AFP

El karma insoportable de Alberto Fernández

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05 de marzo de 2021 a las 05:01

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Karl Popper, el gran teórico de la democracia del siglo XX, sostenía que el principio fundamental de toda política democrática debe ser proteger a todo trance las instituciones políticas que hacen imposible el advenimiento de una tiranía. Esto, por supuesto, implica para un primer mandatario no atacar ni hacer amenazas, abiertas o veladas, a otros poderes del Estado. El presidente argentino, Alberto Fernández, o no leyó a Popper, o le tiene sin cuidado la buena salud del sistema democrático. 

Fernández vive permanentemente enfrentado con el Poder Judicial de su país, el que –asegura-- está “en crisis”; y a menudo le da por hacer declaraciones extemporáneas y envenenadas contra el presidente de la Suprema Corte, contra los fiscales y contra los jueces que, según él, “politizan la justicia y judicializan la política”.

En los últimos días, el mandatario argentino ha vuelto recargado con sus ataques y alusiones a la Justicia. Ya desde México había lanzado desafiante su menosprecio vía satélite: “Terminemos con la payasada”, dijo, dirigiéndose a los fiscales y jueces que entienden en las denuncias presentadas por el escándalo de la “vacunación VIP” contra el Covid-19 en su gobierno.

Ha sido precisamente este escándalo --que le costó su ministro de Salud y el debilitamiento de su imagen pública-- lo que aparentemente ha vuelto a crispar el saltarín y calentón sistema nervioso del presidente argentino. Pero sobre todo, lo que lo ha orillado a buscar refugio en los sectores más duros del kirchnerismo, digitados por la vicepresidenta Cristina Kirchner desde la Presidencia del Senado y, más aun, desde su conocida usina de poder: el Instituto Patria. Justo cuando Alberto Fernández parecía poco a poco distanciarse de la vicepresidenta y empezar a hacer pie en el mar proceloso de la política argentina, le cae el escándalo de la vacunación irregular en el Ministerio de Salud, dejando en evidencia el desparpajo en el uso y abuso de los privilegios para acceder al antídoto en medio de una pandemia que se ha cobrado la vida de 52 mil argentinos.

Esto para un gobierno -y un sector del peronismo- que se proclama sin rubores abanderado de los pobres y de los menos privilegiados, ha sido un golpe demoledor.

Así pues, Alberto debió volver a la querencia a lamerse las heridas. 

Y regresar bajo el manto de Cristina es siempre regresar a la lógica de la confrontación, el pan de cada día del kirchnerismo duro, su razón de ser en política. Y como todos sabemos, el pleito casado más urgente que ahora mismo tiene Cristina es con la Justicia, donde pretende que se le anulen las múltiples causas en que está procesada; pero que resulta una tarea hercúlea, incluso para un presidente (siempre que este sea democrático, desde luego).

Para ello el gobierno ha debido diseñar una completa reforma judicial que le daría mayor control sobre los jueces y le permitiría nombrar a un alto número de magistrados y fiscales adictos. Se trata de un megaproyecto institucional que parece algo inopinado acometer en un contexto de pandemia y con infinidad de problemas urgentes por resolver en la administración. De hecho, el proyecto de reforma parecía haber perdido fuelle desde fines del año pasado, y algunos soñaban con que el presidente lo dejaría morir. 

Pero renovadas sus credenciales kirchneristas, Alberto Fernández detalló uno a uno los proyectos más resistidos de la reforma de Justicia en su discurso del 1 de marzo ante el Congreso (donde volvió a decir que “el Poder Judicial de la Nación está en crisis”) y pidió a los diputados que los votaran.

La lógica de confrontación cristinista comprende, además de la Justicia, la prensa y la oposición. Y Alberto no decepcionó: en su discurso, habló de “hechos llamativos que día a día asoman en el mundo judicial y que de modo muy cuidadoso los grandes medios de comunicación ocultan”.

Por supuesto, también tuvo palabras duras para con los propios ministros de la Corte Suprema, a quienes acusó de practicar el corporativismo para continuar en sus cargos más allá del límite de edad. La bancada camporista y otros legisladores del núcleo duro del kirchnerismo lo aplaudían a rabiar cada vez que el presidente atacaba a uno de estos tres integrantes del eje del mal: Justicia, oposición y prensa.

Pero lo que definitivamente motivó la ovación de pie de estos y sus vítores de aliento y frenesí, fue cuando anunció que entablaría una “querella criminal” contra el gobierno de Mauricio Macri por la deuda con el FMI; lo que Fernández considera una “malversación” de capitales que, según él, luego fueron “fugados” del país por “los amigos de Macri”. Un disparate que no tiene forma de nada; más allá de que el endeudamiento del gobierno Macri con el Fondo haya sido, en efecto, un error garrafal y que su desembolso haya estado en su momento espoleado por Donald Trump para garantizar la reelección de Macri en Argentina.

La correa de Alberto parece siempre demasiado corta. Sin carisma ni arrastre propios, tarde o temprano debe volver adonde están los votos duros, las lealtades permanentes. 

Y en ese proceso, siempre termina atacando todo aquello que Popper recomendaba cuidar para no debilitar el sistema democrático. l
 

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