Aplicaciones que ofrecen "servicios de mamá" se están apoderando del hogar

Se están realizando grandes inversiones en los servicios que reproducen el trabajo que los padres normalmente realizan para los niños pequeños

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29 de agosto de 2019 a las 15:36

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Hace tres semanas, choqué una bicicleta en contra de una de las vías del teleférico que atraviesan North Beach en San Francisco. Destrocé la bicicleta y me rompí el pie.

La idea de pasar muchas semanas en muletas era bastante sombría, especialmente porque vivo en la cima de una de las colinas más altas de la ciudad. Me imaginé encerrada en la casa, mirando por la ventana durante días, como Emily Dickinson con una cuenta de Uber Eats.

La buena noticia para los repentinamente incapacitados es que San Francisco es el hogar de docenas de compañías tecnológicas respaldadas por capital de riesgo que compiten por llevar a cabo las tareas más pequeñas para cualquier persona con acceso a un teléfono inteligente y una tarjeta de crédito.

Uber Eats es sólo el comienzo. Si no tienes las manos libres para lavar la ropa, puedes descargar una aplicación de lavandería y alguien vendrá a tu casa, recogerá tu ropa sucia y te la devolverá limpia y doblada.

Las aplicaciones de transporte privado te llevan de puerta a puerta. Los servicios de entrega de comida te traen la cena. Si necesitas alimentos, Instacart envía a alguien al supermercado con tu lista de compras. TaskRabbit te manda a alguien que puede arreglar cualquier cosa dentro de la casa. Amazon y Postmates te entregan cosas. Handy te envía a alguien que puede limpiar tu casa.

Este ecosistema de aplicaciones de servicios a domicilio también es conocido como ‘servicios de mamá’ después de que un usuario de Twitter llamado Aziz escribió en 2015 que la cultura tecnológica de San Francisco parecía estar enfocada en resolver un problema: ¿qué es lo que mi madre ya no está haciendo por mí?

Es más preciso y menos sexista decir que estas aplicaciones están replicando el tipo de trabajos que los padres realizan para sus hijos pequeños, pero es cierto que todavía se invierten grandes sumas de dinero en compañías de servicios.

Pensemos en el lavado de ropa. Los apartamentos urbanos en EEUU a menudo no tienen lavadoras. Si tienes suerte, tu edificio tendrá máquinas compartidas en el sótano. De lo contrario, tendrás que cargar tu ropa a la lavandería. Por lo tanto, la limpieza de la ropa sucia se ha convertido en un problema popular que están intentando resolver nuevas empresas como Rinse.

Los servicios de compras de ropa también han despegado. Stitch Fix afirma haber inventado un algoritmo que puede evaluar tu estilo y seleccionar atuendos que se ajustan a él. Le Tote en San Francisco te envía ropa alquilada por una tarifa de suscripción. Dufl empacará una maleta de viaje y la enviará a tu hotel.

La razón por la que tantas compañías ofrecen hacer este tipo de trabajos no se debe a que los habitantes de las ciudades de San Francisco son demasiado consentidos para hacer sus propias tareas, sino porque los inversores tecnológicos adoran las plataformas.

Como señaló Harvard Business Review este año en un ensayo sobre el auge de las plataformas, sus servicios se vuelven más valiosos conforme aumenta el "espesor" del mercado. Cuanto más grandes se vuelven, más indispensables se vuelven en ambos lados de la transacción. Es por eso que los inversores están dispuestos a subsidiar los servicios.

Las plataformas actúan como intermediarias para que los grupos se reúnan y negocien de formas que serían difíciles sin ellas. Al intermediar entre clientes y empresas, las empresas pueden obtener un porcentaje de cada transacción. Esto se extiende más allá de las tareas diarias. Rubicon está tratando de vincular a los recolectores de basura con las ciudades. Uber, la aplicación de transporte privado, quiere mediar en el sector de transporte médico.

Uber, que probablemente es la plataforma de consumo más conocida, apuesta por un futuro en el que los clientes obtendrán casi todo lo que necesitan a través de una aplicación. Una de las últimas ideas de la compañía, por ejemplo, es un tipo de servicio deprimente en el que las personas en los restaurantes piden su comida en línea en lugar de tener que hablar con un camarero.

No estoy en posición de juzgar a nadie. Mi uso de estas aplicaciones ha sobrevivido a mis muletas y puedo imaginarme descargando la aplicación de restaurante de Uber para ahorrar unos minutos.

Una vez, cuando estaba aburrida de estar acostada mientras mi pie se curaba, pedí que me entregaran un solo café a mi apartamento. Me costó US$11 y valió cada centavo, incluso aunque hizo que me diera cuenta de hasta qué punto me he vuelto una mocosa consentida del siglo XXI capaz de exigir que me traigan a mi puerta lo que yo quiera.

Pero esos US$11 están subsidiados por las compañías como Uber que pierden dinero y por los trabajadores que no tienen ni los derechos ni las protecciones que se les debe ofrecer a los empleados. Fue agradable mientras duró (al menos para los usuarios), pero las aplicaciones de servicio a domicilio eventualmente tendrán que comenzar a cobrar precios reales.

 

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