ARGENTINIAN PRESIDENCY / AFP

El largo invierno argentino

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10 de julio de 2020 a las 05:00

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Lo que la mayoría se pregunta hoy de este lado del río trae algún eco angustioso del pasado: ¿qué va a ocurrir finalmente con la Argentina?

A fines del año pasado tras la victoria de Alberto Fernández, muchos pensamos –me incluyo— que sería diferente a la expresidenta, entonces reciclada en compañera de fórmula, Cristina Fernández de Kirchner. Un tipo más moderado, supuestamente de mejor trato con los medios y aparentemente más tolerante a la crítica y a las diferencias políticas, era de esperar que encabezase un gobierno menos confrontativo, más transparente y respetuoso de las libertades. En suma, más republicano y menos autoritario-populista.

El propio Fernández había hecho campaña como el candidato contemporizador que venía a “cerrar la grieta” entre los argentinos. Y no fueron pocos los que entonces le creyeron.

Nada de eso ha ocurrido. Cada vez queda más claro que quien realmente gobierna es Cristina; y el presidente no da muestras de liderazgo, ni siquiera de entender lo que como mandatario es su deber y le corresponde.

Mientras ha sometido a los argentinos a una cuarentena insostenible -la más larga del mundo, con 115 días y suma y sigue-, ha culpado a todos los demás por cada revés que ha enfrentado en el proceso: a los jubilados, al expresidente Macri, a la oposición y, muy especialmente, a los multicitados “runners” (en Buenos Aires no hay gente que sale a correr; allí son runners) por el simple hecho de salir a hacer ejercicio por los parques de Palermo.

Fernández ha planteado su restricción de las libertades individuales en términos humanitarios. “La libertad se pierde cuando uno se muere”, fue la obviedad con la que el mandatario argentino intentó justificar una medida que en realidad ha tomado por miedo y por su propia incapacidad como gobernante; y ahora no sabe cómo salir de ella.

Por otro lado, donde más se vio el afán concentrador de poder de Cristina Kirchner fue en el intento de expropiación de la emblemática agroexportadora Vicentin, en concurso de acreedores por 1.350 millones de dólares. Aunque el repudio generalizado y la movilización social en contra de la operación obligaron al gobierno a dar marcha atrás. Luego, en la causa de espionaje con la que se pretende encarcelar a funcionarios del gobierno anterior, señaladamente a Macri, pero en la que también buscaban involucrar a varios periodistas por el solo hecho de haber utilizado fuentes de inteligencia. ¡Un disparate mayúsculo! Y por último, la excarcelación de presos: más de dos mil reclusos han salido de los penales argentinos en los últimos dos meses; entre ellos, por supuesto, todos los exfuncionarios kirchneristas (menos dos) que estaban allí por la escandalosa y surrealista corrupción K. Fina cortesía de Cristina, en un gobierno de Alberto Fernández que no se anima a ponerle coto al poder de la expresidenta.

En el plano internacional, el mandatario argentino también se mueve de manera llamativamente torpe: en poco tiempo ha logrado incordiar a los gobiernos de Suecia y Chile, que se han quejado por sus desubicadas comparaciones sobre el modo de combatir el coronavirus. Y en una sola aparición ninguneó a todos los presidentes sudamericanos, desde Lacalle Pou hasta Sebastián Piñera, pasando por Lenín Moreno, diciendo que extrañaba a todos sus antecesores de izquierda. Una ofensa gratuita, nadie le había preguntado nada al respecto. A Fernández solo le faltó extrañar al expresidente de la Guyana; aunque de inmediato corrigió y se las arregló para insultar a todos los jefes de Estado del planeta con excepción del mexicano, al asegurar que solo él y López Obrador quieren “cambiar el mundo”.

En estos días, el presidente argentino ha vuelto a insistir con que quiere cambiar, ya no solo el mundo, sino también el capitalismo. Y el capitalismo de hecho está en revisión, como lo evidencian editoriales en el Financial Times y en The Economist, auténticas biblias periódicas liberalismo económico, donde se han tratado temas como la amenaza que significan las desigualdades crecientes para las democracias. Pero Alberto lo menciona sin plantear una sola idea, creyendo que el capitalismo se va a evaporar por arte de magia y será sustituido por algo infinitamente superior.

No debería sorprendernos de alguien que no hace mucho afirmó en una conferencia que Bugs Bunny y el Gallo Claudio eran instrumentos de control social con mensajes subliminales en favor del pérfido capitalismo. Pero uno esperaría que el presidente de la Argentina no anduviera por ahí haciendo esos papelones. A ningún mandatario serio se le ocurren esas cosas. Pero Alberto parece aspirar a ser un émulo de Mujica solo que más cheto, con perro de raza y apartamento en Puerto Madero. Aunque ni siquiera le da para tanto. El chamuyo de Mujica sería chamuyo al fin, pero era muy superior a estos dislates del presidente argentino.

Entre tanto, la economía del vecino país ha perdido casi 10 puntos del PBI; en estos dos meses han cerrado 18.500 empresas, cerca de 300 mil personas han perdido sus trabajos, la industria cayó el mes pasado otro 26%; y todavía está por verse si el próximo 17 de julio Alberto Fernández les dice a los argentinos que por fin pueden salir de sus casas o les receta otros veinte días de reclusión.

En todo caso, será un largo invierno para los argentinos.

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