No hay novedad: hace calor y Montevideo, habitualmente muy benevolente durante el verano, se transformó, por estos días, en un infierno que no da tregua. El cuerpo, con menos energía, muy sudoroso, incómodo, no encuentra ropa que se adapte a las temperaturas insoportables. Los trayectos en ómnibus pasan a ser un suplicio, las esperas en la calle, eternas. Todo lo que implica movimiento se torna en algo que se parece a una odisea. Hay, por ende, pocos refugios. La mayoría de ellos están vinculados a espacios con potentes aires acondicionados: shopping centers, cines, supermercados de grandes superficies, bancos y, por supuesto, las oficinas del trabajo donde, por primera vez, no hay discusiones sobre la temperatura. Pero cuando el sol se calma, la temperatura es un tanto más amigable y la jornada laboral llega a su fin hay una alternativa que funciona como un oasis fresco, sabroso y dulce. El helado, aliado perfecto de los días de calor en la ciudad (y también los balnearios), aparece como un asilo para el paladar que, evidentemente, no tolera alimentos demasiado suculentos.
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