JUAN MABROMATA / AFP

Fidel Pintos sobrevuela el Palacio San Martín

En un barrio geográfico cada vez más entreverado, las posibilidades de expansión comercial de Uruguay siguen atadas a la caprichosa oratoria sanatera del gobierno de Alberto y Cristina

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12 de junio de 2021 a las 05:01

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Estamos jorobados. El vecindario es un drama con ribetes tragicómicos y no hay posibilidad de mudarse. Las expectativas de lograr cierta consideración se desgastan frente a una realidad lastimosa de una Argentina que se deteriora cada día, en lo político, económico, cultural y social, sin chance de revertir más o menos pronto ese destino oscuro que ellos mismos documentan en series de marginales, punteros y otras yerbas.

Sudamérica está entreverada y esta vez ni siquiera se percibe una tendencia más o menos firme de fundamento político, sea para más liberalismo o más estatismo, sino que todo se envuelve en un confuso clima de incertidumbre.

La confrontación de ideas dejó paso al cruce de enchastres de baja calidad humana, sin respeto por el pensamiento del otro, ni esmero en acumular fundamentos para exponer razón. La emergencia sanitaria puso una pausa en aquella ola de protestas sin códigos, destructivas del mobiliario urbano, comercios, instalaciones, o lo que fuera; con agresiones e incendios.

El debate cara a cara había mutado por la agresión de encapuchados.

Eso pareció frenarse, aunque hay riesgo de retorno a ese tipo de relación de barbarie.

Uruguay ha logrado estar ajeno a eso, y no se trata de querer vernos como mejores que los otros. 

Siempre hace bien releer a Tomas Linn en su libro “Como el Uruguay a veces hay” para zafar del chaleco de la autocomplacencia y creer que tenemos un blindaje contra males que aquejan a otros, pero en este caso es una observación objetiva la que indica que el pequeño país del Plata ha estado ajeno a esas conductas irracionales de otros lugares, que tanto daño están haciendo.

Aunque no hayamos copiado ese tipo de hábitos o de falta de códigos de convivencia, eso no quiere decir que estemos inmunizados. Y además, solo por estar en un barrio geográfico tóxico, eso ya hace daño por sí solo.

Hay otro problema, no menor, que obligar a tomar decisiones complejas. 

En medio de ese desconcierto regional, Uruguay es visto como un país estable en lo político y en lo institucional, responsable en lo macroeconómico, y socialmente integrado, lo que lo expone como atractivo para inversores. 

Eso choca luego con su realidad de mercado chico, chiquito, y con su cerrojo comercial dado por una “unión aduanera” medio trucha que es el Mercosur, que obstaculiza negociaciones por acuerdos comerciales con otros mercados.

El apoyo de un Brasil que ha madurado en cuanto a su relacionamiento internacional, más allá de los vaivenes de gobiernos de Lula, Dilma, despertó expectativa en Uruguay, pero las negociaciones del Mercosur están atadas a todos los socios.

Lo más difícil de Argentina no está en cómo negociar un acuerdo interno de interés mutuo, y de ser amigable en las conversaciones para encontrar alguna forma de encuentro. Lo más difícil es saber qué piensan.

Está claro que no quieren bajar el Arancel Externo Común, pero no está claro qué quieren hacer desde el bloque, con mirada hacia adelante. 
El secretario de Relaciones Económicas, Jorge Neme, expuso ayer en el foro “Mercosur. Presente y futuro” y habló, habló, pero dijo poco.

Lean lo que dijo: “Es fundamental para la industria argentina resguardar el Mercosur, que tiene como primer destino internacional los países del bloque. Desde este punto de vista es clave pensar que para la reconstrucción del tejido social y productivo es necesario fortalecernos como bloque y no pensar en salidas individuales”.

Disculpas por hacer perder el tiempo leyendo la nada de la nada, pero es que esto explica el modus operandi de una diplomacia argentina al sin ton, ni son.

Neme aclaró la postura, o intentó aclarar: “los cuatro países son altamente competitivos en bienes agroalimentarios, commodities, y tienen una enorme proyección internacional en base a su sector agroindustrial. Esto a veces nos hace perder de vista que, para el desarrollo y proyección de nuestra industria, el incremento de la competitividad y la innovación en los procesos productivos, es clave para fortalecer el mercado común”.

Podría elegir otros pasajes, y son todos por ese estilo.

¿Qué quiere decir Neme? ¿Cuándo Google va a poner en su traductor de idioma una categoría para convertir eso a algo entendible?

Neme, no por él sino como escudero emblemático de un modelo de ser del kirchnerismo, es una versión siglo XXI de aquel personaje fantástico del actor Fidel Pintos.

Había nacido en 1905 en el Bajo Belgrano de Buenos Aires; comenzó de cadete bancario y brilló como actor de TV y de teatro de revistas de la Corrientes. Su personaje fue el refundador de la oratoria embarullada, con susurros, frases entrecortadas, inentendibles, monosílabos y expresiones grandilocuentes, para hablar, hablar, y decir nada. En la interpretación del “peluquero” de Operación Ja-já o el comensal de la primera época de “Polémica en el Bar”, Fidel deslumbraba por su capacidad para la sanata

El discurso de Neme parece escrito por aquel sanatero, pero la diferencia es que no da gracia. La Argentina peronista-K no gana nada con trancar a sus socios, y tampoco gana con encerrarse. Habrá que ver si el gobierno de Uruguay se corta sólo para conseguir espacios de mercados abiertos y alguna vía de acuerdo que no sea bloqueada por el Mercosur, y si Brasil empuja y se logra algo. Mientras, escuchar la sanata no hace gracia.

El Palacio San Martín, la petitera sede ceremonial de la Cancillería argentina, parece rehén de un fantasma que sobrevuela sus salones, una imagen de aquel Fidel que se rascaba la nariz y hablaba, y hablaba, pero nada de nada.

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