24 de septiembre 2024
18 de septiembre 2023 - 14:39hs

Como con la inflación o el dólar descontrolado, los argentinos venimos del futuro. Y también con el karma de Marcelo Bielsa.

Un hombre querible, culto y admirado. El estratega genial al que estudió Pep Guardiola. El que ya tiene una cancha bautizada con su nombre y un documental de su vida. El que emocionó hasta las lágrimas a los vascos inconmovibles del Athletic de Bilbao. El que hizo cantar “Mar celou Bi elsaaa” a los ingleses del Leeds United, y el único de los directores técnicos del planeta que en su perfil de wikipedia tiene un apartado bajo el título de filosofía.

Es que Bielsa, el Loco Bielsa como lo llamaban en su Rosario natal y aún lo siguen llamando en varias partes del mundo, ha instaurado una filosofía del fútbol. Un dogma poblado de salmos tácticos, de dinámica de lo impensado, de presión alta en la marca y de volantes internos o externos que pueden ser marcadores de punta o wines cerca del córner. Bielsa es la revolución del fútbol. El problema es que las revoluciones no siempre triunfan. Y sus fracasos suelen ser estrepitosos.

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Bielsa es la excitación de atacar siempre. Es la euforia de ver a los juveniles rápidamente en puestos de máxima presión. Es él sentado en una caja de madera al costado de la cancha, o haciendo un surco en el medio del campo por esa costumbre de caminar apurado de un extremo a otro para gritarle a sus jugadores. Son las conferencias de prensa con la mirada hacia abajo y la respuesta fulminante a los periodistas que lo incomodan. El mundo Bielsa no es apto para almas débiles.

Lleva el conflicto en la sangre. Tiene un hermano diplomático (Rafael) que ha llevado la relación de la Argentina con Chile al punto cercano de quiebre por sus bravatas. Y tiene una hermana dirigente política (María Eugenia) que debió dejar el gobierno kirchnerista porque le ladró a Cristina que no podía continuar en funciones si no confesaba que el peronismo había robado.

Y aquí viene la homilía después de esta introducción al universo Bielsa. Ese que empiezan a descubrir los uruguayos, hermanos del mate, de Gardel y del fútbol. No es que el Loco sea un mal técnico. Qué va. Es una gran biblioteca del deporte más excitante de la historia. El problema es que tantas emociones que vienen con el personaje se terminan volviendo insoportables.

No hay deporte más arriesgado que subirse a la montaña rusa emocional que siempre propone el Loco Bielsa.

Y aunque los resultados son apenas una fracción de los procesos humanos, en el fútbol no se puede construir una épica si los resultados no ayudan un poco. Y fueron las estadísticas, las malditas e injustas estadísticas, las que no acompañaron la novela de suspenso de Bielsa cuando pasó seis años al frente de la Selección Argentina.

En la montaña rusa emocional vas hasta arriba, pero bien arriba, y el carro se queda allí, suspendido en lo más alto para que puedas ver la gloria de cerca.

El Loco Bielsa agarró la Selección Argentina y armó unas eliminatorias de ensueño. Venciendo a todos, dejando al equipo al tope de la tabla, pasando por encima al poderoso Brasil en el monumental de Núñez para que todos despidiéramos a aquel festival donde brillaban la Bruja Verón, el Muñeco Gallardo, y hasta se daba el lujo de tener a los dos mejores centro delanteros del planeta: el Gran Omar Gabriel Batistuta y la joya juvenil, Hernán Crespo.

¿Cómo no íbamos a cantarles “que de la mano, del Loco Bielsa, todos la vuelta vamos a dar”?

Pero dimos la vuelta demasiado rápido. La peor vuelta de las últimas décadas. Nos volvimos del Mundial de Japón y Corea en la primera fase. No nos faltó nada. Apenas un triunfo miserable por 1 a 0 contra Nigeria.

Y después, lo peor. La derrota más humillante que podía tener la Argentina compadrita. Nos ganó Inglaterra, la que se quedó con las Malvinas y de paso con un gol de David Beckham, condenándonos a volver con la frente marchita antes de tiempo. Ni siquiera pudimos ganarle a Suecia en el estertor final en una madrugada que muchos jamás olvidaremos.

Parecía una pesadilla de la que teníamos que despertar. Pero era verdad. 

A las seis de la mañana nos encontramos afuera del Mundial, por primera vez en mucho tiempo en la fase de grupos.

Y por si no fuera ese suficiente castigo, el campeón mundial terminó siendo Brasil. El enemigo regional del mágico Ronaldinho y el del fenomenal Gordo Ronaldo. Ni siquiera nos quedaba el consuelo de la injusticia. 

La frustración del Loco Bielsa tuvo un segundo capítulo. Porque dos años después fuimos a Perú por la revancha en la Copa América, y la Selección de la dinámica mortífera llegó como favorita hasta la final con Brasil. Volvimos a vapulear a la verde amarelha, pero nos empataron en el último minuto y al final perdimos por penales.

La peor tragedia del fútbol, con su belleza injusta. No es culpa de Bielsa, todos lo sabemos, pero la canción del rosarino malhumorado y la Selección Argentina siempre sonará a tristeza.

Por eso, uruguayos queridos, lleven el entusiasmo bielsista con moderación.

Como nosotros hace dos décadas, vemos a los uruguayos enamorarse de la presión alta y de esos contragolpes fulminantes. De ese gol estéticamente inmejorable en el que combinan a altísima velocidad el crack del Madrid, Fede Valverde, el delantero sin techo del Liverpool que es Darwin Núñez y el olfato de Nico de la Cruz.

Se que empiezan a pensar en el Mundial 2026 y sé que se ilusionan. No lo quieren decir, pero los futboleros sabemos lo que se enciende adentro cuando vemos esas jugadas.

No te enamores, no, de aquel marinero bengalí, aconsejaba Miguel Abuelo. No se enamoren todavía del Loco Bielsa uruguayos porque el riesgo en el fútbol siempre es sufrir.

Los va a llevar hasta el cielo y es posible que desde terminen cayendo. Disfrutenló como a esas manzanas dulces que se empiezan a extrañar al minuto de haberlas tragado.

Pero, ¿qué les vamos decir los que también nos ilusionamos alguna vez? ¿Cómo no soñar con otro Maracanazo si además vienen de ser campeones con el Sub 20 en Buenos Aires?

El Loco Bielsa ya ejecuta su magia y juega con todos sus corazones orientales. No se puede ser neutral. Se está con Bielsa o contra Bielsa. Siempre ha sido así.

Las locuras bielsistas se suceden con vértigo. Manda a su hermana a acondicionar la cancha de entrenamiento. No entrega las convocatorias hasta el último minuto, y deja afuera a las leyendas como Lucho Suárez y Edinson Cavani. Para que la polémica y la guerra entre bielsistas y anti bielsistas se vuelva también una novela uruguaya.

Con humildad, les dejamos nuestro aporte. Nosotros ya vivimos todo eso. Ya nos peleamos con nuestros amigos y con nuestros hermanos para glorificar o para condenar al infierno al Loco Bielsa.

Ya leí a Breton y a Molière, ya dormí en colchón y en somier, nos canta el Cuarteto de Nos. Todo eso hicimos con Marcelo, y terminamos llorando bajito y de madrugada. Pero no nos arrepentimos porue, como los romances de adolescentes, fue lindo mientras duró.

Igual sé que tantas advertencias son en vano. Porque el corazón del fútbol es un músculo que se enamora fácil y los veo inflar el pecho cuando la Celeste mete una decena de ataques salvajes contra Chile en el Centenario.

Me hacen recordar al periodista argentino, Martín Rubinstein, que en las noches de la Selección dejaba su equilibrio profesional y agarraba su bandera argentina con la leyenda: “Bielsa, el tiempo te dará la razón”. Solo allí, en tantas tribunas argentinas, para pelearse con quien osara criticarlo al Loco.

Lo más probable es que, cuando pase el embrujo, el tiempo los devuelva a la realidad y al dolor más doloroso que es la derrota en el fútbol. Peor que el amor y el desamor. Peor que la muerte porque no tiene consuelo. 

Quizás hasta haya algún uruguayo que tome aquella bandera, la pinte de celeste, y siga diciéndole a Bielsa que el tiempo le dará la razón. Y es posible que el tiempo no les dará nada. ¿O sí?, ¿O les tocará a ustedes trepar al cielo en el tren de este sueño loco? Vayan y disfruten, y gocen, y vuelvan a sufrir.

Porque los argentinos ya nos enamoramos, y gozamos, y sufrimos. El Loco Bielsa es una enfermedad hermosa e incurable. Y ustedes, uruguayos queridos, ustedes, ya están contagiados.

 

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