Diego Battiste

Con la derrota del Frente, Alberto Fernández siente que pierde un aliado fundamental

El presidente electo argentino había apostado por una victoria de Martínez como parte de la conformación de un nuevo eje regional. El nuevo panorama lo obliga a recalcular su estrategia

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05 de diciembre de 2019 a las 13:58

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No por casualidad, el primer viaje al exterior que hizo Alberto Fernández tras haber sido designado como candidato presidencial fue a Uruguay. Y no por casualidad la primera foto fue junto a José Mujica.

Habían pasado escasos días desde que Cristina Kirchner sorprendiera a todo el ambiente político al resignar su candidatura y apuntar a Fernández, que desde entonces empezó a ser visto como el futuro presidente argentino.

Y Fernández se abocó a lo que entendió era su tarea prioritaria: convencer a los argentinos y al mundo que tenía un perfil y una postura política propias, diferenciada de las que había tenido la ex presidenta.

Una de las facetas más cuestionadas de Cristina había sido, precisamente, la política exterior, en la que se había tensado la relación con Estados Unidos y los líderes de la Unión Europea, al tiempo que se estrechaban vínculos con China, Rusia e Irán. Y, por supuesto, en América latina el principal aliado pasó a ser Venezuela.

El macrismo no se cansó de mostrar en la campaña electoral el video en el cual Cristina condecoraba a Nicolás Maduro. Y buena parte de los debates giraron en torno al riesgo de que con un regreso del peronismo al poder se arriesgaba un aislamiento internacional del país.

En consecuencia, para Fernández se transformó en una prioridad mostrar una vía alternativa, que diera la pauta de una postura de izquierda moderada y democrática, equidistante de “la derecha neoliberal” -representada por Chile y Brasil- y de los excesos antidemocráticos que se veían en Venezuela y Nicaragua.

Qué mejor, para reafirmar ese perfil, que mostrarse junto a Mujica. Para los políticos argentinos, Uruguay suele ser un ejemplo de convivencia democrática, de sensatez y progresismo, un lugar donde las desavenencias se resuelven sin extremos violentos. Y, para la izquierda en particular, el Frente Amplio es un modelo de construcción política y de coherencia al que todo el tiempo se toma como referencia.

Para Alberto Fernández, aparecer junto a Mujica, para quien no escatima elogios –lo llamó “maestro” y “fuente de inspiración”- implicaba todo un mensaje. Trataría de alinearse con ese modelo de izquierda y no con el “eje bolivariano”, del que se mostró distante.

Fernández adoptó la postura uruguaya, en el sentido de mostrarse crítico de Venezuela pero sin llegar al extremo de reconocer a Juan Guaidó como presidente ni, mucho menos, de insinuar una solución que implicase una intervención militar externa.

Camilo dos Santos

Una apuesta con efecto boomerang

Desde aquella visita de mayo, el candidato argentino acentuó ese vínculo con Uruguay. Compartió actos y conferencias con Mujica de este lado del río. Apoyó el pedido frenteamplista para que los residentes en Buenos Aires cruzaran –con pasaje subsidiado- para votar a Daniel Martínez. Y también, ya electo presidente, visitó Montevideo para manifestar explícitamente su adhesión al candidato frenteamplista.

"Han logrado tener un Uruguay más equitativo, que ha crecido. Uruguay en 2005 tenía 40 puntos de pobreza y hoy tiene 8 según la CEPAL. Es una prueba de lo que ha hecho el Frente Amplio en todos estos años", mencionó Fernández a modo de elogio.

A la vista de los resultados, es posible afirmar que ese apoyo de campaña pueda haber tenido un efecto boomerang. La estrategia de Martínez, en el sentido de asimilar a las propuestas de Luis Lacalle Pou con la política económica de Mauricio Macri, tuvo como correlato que el Frente Amplio quedara emparentado con el kirchnerismo, algo que no resultó buen negocio desde el punto de vista electoral.

Pero en esta hora de derrota para la izquierda uruguaya, los lamentos no se limitan a los partidarios de Martínez, sino que también se sienten de este lado. El principal afectado es Alberto Fernández.

Y de hecho, los analistas políticos argentinos no dudan en señalar como un error el involucramiento del presidente electo argentino en la campaña uruguaya.

“Fue una elección muy floja de política exterior ir a apoyar al partido que ya se sabía que perdía en Uruguay y no tenía que meterse”, opinó el analista internacional Luis Palma Cane, para quien Fernández “se subió a un tren regional que ya perdió velocidad, porque, por ejemplo, Piñeira no cae, y se fue Evo Morales”.

En la misma línea, Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, observó: “Puede haber sido algo innecesario y a lo mejor poco prudente. Su participación en la campaña uruguaya puede dejar resquemores entre dos presidentes, en caso de ganar el candidato opositor uruguayo”.

Y acota Fraga: “Es cierto que Lacalle no parece una personalidad política proclive a crear conflictos innecesarios en las relaciones internacionales, pero no debe olvidarse que el uruguayo es ´una combinación de sencillez y altivez´ que debe ser asumida en su particularidad y complejidad”.

Sin aliados a la vista

Lo cierto es que el sueño de Fernández había sido liderar un nuevo eje progresista junto a Martínez, a Evo Morales y a los que se fueran sumando, habida cuenta de la endeble posición de los gobiernos “neoliberales y del retorno a la arena política de Lula en Brasil.

Pero en pocas semanas todo parece haber cambiado. Tras la traumática salida de Evo Morales de Bolivia y con la aparente normalización de la situación en Ecuador y Chile, el presidente electo argentino ve cómo el panorama regional que había imaginado hace escasamente un mes empieza a cambiar radicalmente.

De estar rodeado por gobiernos con los que comparte cierta visión de la realidad latinoamericana, pasó a sentirse en soledad, a contramano de una región que se “derechiza”.

El caso de Uruguay es particularmente significativo: implica nada menos que la pérdida del principal aliado político en la región. Que no sólo es importante por cercanía, por lazos históricos y por afinidad ideológica, sino también por el eventual papel de árbitro que Uruguay podrá jugar en el Mercosur.

De hecho, uno de los principales desafíos de Alberto Fernández en el arranque de su gestión será el manejo de la relación bilateral con Brasil, luego de los tensos cruces verbales con el presidente Jair Bolsonaro, que llegó al extremo de amenazar con aislar a Argentina del Mercosur.

El acto de asunción de Fernández el 10 de diciembre será todo una metáfora de la nueva situación. No asistirá Bolsonaro, que tampoco quiso enviar a su vicepresidente. Como representante oficial de Brasil estará un ministro de segunda línea. Pero en cambio, estará Lula sentado en primera fila.

También fue invitado Evo Morales –a quien Fernández ofreció asilo permanente en Argentina- y, naturalmente, han sido invitados Tabaré Vázquez y José Mujica. El presidente electo uruguayo confirmó que su par argentino también lo invitó y que viajará con el presidente Vázquez.

En este contexto, Fernández se queda sin aliados en la región, a excepción de México. Tampoco fue casualidad que la nación azteca fuera el primer destino elegido como visita luego de haber sido confirmado como presidente en las urnas.

Es el último exponente de esa izquierda moderada y democrática con la cual el presidente electo argentino quiere ser identificado. Abundaron los gestos de cercanía con el gobierno de Andrés López Obrador, pero lo cierto es que México es muy lejano, en todo sentido.

La realidad argentina es muy diferente, porque México, más allá de la retórica de López Obrador, mantiene su economía estrechamente ligada a la de Estados Unidos y todos los analistas dudan que pueda pasar a ocupar el lugar de Brasil como principal socio económico de Argentina.

Y, desde América del Norte, al gobierno mexicano le resultan muy lejanas las rencillas internas del Mercosur. La agenda que tiene por delante Fernández en el bloque luce complicada: durante la campaña fue un duro crítico del acuerdo con la Unión Europea, y ahora se vislumbra otra pelea con Bolsonaro por la inclusión de cláusulas de proteccionismo comercial para defender a la tambaleante industria argentina.

Y, naturalmente, el otro desafío de la política exterior para Alberto Fernández será el de reinventar el vínculo con Uruguay.

Por lo pronto, ya se apuró a destacar que conoce a la familia Lacalle desde hace años y que tiene buen vínculo con los padres del futuro presidente uruguayo.

“La relación personal es óptima. Cuando visité a Martínez dije expresamente que si ganara Lacalle la relación sería tan buena como si ganara Martínez”, dijo Fernández a la prensa argentina.

Una frase que no convenció a todos, después de la apuesta que el presidente electo argentino hizo por el Frente Amplio. Pero aun así, la mayoría de los analistas creen que no habrá desavenencias graves en la relación bilateral. Después de todo, Fernández tiene vivo el recuerdo de su anterior paso como jefe de gabinete, un período en el cual estalló el conflicto por la instalación de la industria de celulosa en Fray Bentos.

Por lo pronto, para encauzar la relación cuenta con la ayuda de alguien a quien el propio Lacalle Pou definió como “un muy buen amigo en común”. Se trata de Francisco Bustillo, quien ocupó la embajada uruguaya en Buenos Aires, precisamente en aquellos años agitados en que Néstor Kirchner era presidente y Alberto Fernández el articulador político.

De aquella época, el ahora mandatario electo sacó enseñanzas sobre errores a evitar. Y sabe que, para los tiempos que se vienen, Argentina no puede darse el lujo de perder a Uruguay como aliado, cualquiera sea el color político del nuevo presidente oriental.

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