Inés Guimaraens

Éramos tan pobres…

No es que no se conocieran los datos malos de pobreza, de trabajo precario, de deterioro educativo, una crisis hace ver la magnitud de un problema que no se asumía

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04 de abril de 2020 a las 05:00

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Nos hace mal la cercanía tan estrecha con la Argentina. Nos hace mal como país, como sociedad, porque tendemos a mirar ese espejo como referencia, y nos golpeamos el pecho con sentido de orgullo de lo nuestro, y eso hace perder de vista los defectos y problemas que se acumulan en el tiempo.

Duele ver a la Argentina como una sociedad desquiciada, tugurizada y desesperanzada; que tiene un núcleo cultural y de élite muy destacado, pero con la mayoría de la población sumergida en los submundos de la informalidad, de pedir en lugar de hacer. Esos submundos que ellos mismos se encargan de mostrar al mundo en modo audiovisual, por “tumberos”, “marginales, “punteros” corruptos, “barrabravas” o “mafias gremiales” (una serie de TV para cada deformación).

Un informe de la televisión porteña mostró esta semana que la “cuarentena” era una fantasía en una de las zonas populares de Buenos Aires, La Matanza: mucha gente en la calle, buscando el no sé qué, o apilados en torno a una canilla de agua, o conversando de la especulación conspirativa, o viendo pasar el tiempo, esperando que alguien les dé algo.

“¿De qué viven?”, era la pregunta para los entrevistados, y las respuestas se repartían en tres “categorías”: unos hacían “changas” (trabajo en negro, con periodicidad variable según el momento económico), otros pedían comida y ropa a sus vecinos, y otros dependían del gesto “solidario” de comerciantes que donan, en la mayoría de los casos chantajeados con la disyuntiva entre “aportar” o ser robados, aunque igual son “afanados” pese a entregar alimentos gratis.

Los niños se crían con esas necesidades y con esos incentivos: “El que no llora no mama, y el que no afana es un gil”.

Inés Guimaraens

Frente a ese espejo, Uruguay parece un país educado y culto, prolijo, de esfuerzo de trabajo, formal, con desarrollo, con un sector público no abusivo en su comportamiento (y un “grado inversor” que aparenta tener una caja ordenada).

Pero hay señales que muestran que eso no es así, y que no se trata necesariamente de uno o de otro gobierno, sino de un desafío mayor que exige un salto en calidad y no se arregla con retoques.

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En medio de la crisis sanitaria y económica del coronavirus, se conocieron los datos de Pobreza del 2019, el resultado de pruebas de conocimientos a liceales, el resultado financiero del Estado al final del último gobierno, y los “microdatos” de la Encuesta de Hogares sobre la estructura de la población según actividad y característica.

Todo se enlaza, porque esos indicadores muestran cómo llegaba el Uruguay a enfrentar una crisis de esta magnitud, con una pobreza que tras haber bajado durante una década y pico, volvió a aumentar en dos años seguidos, una indigencia que rebotó, una caja del Estado que se ha deteriorado signficativamente, una educación que ya no es para orgullo como otrora, sino que da vergüenza y pena, y una precarización significativa de la ocupación laboral.

Lo más alarmante está en la educación, porque de alguna forma eso proyecta al Uruguay del futuro. Si los liceales, igual que ya se había visto en los niños, no tienen capacidad para leer un texto e interpretarlo, obviamente no pueden estudiar. No pueden asimilar conocimientos y de esa forma, quedan relegados de un mundo que exige cada vez más, más conocimiento.

Nos hace mal la cercanía tan estrecha con la Argentina. Nos hace mal como país, como sociedad, porque tendemos a mirar ese espejo como referencia,  y nos golpeamos el pecho

Ya no alcanzan los “brazos fuertes” para conseguir un trabajo de “peón común” y ganar confianza en el tiempo, aprender un oficio, ser “peón especializado” y seguir mejorando.

Ya no es suficiente con hacer la secundaria y tener una cultura general.

El nivel de pobreza –medida por ingresos– es inferior al de Argentina y otros países de la región, pero el primer sacudón de la crisis mostró de inmediato que es mucha gente la que no tiene nada de resguardo para soportar los primeros golpes, y queda expuesta al temporal, sin un paraguas.

Lo peor que puede pasar al país es que esto se lleve a la discusión básica de culpas de un gobierno o de otro, porque hay razones estructurales que muestran que el drama no es producto de un período.

Por ejemplo, está claro que la formalidad creció dentro de la población ocupada durante los gobiernos del Frente Amplio,  que comprendieron 15 años (de 61% a 72% aproximadamente), pero igualmente hay una carga pesada para los que tienen un trabajo formal y deben generar producción e ingreso para solventar al resto.

***

La encuesta de 2019 muestra que en el promedio del año hubo unos 155.700 desocupados, pero además unos 45.600 “subempleados” (con ocupación de pocas horas o poco volumen), unos 108 mil trabajadores “en negro”, y unos 290 mil que tenían poco trabajo y además eso era en “negro”. Eso es casi 600 mil personas. Además, hay 1.069.452 de personas que son “Inactivos”, o sea que no trabajan, ni buscan empleo, aunque una parte importante de eso, algo más de la mitad, tienen ingresos (pasividades).

En ese grupo hay 190 mil y poco que se dedican a tareas de su casa, unos 291 estudiantes que no tienen ocupación paralela, 533 jubilados o pensionistas, y algo más de 55 mil personas que no están en  esas categorías pero tampoco trabajan ni se proponen hacerlo.

Y aparte, están los menores de 14 años que superan los 633 mil uruguayos.

Todo eso depende lo que genere 1.158.765 que tiene empleo formal y pleno: el 33,5% de la población.

INE

La comparación con Argentina y otros países de Latinoamérica siempre muestra a Uruguay en mejor posición. También los datos de “distribución del ingreso” –que a su vez, frenaron la tendencia a más equidad y empeoraron últimamente- pero el panorama para Uruguay realmente no es bueno. Y todo eso, antes del shock del coronavirus.

Los datos de deterioro son de antes del tsunami sanitario y su impacto devastador en lo económico por un parate de producción jamás visto.

Cuando se habla de “números que no estaban a la vista”, eso suena a la dirigencia del Frente Amplio como una crítica no merecida, y es cierto que estos indicadores más o menos con algunas variaciones, no estaban escondidos, sino disponibles para todo público. El caso es que no se ha asumido el problema del país.

El déficit fiscal dejado en herencia fue de 5% del PIB y más o menos se veía que iba a eso, y creciendo. Pero el dato frío sacude. Igual con la pobreza en aumento, o con las imágenes de ollas populares para gente que se queda sin comida de un día para otro.

Lo más duro es la enseñanza y esta crisis conlleva un efecto peor al coyuntural, porque detiene, posterga, complejiza las reformas necesarias, cuyos resultados de podrán ver en el tiempo. Y el tiempo pasa.

Éramos tan pobres, y … lo sabíamos, pero no lo asumíamos. 

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