Camilo dos Santos

Ecuador puso los sombreros, Bolsonaro se llevó los aplausos y Piñera dejó un "que Dios lo bendiga"

En el atribulado"barrio" regional, el cambio de mando en la más pequeña, pero sólida, democracia es una bocanada de esperanza

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02 de marzo de 2020 a las 05:01

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En un par de pancartas se repudiaba al presidente de Chile,otras pintadas apresuradas llamaban al de Brasil por sus fobias; otra tela, frente del palacio legislativo, pedía solidaridad para Venezuela, Cuba y Nicaragua, a cuyos gobiernos no se les cursó invitación. Y allí se quedaron, solitarias, íngrimas, mientras la gente aplaudía la llegada de las delegaciones internacionales que vinieron a festejar el relevo democrático en Uruguay.

No es para nada una fiesta menor: el traspaso de mando es un incordio en Sudamérica: de Bolivia a Ecuador, de Argentina a Brasil. Ni hablar de Venezuela.

Entre todos los aplausos, los más bulliciosos fueron para Jair Bolsonaro, que a su arribo al Palacio rompió el protocolo y llegó, con los encargados de seguridad tras él, hasta la valla que contenía a la gente, entre las avenidas De las Leyes y Libertador.

Igual pasaría unas cuantas horas después al finalizar el acto en la Plaza Independencia, donde un sonriente y afectuoso Tabaré Vázquez le puso la banda presidencial a Luis Lacalle Pou. Un grupo de compatriotas de Bolsonaro, con varias banderas extendidas, convocaron  la atención del mandatario. “Mito, mito”, gritaban a todo pulmón, llamándolo por un apelativo que identifica a sus seguidores.

Camilo dos Santos

Él esbozó su sonrisa más ancha, alzó los brazos, saludó a su público y siguió hacia el Palacio Estevez, la antigua casa de gobierno, para el saludo de rigor al presidente ya en funciones.

Antes, el selecto grupo de invitados internacionales, con Felipe VI imponiendo sus casi dos metros de altura, presenció en primera fila, bajo un inclemente sol veraniego, el traspaso de mando. La embajada de Ecuador dispuso acompañar a su delegación con los famosos sombreros Panamá, que en verdad tienen origen en este país de la mitad del mundo, para cubrir las cabezas de sus miembros, empezando por la del vicepresidente Otto Sonnenholzner. 

Pero los sombreros fueron pasando de cabezas, primero sobre la blanquísima de Sebastián Piñera y, cómo no, la de Bolsonaro.  El Rey de España soportó estoico el calor, al igual que Luis Almagro, el secretario general de la OEA, clima que conoce por obvias razones. También el político.

Almagro en breve comentario para El Observador felicitó a Luis Lacalle Pou por su discurso. “Se ve que va a ser un presidente cercano a la gente”. 

De partida la misma noche del domingo, Almagro, que aspira a la reelección en la OEA, observó en lo dicho por el nuevo presidente uruguayo las líneas de acción para los próximos años expuestas “de manera muy clara y con conocimiento de su país”.

Destacó a las personalidades políticas uruguayas “comprometidas con el sistema de gobierno” actual y recordó que la institucionalización del país “va más allá de las diferencias ideológicas y de la alternancia”

Almagro, excanciller del gobierno de José Mujica (2010-2015), fue expulsado  del Frente Amplio en 2018 en medio de críticas de dirigentes por la postura que tomó en el organismo panamericano ante la crisis venezolana.

La elección en la OEA será el 20 de marzo y el ganador deberá obtener al menos 18 votos de los 34 países miembros, debido a que el requisito es la mayoría simple.

Mientras los allegados al secretario de la OEA confían en contar con los votos para la reelección, el nuevo gobierno uruguayo explicitó su apoyo a Almagro en enero a través de un tuit de Ernesto Talvi, el por entonces canciller designado por Lacalle Pou.

Sebastián Piñera  se retiraba discreto del Palacio Estevez al final de esta tarde del domingo cuando accedió a comentar lo que había presenciado. 

“Fue un acto emocionante y lleno de simbolismo democrático”, dijo.

Sometido desde octubre pasado a fortísimas presiones derivadas de la aguda crisis de su país, el mandatario chileno dejó, al final, ese “que Dios lo bendiga”, que es un mensaje de un hombre probado en el ejercicio del poder, a otro que inicia su tránsito y que, como dijo al cerrar su sucinto discurso en la Plaza Independencia, asume “toda la responsabilidad”.

 

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