OSCAR DEL POZO / AFP

El enigma peruano

Hemos asistido a una canibalización de la política peruana, donde al otro hay que destruirlo políticamente

Tiempo de lectura: -'

11 de junio de 2021 a las 05:00

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Escribimos estas líneas mientras en Perú se demoran los resultados oficiales —después de que Keiko Fujimori impugnara unos 200 mil votos—, el escrutinio aún favorece por escasas décimas al candidato de extrema izquierda Pedro Castillo y lo más probable es que en breve sea proclamado presidente electo.

Eso nos da tiempo para unas breves reflexiones en caliente, a la vista de lo que parece ser el colofón inevitable de esta amarga contienda.
Al final, ni las advertencias lanzadas desde los medios de comunicación, ni la mediocridad exhibida por el elenco de Castillo, ni las apelaciones al principio aristotélico del “mal menor” por parte del Nobel Mario Vargas Llosa han sido suficientes.

En nuestra columna anterior hablábamos de un país dividido, de dos mitades irreconciliables entre Lima y el interior andino. Es una diferencia tan abismal, en lo cultural, en lo económico y en lo demográfico, que hablábamos entonces de dos países. Y ha ganado el Perú que en los últimos 30 años había sido postergado, invisibilizado, silenciado, como quien pone el televisor en “mute”, para que sea fondo, mientras se aboca a otras tareas más importantes.
Por eso han decidido mandarles a Lima a uno de los suyos, a ver si se espabilan. Un llamador, empero, que podría traer consecuencias nefastas para el Perú. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.

Problemas menos profundos

La realidad es que los problemas de la democracia peruana van bastante más allá de lo que podríamos llamar las “fallas de origen” del país. Lo hemos dicho en cada elección peruana durante los últimos 20 años: el problema allí no son los comicios (prácticamente, un modelo de acto eleccionario), ni la calidad de sus instituciones. Aunque bien les habría venido restituir la bicameralidad al Legislativo tras la caída de Alberto Fujimori en 2000. De ese modo podrían haberse evitado abusos como los de la bancada fujimorista durante el último quinquenio.    

Lo más nocivo ha sido la crisis de los partidos políticos. Estos fueron diezmados bajo el régimen de Fujimori y luego no han vuelto a ser ni la sombra de lo que una vez fueron, en un sistema donde abundan los llamados partidos “vientre de alquiler” y los candidatos sin partido, donde se juntan el hambre y las ganas de comer como si fuera lo más normal.

Luego está el penoso papel que han jugado los medios de comunicación. Los últimos dos meses, desde la primera vuelta electoral, trataron de evitar a toda costa el triunfo de Castillo. Pero ya era tarde. Se habían pasado los últimos cinco años en una operación demolición de Keiko Fujimori y ya no había nada que hacer.

En general, el ejemplo que ha dado ese establishment limeño, compuesto por la clase política, el empresariado y los medios de comunicación, ha dejado bastante que desear; se han normalizado las destituciones presidenciales y las disoluciones del Congreso como si fueran parte del legítimo juego democrático y, peor aun, los encarcelamientos de los políticos rivales del poder de turno mediante el abuso de la prisión preventiva.

Hemos asistido así a una canibalización de la política peruana, donde al otro hay que destruirlo políticamente, hay que lincharlo mediáticamente y encerrarlo físicamente; si es posible, para siempre. Y si se suicida, ¡tanto mejor!

La institucionalidad abusada

Además de la despartidización de su democracia, el otro problema de Perú no ha sido, como decía, la calidad de sus instituciones, sino el abuso de esa institucionalidad por parte de funcionarios inescrupulosos: superfiscales, supuestamente “anticorrupción”, que piden y obtienen prisiones preventivas abusivas contra líderes políticos; presidentes, también supuestamente “anticorrupción”, que hacen cerrar el parlamento. Y todo con el beneplácito de los grandes medios.  En la primavera de 2019, para cualquier extranjero resultaba por completo surrealista escuchar a periodistas y ver a medios de primera línea defendiendo que “el Congreso ha sido cerrado en forma legítima” y otros disparates por el estilo. 

Por último, dentro de esos abusos de autoridad, tenemos la discrecionalidad de los órganos electorales, que habilitan e inhabilitan candidaturas y partidos a su antojo en pleno proceso electoral. En esta elección, sin ir más lejos, habilitaron, inhabilitaron y luego volvieron a habilitar candidaturas como las de Hernando de Soto y George Forsyth en plena campaña, a escasas semanas de los comicios.

Y a propósito de la despartidización del sistema político, también dejaron fuera de contienda a un partido histórico como el APRA por un tecnicismo con olor a revancha.  Así no puede funcionar ninguna democracia verdaderamente sana. ¿Cómo no va a ganar después cualquier improvisado? Todo poder tiene un límite. Y cuando se analiza fríamente, han sido diez años de una desmesura política e institucional espeluznante.

La política peruana se había convertido en una pelea de monstruos deformes y rarezas humanas dentro de un laberinto de espejos como atracción de un parque de diversiones para unos cuantos. No es de extrañar entonces que ante ese espectáculo que el establishment ofrecía desde Lima, el interior haya decidido votar por un outsider. Un maestro, un tipo totalmente por fuera de la rosca limeña, lo más alejado posible de ese freak show no apto para gente con necesidades vitales.
 

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.