Camilo dos Santos

Llegaron de todas partes del mundo, formaron una comunidad y construyeron un hotel sustentable en Colonia

Más de 60 personas viajaron a Uruguay para levantar el primer complejo hotelero construido a partir de residuos bajo la dirección del creador de la escuela en Jaureguiberry

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22 de marzo de 2019 a las 05:00

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En febrero el aire en las afueras de Colonia del Sacramento es casi mudo. Suena, de tanto en tanto, el viento contra los árboles y pastos largos, algún bicho ruidoso y el mugido de una vaca solitaria. A los costados, por la ventana del auto, solo se ve el campo y hacia adelante un camino de pedregullo seco que serpentea al oeste. De a ratos una casa, una casona, una casita perdida en un mar verde y amarillento.

En un punto del camino el aire deja de ser mudo y empieza tener otra melodía. Se escucha el ruido de un taladro, de un martillo y de una sierra. Un poco más adelante se mezcla el sonido a conversación. Una en inglés, otra en alemán, en francés y en un idioma irreconocible. De fondo una canción de Calle 13.

Camilo dos Santos

El primer hotel sustentable de Uruguay se está construyendo ahí mismo, en ese camino que antes era mudo y ahora suena a 63 extranjeros de más de 30 nacionalidades que llegaron a Colonia para formar parte de una proyecto capitaneado por el enigmático Michael Reynolds, el gurú de la construcción basada en residuos. Reynolds tiene un vínculo especial con Uruguay: construyó la primera escuela sustentable de Latinoamérica en Jaureguiberry y ahora volvió por el hotel en Colonia, que funcionará con la misma lógica. 

Hace un par de semanas la obra estaba avanzadísima. Cuando esté terminada –en más o menos dos meses– serán cinco habitaciones que funcionarán como casas vivientes capaces de abastecerse de su propia agua y su propia energía sin tener que conectarse a nada más que a ellas mismas y a la naturaleza que las rodea. A la vez, le habrán dado un nuevo uso a 1.300 cubiertas de goma, el contenido de 16 camiones llenos de cartón, 40 mil botellas de vidrio, 12 mil latas y 20 mil envases de plástico sacados de la basura. 

Camilo dos Santos

La gestión detrás del proyecto es de dos argentinos, Mauro Baremberg y Jesica Trosman. Ellos fueron los que contrataron a Reynolds para que diseñara la obra. El americano viajó hasta la ciudad uruguaya con un equipo de 14 técnicos y una vez en el terreno le abrió las puertas a cualquiera que quisiera inscribirse a su academia itinerante para formar parte del proceso de construcción y aprender cómo se hace.

Así fue que llegaron los 63 aprendices de todas partes del mundo. Hay estadounidenses, japoneses, sudafricanos, franceses, alemanes, belgas, iraníes y de muchos otros lugares. Son ingenieros, arquitectos, diseñadores, constructores, psicólogos, azafatos, trotamundos. Hay un solo uruguayo, que accedió al curso con una beca del mismísimo Reynolds. 

Camilo dos Santos

Vivieron un mes entero en Colonia, la mayoría acampando alrededor de la obra y comiendo de una olla popular, dando forma a una comunidad que por 30 días vivió el sueño de la sustentabilidad. 

De Colonia al mundo

Hace demasiado calor para fines de febrero, un calor aplastante y un tanto a destiempo. En el predio de la construcción del hotel el aire huele a hierbas aromáticas, pórtland, tierra húmeda y transpiración. Es jueves y Peter –56 años, frente ancha, barba canosa, piel bronceada, remera y bermudas verde militar salpicadas de pintura blanca– está sumergido en un mar de cubiertas negras apiladas y desprolijas al costado de una estructura larga y angosta a medio construir. Hace un mes estaba sentado en el estudio de su empresa constructora en Sudáfrica pensando en el futuro.

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Le inquietaba no poder innovar en sus construcciones. Estaba –está– harto de un sistema que, dice, es poco amigable con el ambiente. Entonces se puso a estudiar y en la materia de un curso que tomó le nombraron por primera vez a Reynolds. En seguida ese nombre se transformó en referencia ineludible.

Ahora está apilando llantas en un pueblo al otro lado del Atlántico como parte de una de las tareas prácticas del taller de construcción que da su mentor. Las jornadas de trabajo/estudio se dividen así: en las mañanas son las clases teóricas donde Reynolds (ahora ya se fue) y su equipo explican el funcionamiento de sus construcciones y un poco antes del mediodía se ponen manos a la obra y pasan a la práctica para darle forma al hotel.

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A Peter el clima de Colonia le recuerda al de su ciudad: viento, sol, calor y alguna lluvia. Cuando regrese, en pocos días, quiere encontrar la manera de montar una piscina ecológica que se mantenga sola y no genere ningún impacto en el ambiente. 

A pocos metros de ahí, en una cocina improvisada armada con postes, paja y una lona al costado de la construcción, está Pauline. Es alemana, tiene 28 años y es azafata de una compañía internacional. La interesa mucho la sustentabilidad y conoció a Reynolds gracias a una amiga que le contó acerca de toda esa filosofía. “Esta es la respuesta a todo”, dice. Y agrega: “Siempre quise tener algo que se sostuviera solo. Vivimos en un mundo en el que parece que siempre hay que estar agregando algo más para poder vivir y pensaba que tenía que existir otra manera de hacerlo. Esta es esa otra manera. Y me encanta”.

“Siempre quise tener algo que se sostuviera solo. Vivimos en un mundo en el que parece que siempre hay que estar agregando algo más para poder vivir y pensaba que tenía que existir otra manera de hacerlo. Esta es esa otra manera. Y me encanta”.

Lo que sucede alrededor de la construcción parece una de esas fotos que solemos ver en películas y series que retratan el Oregón o la California de 1980 en la era de Osho y Krishna. Una comunidad libre de hombres y mujeres jóvenes de cabellos largos, ropa liviana y semblante despreocupado, caminando descalzos entre la naturaleza, viviendo en carpas y comiendo lo que uno le prepare al resto. Acá se sueña con un mundo más ecológico, por fuera del sistema, y se percibe un sentimiento de comunidad. “Ya somos una familia, hay mucho amor y energía positiva. Todos son muy abiertos y compartimos muchas cosas, no solo los baños”, cuenta Pauline.

“Hay personas de todos los perfiles. Por ahí los ves y decís ‘ah, son todos medio jipis’, pero hay hasta un ingeniero mecánico que trabaja en la Volkswagen. Acá vienen a aprender a construirse su casa sustentable”, dice Beremberg, dueño del predio. 

“Hay personas de todos los perfiles. Por ahí los ves y decís ‘ah, son todos medio jipis’, pero hay hasta un ingeniero mecánico que trabaja en la Volkswagen. Acá vienen a aprender a construirse su casa sustentable”, dice Beremberg, dueño del predio. Beremberg compró el terreno hace cinco años con su esposa para dedicarse a la hotelería. Decidieron hacerlo bajo el método de Reynolds porque representa un diferencial dentro de la oferta local y porque quedaron “locos” después de ver el resultado en Jaureguiberry. 

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Beremberg explica que la comunidad se formó porque ellos cedieron el espacio para que la gente pudiera acampar durante el tiempo que llevara el curso y todos los mediodías les regalan el almuerzo. El mediodía del jueves de febrero la comida fue polenta con tuco y pan casero.

A medio camino entre la construcción y el comedor –que una vez inaugurado el hotel se convertirá en bar y restaurante– caminan Tanguy y Moein cargados de herramientas. El primero, belga y el segundo, iraní, ambos integrantes del plantel fijo de Reynolds hace 10 años. No es su primera vez en Uruguay, también participaron en el proyecto Jaureguiberry. Luego del hotel, uno se quedará algunos meses más viviendo en Uruguay y el otro emprenderá camino a España para comenzar otro proyecto sustentable. 

A la pregunta de por qué dedicarse a este tipo de obras, la respuesta de los dos suena casi al unísono: “Tiene sentido vivir de esta manera, más libres y evitando las casas convencionales. No lo sé, viejo, para nosotros solamente tiene sentido”. 

Camilo dos Santos

Las naves de la tierra

Sofía es argentina, pero vive en Chicago. Está sentada a la mesa del comedor comunitario envuelta en una pashmina grande de colores pastel, lleva el pelo recogido en una media cola alborotada y come polenta desde un táper alto. Tiene las mejillas coloradas de estar al sol.

“Lo más lindo para mí es estar todos los días construyendo algo con mi cuerpo, que me cambió mucho desde el principio hasta ahora”, dice. Lo que más la seducía del proyecto antes de llegar a Uruguay era poder vivir en comunidad. Quiere aprender de ese estilo de vida para después poder replicar el mismo modelo en alguna frontera en conflicto del Medio Oriente y ayudar a grupos de personas refugiadas. Hasta hace un mes trabajaba como psicóloga especializada en atención a pacientes con enfermedades mentales y en situación de calle, pero renunció en busca de algo más. Asegura que este viaje es distinto a cualquier otro que haya hecho. “Acá sos parte de una comunidad, estás empezando algo. Esto tiene sentido, esta gente merece mi energía y yo la suya. Estamos metidos en algo de lo que no podemos escapar porque nos dimos cuenta de que todo lo demás ya está hecho y sirve a un sistema”.

Camilo dos Santos

“Acá sos parte de una comunidad, estás empezando algo. Esto tiene sentido, esta gente merece mi energía y yo la suya. Estamos metidos en algo de lo que no podemos escapar porque nos dimos cuenta de que todo lo demás ya está hecho y sirve a un sistema”.

Cuando El Observador recorrió la obra del hotel, Reynolds ya había dejado el país, pero en una entrevista publicada en febrero de 2016 durante la construcción de la escuela sustentable dijo lo siguiente: “Buscamos resolver seis problemas básicos que cada ciudad y cada país debe procurar a sus habitantes”. Los problemas son: refugio, agua, electricidad, comida, qué hacer con las aguas residuales y con la basura.

Baremberg explicó que la energía eléctrica de las habitaciones será generada mediante paneles fotovoltaicos que alimentarán una batería alojada en el cuerpo de la estructura. El propietario explicó que igual contarán con energía eléctrica conectada a UTE. “Es una instalación comercial, no le puedo decir a la gente que cargue el teléfono otro día porque estuvo nublado”.

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El agua de la lluvia es recogida por tanques de almacenamiento en el techo del hotel y pasará por seis filtros antes de convertirse en potable. Esta agua también será fuente de riego de un circuito interno de vegetación que mantendrá el lugar refrigerado a la temperatura adecuada todo el año. Las aguas servidas irán a parar a un pozo subterráneo con filtros naturales, como roca y arena, y luego servirán de riego.

De a poco los sonidos se van apagando y el aire vuelve a estar casi mudo, sonando a algo así como viento contra árboles y pastos largos, bichos ruidosos y vacas solitarias. En medio de abrazos de despedida, selfis grupales e intercambio de números de teléfono, los extranjeros regresan a sus países dejando atrás ese sueño que por un mes fue una comunidad sustentable. 

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