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Aerofobia: ¿qué hay detrás del miedo a volar en avión?

Volar puede ser una experiencia tan aterradora como aburrida, y aunque el miedo a hacerlo puede partir de la irracionalidad y la desconexión con la realidad, se puede superar

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07 de febrero de 2020 a las 05:02

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El miedo puede despertarse por algo bien concreto. Un payaso, por ejemplo. O una araña. Pero también puede estar espoleado por conceptos más abstractos, más complicados de agarrar con los tentáculos de la mente. Lo imposible, lo inexplicable, entra en esta segunda categoría. Lo desconocido, lo que no tendría que existir o pasar por cuestiones lógicas pero igual pasa, también. Y en ese catálogo, al menos para aquellos que somos menos versados en el terreno de la aeronáutica, están los aviones.

Quienes entiendan más de física y afines quizás comiencen a revolear los ojos a partir de la próxima coma, pero ¿cómo es posible que un armatoste paquidérmico de acero que pesa cientos de toneladas agarre velocidad, levante vuelo y, sobre todo, se mantenga en el aire flotando y desplazándose a miles de kilómetros por hora? ¿Acaso alguien se puso a pensar en lo irracional de todo el asunto?

Por eso, no nos debería de sorprender que alguien nos mencione su temor a volar. Resulta lógico que a más de uno le aterre la experiencia. Que un temor más fuerte que la racionalidad le impida poner en práctica una de las formas de viajar más extendidas de todas. Claro, los números no juegan a favor del miedoso, pero hay que entender que tampoco hacen mucha mella en su pavor. Las noticias de los contados accidentes que suceden son realmente trágicas. Y para aquellos a los que la situación de estar una cinco o diez horas en el aire se les antoja infernal, ni siquiera los datos más contundentes –que demuestran una y otra vez que es el medio de transporte más seguro o con menos probabilidad de accidentarse– funcionan para aplacar el temor. Ni siquiera cuando hay webs especializadas en donde esto se puede chequear y rechequear.

Una de ellas es Flight Radar 24, en la que se puede hacer un seguimiento en tiempo real de todos los aviones que hay en el aire en este momento. Para que tenga una idea, se hacen entre 160 mil y 190 mil vuelos por día. Y para comparar la cantidad de accidentes en relación a estos números, puede visitar la web del Bureau of Aircraft Accident Archives, en donde encontrará que en 2019, por ejemplo, solo hubo 125 accidentes. La relación es, al menos, lejana. Ya debería darnos menos miedo el asunto, ¿no?

Trampas mentales

A las fobias no hay con que darle. Y si el miedo a volar es producto de una de ellas –que tiene nombre y de denomina aerofobia– y la experiencia de subirse a un avión no logra ayudar a superarla, está claro que hay que trabajar a un nivel más profundo. Porque a ver: si uno quiere viajar, medio que no hay mucha vuelta. Subir a un avión se va a tener que subir. Y seguramente la va a pasar mal.

El psicólogo uruguayo Álvaro Alcuri ha atendido varias consultas de este tipo en su carrera. Según establece el profesional, la respuesta está en que la mente le juega trampas al paciente, que no logra salir de lo que esta le propone y ni ver los datos duros y concretos de la realidad.

“Lo que hay que hacer en estos casos es, sobre todo, empezar a separar lo que dice la mente de lo que evidencia la realidad. La terapia es un trabajo conjunto en donde la gente aprende justamente a manejar su cabeza, que es algo que a priori el paciente no sospecha que puede hacer. Ya lo decían los hindúes hace cinco mil años: nuestra mente nos engaña siempre. En general, esto es recibido por el paciente como una novedad y con una sensación de que el riesgo que temen es real. Pero si nos ponemos a analizar los datos, quizás cruzar una calle de Montevideo sea bastante más riesgoso que subirse a un avión. La mente, de todas formas, tiene sus trampas, y uno vive irremediablemente dentro de ella”.

Alcuri ilustra a la fobia como una especie de casco de realidad virtual que quienes la padecen no pueden quitarse, y que no los deja ni siquiera empezar a creer en el mundo de los hechos. “En algunos casos, la persona ha aprendido más a creer lo que le dice su cabeza, que a lo que dice la realidad”, explica.

Lo más interesante del caso de la aerofobia es que es especialmente común y que está extendida a lo largo y ancho de la historia y la humanidad. No son pocas las personalidades destacadas que la sufren o la sufrieron, empezando por el escritor colombiano Gabriel García Márquez, que hasta escribió un pequeño texto sobre el tema en 1980 en El País de Madrid, titulado Seamos machos: hablemos del miedo al avión. Allí, entre otras cosas, el autor de Crónica de una muerte anunciada cuenta algunas peripecias a bordo de distintas aeronaves en las que le había tocado subir.

“(…) el buen miedo al avión no tiene nada que ver con las catástrofes aéreas. Picasso lo dijo muy bien: «No le tengo miedo a la muerte, sino al avión». Más aún: hubo muchos temerosos que perdieron el miedo al avión después de sobrevivir a un desastre. Yo lo contraje como una infección incurable volando a media noche de Miami a Nueva York, en uno de los primeros aviones a reacción. El tiempo era perfecto y el avión parecía inmóvil en el cielo, llevando a su lado esa estrella solitaria que acompaña siempre a los aviones buenos, y yo la contemplaba por la ventanilla con la misma ternura con que Saint-Exupery veía las fogatas del desierto desde su avión de aluminio. De pronto, en la lucidez de la vigilia, tuve conciencia de la imposibilidad física de que un avión se sostuviera en el aire, y me juré que nunca volvería a volar”.

Como bien cita García Márquez, Pablo Picasso también le tenía pavor a subirse a uno de los pájaros de metal, y a esta lista de ilustres miedosos también le podríamos agregar los nombres de Carlos Fuentes, Jorge Amado, Luis Buñuel y Orson Welles, que tiene una famosa frase en la que dice que en el avión solo son posibles dos emociones: “el aburrimiento y el terror”. Y claro: en la ficción no podemos dejar afuera al personaje de Mr. T en Los magníficos, sobre todo cuando en los controles del aparato volador estaban en manos del loco de Murdock.

Hay ciertas estrategias que quien tenga terror a los aviones e igual se tenga que enfrentar a unas cuantas horas de vuelo puede poner en práctica para alivianar el horror. En 2018, Clarín publicó una entrevista con Claudio Plá, un psiquiatra especializado en la aerofobia que incluso ofrece un curso para superarla por Skype. En la nota, Plá establece una serie de pequeños consejos que comienzan con la implementación de ejercicios de respiración, relajación y técnicas de distracción, que se pueden reducir a algo tan sencillo como leer. Y si el nerviosismo persiste, ahí recién entra en acción uno de los mecanismos más populares: los fármacos recetados por un especialista. Pero como pasos previos, Plá también recomienda llegar al vuelo descansado, sin hambre y con tiempo. Y evitar las despedidas largas y cualquier tipo de “emocionalidad negativa”.

En fin, no vamos a dejar de volar. De hecho, el cielo nos fascinó desde el principio, desde antes de que Dédalo mandara a Ícaro al sol con alas de cera, y seguirá ejerciendo esa atracción hasta quién sabe cuándo. Está claro que cada vez habrá más vuelos, más horarios, más aviones, más tecnología y más posibilidad de morir también, pero será porque viajaremos más. O quizás todo se vuelva tan seguro que los accidentes se reducirán al mínimo. Todo puede pasar. Lo que tiene que entender, si es aerofóbico y no puede concebir pasar tantas horas en el aire, es que en pocos lugares estará más seguro que en un avión. Puede que, mientras camina por el túnel de cristal que lo lleva a del aeropuerto a la cabina, piense que se está metiendo en un ataúd con alas, pero nunca estará tan equivocado como en ese momento. Piense, mejor, que tiene las mismas chances de morir que de sacar el 5 de oro.

O, ¿sabe qué? Mejor piense en otra cosa. Y quédese, mentalmente, con los pies en la tierra.

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