Hoy iMac es un nombre obvio. Pero incluso cuando en 1997 Steve Jobs consultó al publicista Ken Segall para bautizar el producto del que dependería sacar del caos a Apple, la solución ya cargaba con cierto “aire de obviedad”.
La nueva computadora de mesa para el hogar presentaba un diseño radical. Tenía todos los accesorios integrados en un solo bloque de hardware, potenciaba el estándar USB y eliminaba para siempre las unidades de disco de 3,5. Solo algo faltaba: un buen nombre. Un nombre perfectamente simple.
“Estamos apostando la compañía a esta computadora. Necesita un gran nombre”, dijo Jobs a Segall, sin gran parsimonia. En
su web, el entonces responsable de TBWA, empresa a la que Apple encargó la campaña publicitaria del nuevo producto, cuenta que él y su equipo plantearon cinco nombres, entre los que se encontraba el que amaron.
Qué tendrá ese nombre
Cada opción venía con una presentación que explicaba por qué era un buen nombre. “Para iMac, era obvio todo a cerca de la ‘i’. Lo más importante es que representaba internet. Pero también representaba otros valores con esa letra, como individual, imaginación”, explica Segall.
Además, con la “i” se construía una base sólida para nombres de productos futuros, como fueron iPod, iPhone, iPad, iCloud e iTunes. También evitaba la “horrible elección” que hubiera significado el nombre que Jobs tenía en mente: MacMan.
La dicha de lo obvio
Segall hace hincapié en la importancia de nombrar el producto. “Es el primer paso –y podría decirse que el más crítico– para construir una relación con los consumidores”. Es prefiere decir iPod antes que ZipMaster XLZ-500CSS MP3 Player, bromea el publicista.
A veces un nombre se siente correcto, pero también obvio, continúa el exresponsable de TBWA. El truco, insiste, está en reconocer si eso significa que es aburrido o si se trata de la solución ideal.