristina Fernández de Kirchner revitalizó al kirchnerismo y se subió a la escena con peso propio.
- El clima electoral impone una agenda paralela que Milei no domina por completo
- El periodismo que antes amplificaba ahora interpela.
- Las batallas simbólicas, como contra la educación pública, los jubilados o el movimiento “woke”, generan desgaste, no épica.
- La foto trunca con Trump, pensada como un golpe de efecto global, terminó siendo una postal vacía.
- El 3,7% de inflación mensual generó ruido.
Ya no alcanza con el relato, ni con la viralidad. No alcanza con la superioridad moral del "yo tenía razón". El poder se sostiene conduciendo. Y sin conducción, lo que se rompe no es el relato: es el propio Milei.
La salida del cepo es una gran noticia para el gobierno, audaz e impactante. Es borrón y cuenta nueva. Para volver a liderar, retomar el control y seguir conduciendo la esperanza.
Ganar en CABA fue un empuje grandioso para lograr el cometido de mostrar solidez y decisión, porque para Milei la conducción es tan relevante como el destino.