AFP

El peligroso juego del gallina en Ucrania que tiene al mundo en un hilo

Ante los duros reveses en Ucrania, Putin huye hacia adelante; mientras del otro lado la euforia del terreno recuperado alienta la búsqueda de la rendición total. La paz mundial hoy más jaqueada que nunca

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23 de septiembre de 2022 a las 05:04

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Había quedado claro desde que Vladimir Putin se reunió la semana pasada con Xi Jinping en Samarkand: sus escasos aliados no van a seguir apoyando la aventura rusa en Ucrania mucho tiempo más. 

Putin sentía por primera vez un rigor más allá de lo que estrictamente sucede en el teatro de operaciones de la guerra. Es hora de ir redondeando, le habría dicho el líder chino, palabras más, palabras menos. 

Después de siete meses y con los cuantiosos reveses que el ejército ruso ha sufrido las últimas dos semanas en el este de Ucrania, los coletazos inflacionarios de la guerra empiezan a pegar en la población china; y también a generar problemas y ansiedades sociales en el normalmente tranquilo patio de Asia Central, donde Beijing extiende cómodamente sus tentáculos geoeconómicos con la anuencia de Moscú. 

“Entendemos su preocupación y agradecemos el apoyo”, contestó entonces el líder ruso en la histórica ciudad, hoy de Uzbekistán, que supo ser paso obligado y emblema de la antigua Ruta de la Seda, y donde la semana pasada se celebró la cumbre de la Organización para la Cooperación de Shanghai (SCO).

A partir de entonces, Putin inició una operación de aceleración y redoble de apuesta en Ucrania. Primero promovió rápidamente unos referéndums, a celebrarse en los próximos días en las repúblicas de Donetsk y Lugansk -de mayoría rusa- para que sus habitantes decidan si se quedan en Ucrania o se independizan y pasan a formar parte de lo que Putin ya llama Novorossiya, o Nueva Rusia. Y luego anunció la movilización de 300 mil reservistas dentro de Rusia para ir a pelear a Ucrania; lo que le ha valido un gran descontento interno, con la gente protestando en las calles y otros también marchando pero hacia las fronteras con Georgia y Finlandia para huir de la leva.

Putin ha dicho que por nada del mundo va a abandonar a los rusos étnicos de Donetsk y Lugansk, así como defiende la anexión de las zonas que controla en Zaporiyia y Jersón. Y esa parece ser su raya en la arena en este conflicto, como mínimo las dos primeras. Queda claro que Donetsk, Lugansk y Crimea no está dispuesto a negociar, y que de ahí no se mueve. 

Y del otro lado, otro tanto: Washington y el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, han demostrado no estar dispuestos a negociar nada que no sea la capitulación de Rusia y su total retirada del territorio ucraniano. 

Lo que nos lleva a este peligroso juego del gallina en que nos encontramos, con la amenaza de la conflagración nuclear siempre asomando en el horizonte. Y ahora más aun, cuando ante las pérdidas en el terreno, el ruso ha vuelto a advertir que está dispuesto a utilizar “todos los medios a su alcance”.

Propuestas de paz no faltan. Lo que falta es voluntad de paz.

Por caso, las de líderes latinoamericanos tan disímiles, y tan en las antípodas ideológicas, como Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador. El brasileño propuso el martes en la Asamblea General de Naciones Unidas “solucionar el conflicto mediante el diálogo”, en vez de “con sanciones unilaterales selectivas”. En tanto que el mexicano propone una comitiva integrada por el Papa Francisco; el primer ministro de la India, Narendra Modi; y el secretario general de ONU, Antonio Guterres, para iniciar cuanto antes diálogos de paz.

Ninguna de las dos propuestas será siquiera considerada. Ni Zelenski, ni Washington, ni a esta altura sus socios de la OTAN, están por la labor. Aun cuando los europeos en privado digan otra cosa y, en realidad, estén ansiosos porque esta guerra termine antes del invierno. En público no se atreven a contradecir a Washington, por más que en privado digan lo que le dijo uno de ellos off-the-record al columnista Thomas Friedman, del New York Times, y ese sea el verdadero sentir de la mayoría de los europeos: Fuera de los países bálticos, que apoyan 100% a Zelensky, nadie en Europa está dispuesto a morir congelado este invierno por Donetsk y Lugansk.

Y sin embargo, prevalecerá la línea dura. A esta altura, hasta pensar en un cese el fuego parece una quimera. Zelenski y Washington tampoco aceptarían eso, mucho menos ahora tras la recuperación de Jarkov y demás avances de la contraofensiva ucraniana en el este del país. 

Entonces, la pregunta es: ¿cómo sigue esto? Porque está muy bien la euforia por las derrotas rusas en Ucrania y la recuperación de zonas que antes los rusos controlaban allí, etcétera; pero si hay algo que hasta ahora nadie ha mostrado en este conflicto, es voluntad de negociar. Nadie. Entonces, ¿cómo termina? Y sobre todo, ¿cuándo?

No me imagino a Putin aceptando un acuerdo vergonzoso para él, teniendo que renunciar a Donetsk y Lugansk, lo cual le implicaría una derrota humillante en casa por todo lo que ha invertido y las vidas que se han perdido en esta guerra infame que él mismo inició. Y como hemos visto hasta ahora, Washington y Zelenski tampoco van a aceptar nada que no sea una rendición total.

De modo que al resto del mundo solo nos queda esperar que uno de ellos se rinda, o que vuele todo por los aires. Así de trágico y arbitrario es el mundo de la geopolítica cuando hay dos tangueros bien dispuestos, en vez de a hacer un corte y una quebrada, a enfrascarse en el doloroso y sucio oficio de la guerra. 

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