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Inquietud por el realineamiento internacional de Alberto Fernández

El presidente electo de Argentina ya se peleó con Bolsonaro y Trump y se alineó con el discurso del grupo de Puebla; hay temor por las consecuencias

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16 de noviembre de 2019 a las 05:01

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El chiste de moda entre los argentinos es que Alberto Fernández batió un récord: cuando todavía le falta un mes para asumir como presidente, ya se peleó con todos los aliados que había conseguido Mauricio Macri y dio un giro de 180 grados en el alineamiento internacional del país.

Es posible que haya algo de exageración. A fin de cuentas, también Macri vivió en 2015 una situación similar al anunciar su propósito de sacar definitivamente a Argentina del “eje bolivariano” que la mantenía ligada a regímenes sospechados de prácticas antidemocráticas.

Lo de Alberto sorprende por la velocidad, pero en buena medida está condicionado por los cambios recientes ocurridos en la región y en el mundo. Todavía estaba en plena campaña cuando estallaron las crisis sociales en Ecuador y en Chile. Pareció una oportunidad perfecta para el debate: le permitía fortalecer el argumento sobre el fracaso de las políticas “neoliberales”.

Por otra parte, el cambio interno en el Fondo Monetario Internacional, con el alejamiento de Christine Lagarde y su reemplazo por Kristalina Georgieva parecía también justificar la crítica al siempre demonizado organismo.

A diferencia de la francesa –que hizo “lobby” para dar asistencia financiera a Argentina, ante un directorio reticente a prestar los US$ 58 mil millones del “stand by”– la búlgara está mucho más cerca de la típica figura dura del FMI.

Pero en realidad, el cambio más sorpresivo de Fernández tiene que ver con el relacionamiento con Estados Unidos. Porque lo cierto es que, después de haber ayudado a su amigo Macri al presionar al directorio del FMI, Donald Trump había mostrado pragmatismo y hasta resignación sobre la realidad argentina.

Había llamado por teléfono al presidente electo para felicitarlo y, lo más importante, había garantizado el apoyo en la negociación con el FMI. Las señales positivas habían sido transmitidas personalmente por Mauricio Claver, principal asesor de Trump para temas de América latina.

Pero Fernández, en vez de jugar la carta de la moderación y preparar el terreno para renegociar, que es lo que el mercado financiero creía que iba a ocurrir, optó por la radicalización.

Lo cual implicó una confrontación directa con EEUU a raíz del caso boliviano.

Frase que disparó el riesgo país

“Estados Unidos retrocedió décadas y volvió a lo peor de los ‘70, cuando avalaron intervenciones militares contra gobiernos elegidos democráticamente”, dijo el presidente electo luego de que Trump celebrara la salida de Evo Morales y felicitara a las fuerzas armadas bolivianas.

Y la respuesta de Fernández llevó a reacciones de sorpresa y preocupación en el mercado financiero. Lo que dijeron analistas desde Wall Street es que lo que se teme en el mercado es que Trump pierda confianza en Fernández y que, por consiguiente, no preste su apoyo en las negociaciones de Argentina con el FMI.

Por lo pronto, en Washington empezaron a oírse expresiones de perplejidad. “Las odas de Alberto Fernández la noche de las elecciones a Lula y Evo fueron preocupantes, pero parecían improvisadas. Ahora, dada su respuesta a la política de la Casa Blanca en Bolivia, su postura inesperadamente ideológica parece estratégica”, reseñó Benjamin Gedan, senior adviser en The Wilson Center, una institución influyente en el “establishment” estadounidense.

Este mayor escepticismo sobre la capacidad de Argentina de reestructurar su deuda en el inicio de la gestión Fernández llevó a un inmediato desplome de 4,5% en los bonos soberanos y a que se registrara una nueva suba del índice de riesgo país, que ya está encima de los 2.500 puntos.

Hasta en el entorno del presidente electo admiten que en los últimos días se produjo una erosión en las expectativas. Creen que el riesgo país hasta 2.000 puntos era atribuible a los problemas económicos de la gestión Macri pero que, a partir de allí, la suba podía traducirse como una señal de falta de confianza por parte de los inversores.

Guiños en Puebla, ajuste en casa

No fue fácil para Fernández enfrentar en la campaña electoral las “chicanas” políticas sobre el apoyo kirchnerista al régimen de Nicolás Maduro. Tuvo que recurrir a piruetas retóricas para mostrar una postura equidistante: admitió que “Venezuela tiene problemas” pero se mostró reacio a reconocer a Juan Guaidó como presidente ni, mucho menos, auspiciar una intervención militar externa.

No por casualidad, su primer viaje tras ser nominado candidato fue a Uruguay para encontrarse con José Mujica y su primer gira, ya como mandatario electo, fue a México, al que quiere convertir en nuevo aliado estratégico de Argentina. El gobierno de Andrés López Obrador ha cultivado la tercera vía que, si bien era crítica de la represión de Maduro, se cuidaba de objetar su legitimidad como presidente.

Fernández quiere alinearse con ese eje, en parte por conveniencia y en parte por necesidad. Desde el punto de vista del discurso político, le permite una postura “de izquierda” sin caer en los excesos del kirchnerismo. Pero, además, le aporta una esperanza para compensar la pelea con Brasil.

Ocurre que la antipatía personal con Jair Bolsonaro ha escalado hasta niveles inimaginados. Todo  empezó como un intercambio de chicanas típico de la campaña electoral. Bolsonaro hizo pública su preferencia por Macri, ante lo cual Fernández dijo que esa situación no le molestaba en absoluto, porque se consideraba en las antípodas de un militar nostálgico de la dictadura que mantenía posturas homofóbicas y xenófobas.

Pero todo escaló cuando, ya electo presidente, Fernández reclamó por la libertad de Luiz Inácio Lula Da Silva y lo invitó al acto de asunción, algo que Bolsonaro interpretó como una agresión directa contra su persona.

Desde allí, todo fue para peor, con el presidente brasileño adelantando una reunión del Mercosur de manera tal de poder despedir a Macri y evitar el contacto con Fernández. Y, luego, con una inquietante declaración sobre una posible suspensión de Argentina del bloque regional si es que Fernández cumple sus promesas de elevar los niveles de proteccionismo.

De momento, los analistas creen que no hay forma de evitar el desastre económico de una pelea con Brasil. Por caso, la industria automotriz argentina coloca más del 60% de su producción en el país vecino –en el marco de un tratado comercial bilateral–, algo que no puede compensarse con un eventual incremento de las importaciones mexicanas.

Por otra parte, en el campo hay gran inquietud por la apertura brasileña a la compra de trigo estadounidense. Brasil es, históricamente, el gran comprador de la producción triguera argentina.

Con este panorama, el debate argentino se centra en una pregunta que, por ahora, no tiene respuesta: ¿cómo debe interpretarse este brusco realineamiento internacional de Alberto Fernández?

Algunos creen que es un genuino reposicionamiento ideológico, algo que quedaría plasmado en los discursos pronunciados en las reuniones del grupo de Puebla, por ejemplo. Y señalan que el próximo 10 de diciembre, cuando asuma el cargo presidencial, tendrá en el balcón de los invitados a Lula, mientras Bolsonaro enviará como representante a un ministro de segunda línea.

Sin embargo, también están quienes creen que la postura de Fernández debe analizarse con más sutileza. Su izquierdismo discursivo contrastará con una política económica donde necesariamente habrá que hacer ajustes y en la que, como ya advirtió hasta la propia Cristina Kirchner, no deben esperarse resultados inmediatos.

Desde ese punto de vista, la pirotecnia retórica puede verse como la forma de compensar las ansias de cambio en el ala dura de la base electoral kirchnerista y disminuir las demostraciones de malestar social en el arranque de su mandato

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