Gustavo Slucka

La vida en el salar: así es Uyuni, un paraíso boliviano

A partir de los años 90 comenzaron a aparecer extranjeros ávidos de conocer este lugar y cada vez llegan más turistas

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14 de septiembre de 2019 a las 05:00

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Por Guillermo Pellegrino

Especial para El Observador

 

Hace poco rato terminó de llover. La delgada capa de agua aún cubre la superficie del salar y lo transforma en un espejo que refleja, de manera casi perfecta, a la mujer que camina en la blanca inmensidad sin referencias de distancia y orientación porque, a raíz de un fenómeno llamado white out, el horizonte se difumina y apenas deja distinguir el cielo de la tierra. La escena en el salar de Uyuni cautiva los sentidos. El fotógrafo, atento, la registra. Es una de las tantas increíbles imágenes que se aprecian en este fascinante rincón de Bolivia, hoy muy frecuentado por los amantes del turismo aventura.

Lejos parecen haber quedado los primeros años 70, cuando los lugareños comenzaron a advertir la presencia de algunas personas ajenas al entorno, en su mayoría europeos, que se internaban unos pocos kilómetros dentro de este paisaje lunar sin más guía que su sentido de ubicación.
Recién en los 90, por obra y gracia del boca a boca, se registró un considerable aumento en el caudal de visitantes (se sumaron muchos argentinos, y también algunos chilenos), a pesar del que el acceso al salar seguía siendo bastante complicado, por sus caminos de tierra en deplorables condiciones y un tren, lento, con pocas frecuencias semanales al epicentro turístico. 

Veinte años

El argentino Gustavo Slucka llegó a Uyuni en bicicleta, una helada mañana del invierno de 1998. Había partido de Buenos Aires en marzo. En tren llegó a Tucumán, desde donde inició su periplo en bici. De allí pasó a Salta y Jujuy, antes de cruzar a Bolivia por la frontera La Quiaca-Villazón. Con la energía de sus 24 años pedaleó unos 90 kilómetros hasta la ciudad de Tupiza. Hizo un parate. Había advertido que la altura y el cambio de alimentación venían mellando su físico. Luego de recuperar fuerzas volvió a subirse a un tren, esta vez en dirección a la ciudad de Uyuni, para montarse de nuevo a su bici y recorrer a fondo el salar más grande del mundo.  

Gustavo Slucka

Aun vibra cuando recuerda el primer contacto visual con la inmensa planicie de sal, matizada por cielo y nubes. “Fue una impresión fuertísima… Me pareció estar en otro planeta”, evoca. Tras cruzar el salar en bicicleta, ahondar en aquella geografía -que de pronto dejó la monocromía y se le presentó más viva e intensa de lo que suponía- y adentrarse en el paisaje humano, su amor por este sitio fue in crescendo hasta volverse incondicional. Hasta hace un mes seguía viviendo en Uyuni, donde manejaba una camioneta 4 x 4 en la que trasladaba turistas hacia el salar. “Lo frecuento hasta en mis días libres, es mágico, nunca me aburre”, aseguraba en junio Slucka, uno de sus más finos conocedores. Por estos días está afincado en el norte del Gran Buenos Aires con el objetivo primario de acompañar a sus padres, ya mayores; y un propósito más a largo plazo que él presenta como “ir retornando de a poco” a sus “pagos”, aunque afirma que estará viajando continuamente al altiplano por lo que su vida alternará, al menos en los próximos años, entre Bolivia y Argentina. 

Vida en comunidad

Con una superficie de 10.582 km2, el salar se encuentra a 560 kilómetros al sur de La Paz y a 3.680 metros sobre el nivel del mar, en una región mayormente escarpada, volcánica y desértica, escenario que podría llevar a suponer un territorio con poca vida, sin sorpresas. “Nada más lejos de esa idea”, sentencia el ciclista viajero, oriundo del porteño barrio de Flores, el de Alejandro Dolina y sus Crónicas del ángel gris. “En las orillas del salar viven comunidades originarias (quechuas y aymaras) que trabajan con la materia prima; en la zona también es frecuente ver llamas, vicuñas, flamencos y varias otras especies”. 

El blanco del desierto se altera, luego de desandar kilómetros, al momento que se divisa el majestuoso y colorido volcán Tunupa.

Gustavo Slucka

Y si se continúa el andar se avistan también dos importantes elevaciones en la inmensa llanura: las islas Inca Huasi (la más conocida) y Pescado (más alejada y fuera de la ruta turística). Ambas pertenecen a una serie de 32 islas dentro del salar, en realidad cimas de montañas que afloran sobre su superficie.
Sobre la cara de estas islas se ha concentrado una capa de tierra que ha dado origen a un impresionante ecosistema con vegetación variada, algas petrificadas (pruebas de la existencia de antiguos lagos en el altiplano) y cavernas.  

“La primera vez que llegué a Inca Huasi conocí a don Alfredo Lázaro, primer habitante de la isla. Llevaba varios años viviendo allí, en una caverna natural que él mismo había acondicionado, donde de vez en cuando recibía a turistas”, cuenta Slucka a El Observador. “Comimos quinua y charque de llama, degusté el singani boliviano (destilado de uva) e hicimos una caminata nocturna por la isla, ocasión que me mostró varias cavernas y me contó historias largas y asombrosas, que precisarían de un libro”.  

La isla Inca Huasi (Casa del Inca, en quechua) tiene un perímetro de casi dos kilómetros y una altura máxima de 102 metros. En la cima, a la que se accede a través de un camino entre cactus gigantes, hay un centro ceremonial desde donde mejor se aprecia el imponente panorama y se vive el silencio, atronador, tronchado solo por el murmullo de los fuertes vientos. 

Gustavo Slucka

Al poco tiempo de instalarse en Uyuni, activado por el recuerdo de una publicidad televisiva de Marlboro que se pasaba en Argentina y que mostraba un por entonces extraño aparato impulsado por el viento, Slucka empezó a soñar con esta práctica -que al tiempo supo que se llamaba carrovelismo-, y a trabajar en la confección de estos carrovelos, en pos de agregarlos a la oferta turística del lugar. Los fabrica en forma artesanal, reciclando distintos materiales desechados por la gente, algunos de los que recoge cuando viaja a Buenos Aires, como mástiles de aluminio que se usan para windsurf o velas que arregla y modifica con una máquina de coser. Los diseña en función de lo que encuentra, escucha a su instinto y se asume autodidacta.

Laura Arias

“El primer carrovelo era de madera y sencillo. Pero lo fui trabajando y fue evolucionando para adquirir mayor velocidad (90 km/h) y seguridad”, explica. “En 2019 estrené un nuevo prototipo en el que venía trabajando hace rato. Más pequeño y liviano ¡Un avión!... ¡Qué linda sensación de libertad! Las veces que vuelva a Uyuni retomaré la actividad”, asegura.  

Correr a toda velocidad por esa blanca llanura se presenta como algo apasionante. Aunque  ahora hay que coincidir con Gustavo para hacerlo. Contactarlo, preguntar por él. Allí todos lo conocen. Y es necesrio que se den las condiciones (la principal, que el viento acompañe) para poder vivir esa experiencia porque, a quienes son enamorados de la adrenalina, esta es una forma diferente de conocer el salar, que en su zona circundante, cerca de Uyuni, tiene otros dos atractivos bien diferentes que forman parte de un paseo -poco exigente en cuanto a lo físico- de una sola jornada.

Los restos

Uno de esos atractivos es el curioso cementerio de trenes, en las afueras de la ciudad, donde están depositados antiguos restos de locomotoras de origen estadounidense e inglés XIX y XX, que transportaban los minerales  (extraídos de la cercana mina de Pulacayo) hacia el puerto de Antofagasta. 

Laura Arias

El otro es Colchani, pequeña localidad que funciona como principal puerta de ingreso al salar, donde el turista puede admirar y adquirir artesanías hechas en madera de cactus, lana o sal. 

Cerca de allí funcionan varios hoteles de sal (con un claro diferencial con respecto a los alojamientos habituales), como el Luna salada o Palacio de sal, cuyas paredes, camas y mesas están construidas con bloques de este mineral que, según apunta Herlan Gómez, “se extraen de costras de barro lacustre”. Este reconocido guía local, que a raíz de sus años de exilio en Francia trabaja mucho con turistas francófonos, describe a grandes rasgos el proceso de elaboración: “Se mide el largo y ancho de los bloques, después se los corta con instrumentos de acero y se hace palanca desde abajo, para desprenderlos de la superficie. Luego se realiza la tarea de emparejamiento, en la que se lo despoja de los remanentes de sal en pos de darle una forma rectangular perfecta”.

Laura Arias

Todos los paseos se rematan y coronan con las puestas de sol. Únicas y asombrosas. Siempre diferentes. Un festival de colores que de por sí valen el viaje.  

Gustavo Slucka

 

El buque insignia del turismo en Bolivia
En los últimos años Uyuni ha crecido de forma exponencial, a punto tal de que -si ya no lo es- va rumbo a convertirse en el buque insignia del turismo en Bolivia. Cada vez hay más variedad de locales gastronómicos y mayor cantidad de hoteles, de todos los niveles. En este rubro existen, desde hace poco tiempo, dos ofertas innovadoras: domos y campers para pasar la noche en pleno salar. Con este intensísimo flujo de visitantes, a cada rato suelen aparecer nuevas propuestas. Por ejemplo, a la ya existente excursión nocturna con avistamiento de estrellas ahora se la puede acompañar de fotos con pintura de luz.
Gustavo Slucka
Claro que este continuo crecimiento tiene su correlato en el impacto en el medio ambiente. Uno de los temas que preocupa es la basura que dejan los turistas. Los lugareños o afincados hace décadas en Uyuni, interesados en preservar la magnífica naturaleza, saben que, por ahora, dependen de la conciencia de las personas y del compromiso de las operadoras de turismo para intentar buscar una solución a este asunto, ya que al ser el salar tan extenso es muy difícil poner un control de otro tipo. El otro tema que intranquiliza, y mucho, es el de la ingente explotación de litio, debido a que el salar de Uyuni es el mayor depósito mundial de este mineral. Empresas multinacionales succionan miles de litros de salmuera para luego evaporarla y tratarla y así separar el litio con el objetivo de fabricar baterías. La inquietud de grupos locales es grande porque las compañías sacan más agua de la que ingresa al salar y, a futuro, ven que esto puede afectar el equilibrio hídrico de la región. 

 

La facilidad para llegar logró la explosión
El turismo en Uyuni “explotó” a partir de 2011 cuando se asfaltaron rutas de ingreso a la ciudad y al salar y se inauguró el aeropuerto Joya Andina.
Amaszonas Uruguay cuenta con un vuelo diario desde Montevideo a Santa Cruz de la Sierra, con una breve parada en Asunción. Desde la capital de Bolivia hay una buena cantidad de frecuencias a Uyuni, vuelos de menos de una hora.   
Al llegar a Uyuni, como no se aconseja que los turistas ingresen al salar por cuenta propia (por las altas probabilidades de desorientarse y no poder salir) decena de operadores de agencias abordan al visitante presentándole sus paquetes, entre ellos Nomada experience, Extreme Fun Travel, Hidalgo Tours o Magri Turismo
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