La Habana: entre colores e incertidumbre

En Cuba algo se está moviendo. Este es un momento especial para los cubanos, de dudas, de esperanza de cambio y también de miedo. Antes de que las cosas cambien, recorrimos las calles de La Habana, conversamos con sus habitantes, escuchamos sus historias y confirmamos rumores de cómo viven y cómo aspiran a vivir

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07 de junio de 2016 a las 05:00

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Si hay un destino para viajar que todavía despierta todo tipo de dudas e interrogantes, ese es Cuba. Por fotos y películas que hemos visto nos imaginamos un país de gente sonriente, colorido y con autos pintados en todas las paletas de colores posibles para resaltar (y lo logran). No se puede ir por la calle sin dar vuelta la cabeza para mirar a algunas de esas máquinas que todavía funcionan y cuyos choferes manejan con orgullo. La arquitectura, un poco olvidada en sus necesarias reparaciones edilicias, tiene un atractivo visual que le agrega la gota que completa el viaje en el tiempo.

Texto y fotos Gabriela Rufener

Primeras impresiones

Camino por una plaza abierta, gigante, y de pronto aparece una puerta como la de la Ciudadela pero con arquitectura asiática y con caracteres chinos en la parte superior. Es la entrada al barrio chino en La Habana y la sensación es la de estar parada en el medio de un set de Hollywood de alguna película ambientada en el pasado. La magia tanto de lo estético como del encanto de su gente son características vitales para que el lugar se mantenga.

El Malecón es una extensa rambla muy similar a la montevideana a la altura de la escollera Sarandí, con la diferencia de que el color del agua mezcla azules, celestes y verdes profundos. Es un atractivo turístico y local muy fotografiado. Cuando está "bravo", las olas golpean incansables contra los muros testigos de tantas historias.

La religión es un aroma que se suma a este lugar que tanto estimula los sentidos. A pesar de que la mayoría de la población se asume como cristiana, la santería es la protagonista de calles, casas y locales comerciales. Hay muchas iglesias de la época colonial en un buen estado de conservación, pero que se encuentran vacías. Muchas mujeres, hombres y niños vestidos completamente de blanco recorren la ciudad. Están "naciendo en el santo". Eso implica, entre muchas cosas, que durante un año entero deben estar vestidos de ese color de pies a cabeza. A pesar de que su situación económica no es muy buena, se las arreglan para gastar hasta U$S 5.000 en este proceso donde el santo "pide" todo tipo de ofrendas.

La música también está por todos lados. Lo que suena en balcones, casas, radios portátiles y locales es el reggaetón. La literatura, la pintura y la danza bailan juntas por donde se mire. Las ventanas de los bares nocturnos cantan sonidos sin errores y las ferias artesanales venden cuadros pintados por las manos más virtuosas. Las casas de libros usados ofrecen por muy poco dinero todo tipo de lectura con historias que van más allá de las que llevan escrita. La frutilla de la torta en este mix de cultura son las niñas con moños perfectos y mallas de ballet que se dirigen a las escuelas de baile salpicadas por los barrios. El encanto de sus rostros, la emoción de la oportunidad y la música clásica que inunda el aire desde las alturas de casonas destinadas a academias son por demás conmovedoras y pintorescas.

El lado oscuro del color

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En La Habana el ingreso promedio per cápita es de U$S 23, aunque un médico, por ejemplo, puede ganar U$S 48 por mes. Se preguntarán cómo hace una persona para vivir con menos de U$S 50 por mes. La respuesta es que todo es muy barato y el acceso a la salud y la educación es gratuito. Mucha gente va a estudiar medicina a Cuba porque tienen todo pago. Son seis años de carrera con alojamiento, comida, ropa y libros gratuitos. El problema aparece después, cuando se reciben y tienen un sueldo y costos que no condicen con los del resto del mundo. Por eso, muchos jóvenes, tanto mujeres como hombres, se prostituyen con los turistas.

Si bien, según las estadísticas, solo el 1% de los cubanos vive por debajo de la línea de pobreza —definiendo pobreza como una condición económica de falta de dinero, comida, agua, educación o servicios médicos—, cuando camino por las calles de La Habana dudo de que sea así. Es un lugar que quedó detenido en el tiempo, que tiene cientos de casas hermosas en ruinas, sobre todo en La Habana Vieja, con basurales en las esquinas, aromas de aguas estancadas que flotan en el aire, familiones que viven hacinados en una pobreza que es visual más que emotiva.

Lo cotidiano

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Los autos son muy costosos (valen el doble que en nuestro país) y la mayoría de la gente no accede a ellos. Los autos nuevos son pocos y en su mayoría pertenecen al Estado (incluso los que son para alquilar a turistas) o a algún artista al que le va muy bien. Uno de los medios de transporte más populares es la bicitaxi, que, como todo, tiene un precio para los cubanos y otro para los turistas. Una vuelta de media hora puede costar más o menos dos dólares dependiendo del conductor. Nuestro chofer iba a viva voz en la bici condenando la realidad cubana y diciendo que los cubanos se vestían tan mal porque la ropa a la que accedían era barata, mala y de mal gusto. También cuestionaba la comida, comentando que estaban a pura masa de pizza y arroz, cosa que es bastante cierta. La alimentación no es muy variada: arroz como base (de diferentes colores o con agregados, como porotos negros), carnes que se venden en mercados callejeros, huevos tipo omelette, pastas, pizzas y verduras, que son básicamente tres: repollo, pepino y alguna rodaja de tomate. En los restaurantes para turistas, el menú es más amplio y se puede encontrar una lechuga o, con suerte, carnes más sofisticadas, alguna sopa de calabacín, los mariscos tan buscados por los turistas y, como reina gastronómica, la langosta.

Libertad vs seguridad

Mientras tomábamos una foto frente a la Universidad de La Habana —a la que asistió Fidel Castro— se nos cruzaron un hombre y una mujer con los que enseguida nos pusimos a conversar. Él, profesor de Historia en esa universidad, nos contó de sucesos ocurridos entre las paredes del lugar. Durante la conversación dejó entrever, como tantos otros, que opina que hay muchas cosas que en Cuba no están bien. Y que dentro de las principales preocupaciones están la de los bajos ingresos y la falta de libertad de expresión.

No sé si hay en el mundo un lugar más seguro que La Habana. Caminamos con equipos de fotografía a cualquier hora por cualquier calle, de día y de noche, en lugares más o menos bellos y jamás tuvimos la sensación de que fuera posible que nos robaran. El problema es que para llegar a esa seguridad se necesita de un sistema determinado de control que puede ser cuestionable. Hay personas vestidas de civil que sirven al Estado como vigilantes citadinos para mantener el orden. Hay una por cuadra y luego, por manzana, un delegado. La vigilancia conlleva la falta de libertad de expresión. Nos pasó en dos ocasiones de estar charlando sobre la situación de Cuba con personas del lugar y que nos dijeran que teníamos que cambiar de tema porque podían escucharnos. El corazón se aprieta, vienen a la memoria los recuerdos de la represión en nuestro país. Para llegar a esa seguridad, ellos no pueden expresarse libremente. Me pregunto qué tipo de libertad es la que se ejerce sin libertad de expresión, un derecho básico señalado en el artículo 19º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

Menos red, más cara a cara

Si Cuba le abriera totalmente las puertas a internet, estaría permitiendo un ingreso de información que podría llegar a ser como las compuertas de una represa cuando se rompe. Para usar internet hay que comprar una tarjeta de alto costo, en general solo posible después de un par de horas de cola. Luego, con usuario y contraseña, debe ir a los lugares donde puede alcanzar la red de conexión. En La Habana hay solo tres lugares específicos que tienen wifi libre y son hoteles. Solamente los turistas en sus móviles navegan por la red libremente. Los cubanos no tienen páginas en Facebook ni comparten likes o hablan en redes sociales con gente que no conocen. Los dominios existentes son solo cubanos (.cu) y vigilados por el gobierno. Cuba tiene el acceso a internet censurado y la conexión de red más lenta de América Latina. Cuando vemos a la gente de la ciudad usando sus celulares, seguramente estén mandando mensajes de texto o usando los jueguitos. En este momento en que la era tecnológica ha revolucionado el mundo —casi como la revolución industrial—, donde prácticamente todo lo que existe se maneja con algún tipo de tecnología, no puedo ni imaginar la opción del bloqueo a la información o las posibilidades que trae internet.

Los cubanos están siempre en la calle: los jóvenes juegan a la pelota, andan en bici, se pasean por el Malecón, charlan, gritan, bailan, ríen, se saludan mirándose a los ojos. Los ancianos hacen gimnasia en la calle, los niños de las escuelas usan de patio a las plazas principales. Las academias de ballet, danza y música son superiores y populares. El celular no es un problema social en este país. Ni la computadora. Esta gente vive como se vivía hace cinco décadas en el interior de Uruguay. Seguramente el socialismo no es perfecto, y claro que el capitalismo tampoco. A lo mejor habría que crear un nuevo sistema que contemple la libertad del individuo y que a su vez no sea invasivo. Cuba no sería Cuba si hubiese hecho las cosas como todos los demás. Por lo pronto, ante todas sus realidades, es un país digno de visitar, y más ahora que está en un momento previo a un gran cambio social, aunque algunos cubanos se resistan e insistan en que no va a suceder. Lo que sí me queda más claro es que para comprender algunas situaciones hay que meterse en ellas y no solo escucharlas o leerlas en libros. Incluso así también habrá diversas opiniones. Como decía algún libro: "Para probar si el agua de la playa está fría hay que zambullirse, meter solo el dedo del pie no nos da su temperatura".

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