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Los siekopai, un pueblo originario al borde de la extinción cultural

Desplazado por los conflictos armados y las industrias extractivas, la comunidad lucha por acceder a una pequeña porción de lo que fuera su vasto territorio ancestral en la frontera entre Ecuador y Perú

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14 de febrero de 2023 a las 05:03

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Se llaman a sí mismos "gente multicolor", o siekopai, por la llamativa pintura corporal y los adornos que solían usar en sus aldeas, en el corazón de la Amazonia. Hoy, las coronas de plumas y los collares de dientes de animales son para ocasiones especiales.

Desplazados durante décadas por la minería y la industria petrolera, y más recientemente por las organizaciones criminales dedicadas al tráfico de drogas, los siekopai se encuentran dispersos en aldeas a ambos lados de la frontera entre Ecuador y Perú.

Alejados de su forma tradicional vida, que consistía en cazar, pescar y recolectar, luchan por recuperar su territorio, mientras se ganan la vida haciendo trabajos ocasionales en pueblos rurales rodeados de campos petroleros, plantaciones de palma aceitera y carreteras.

Sus hijos visten jeans, camisetas y zapatillas deportivas, escuchan reguetón y andan en motos chinas. Cuando no están en la escuela, en lugar de aprender a pescar, a cazar y a usar hierbas medicinales, pasan horas con sus celulares como los adolescentes en cualquier otra parte del mundo.

Al borde de la extinción cultural, los líderes del pueblo siekopai dicen que es una cuestión de supervivencia reclamar su tierra ancestral, a la que llaman Pe'keya en lengua paicoca, todavía en buena medida intacta en las zonas más remotas de la Amazonia.

"Nuestro gran sueño es reconstruir nuestro territorio, volver a unir a nuestra nación, a nuestras familias, en estos ríos donde viven los espíritus y las criaturas de las que me habló mi abuelo", dice uno de los líderes, Justino Piaguaje, luego de un reciente y raro encuentro de la comunidad en Pe'keya.

Los siekopai son uno de los 14 grupos indígenas reconocidos en Ecuador, un país de 18 millones de habitantes y en el que el 7% de la población se identifica como tal. En total, los siekopai suman solamente unos 1.200, repartidos entre Ecuador y Perú.

Durante el conflicto limítrofe entre ambos países, que tuvo choques armados en 1941, 1981 y 1995, los intensos combates expulsaron de Pe'keya, que según ellos se extendía por unos 3 millones de hectáreas a lo largo del río Lagartococha, que forma parte de la frontera entre Ecuador y Perú.

Del lado ecuatoriano, la mayoría terminaron a unos 160 kilómetros al oeste de su tierra natal, en el asentamiento rural de San Pablo de Kantesiya, un pueblo que subsiste principalmente gracias al aceite de palma y al petróleo. "Desde la guerra, nunca hemos podido regresar. Hermanos y familias fueron separados. Nos cortaron nuestras raíces nutritivas", explica Piaguaje.

Pe'keya, lugar de reencuentro

En enero pasado, unos 200 siekopai se congregaron en la aldea de Mañoko, a orillas del río Lagartococha, “el río de los caimanes”, en el lado peruano de Pe'keya, donde un puñado de integrantes del pueblo originario habita en casas de madera sobre pilotes, cerca de las tumbas sagradas de sus venerados chamanes.

El pequeño caserío, en medio de un océano de verde, recibió durante varios días a los líderes de la comunidad, que levantaron improvisadas tiendas entre los gritos de los monos aulladores posados en las copas de  árboles gigantes cuyas raíces se aferran a las orillas fangosas del curso fluvial.

Durante los días siguientes, los siekopai se reunieron en la rudimentaria cancha de fútbol enmarcada por las chozas y en la única aula de la escuela, ataviados para la ocasión con coloridas túnicas tradicionales y tocados de plumas, con collares de perlas, semillas y dientes de animales.

Con pinturas a base de plantas, hombres y mujeres decoraron sus rostros con motivos inspirados en animales de la selva, como serpientes, panteras y arañas. Todos hablaron paicoca, pero también español.

"El regreso a Pe'keya sirvió para encontrarnos con nosotros mismos. Para los siekopai, todo viene de aquí", resume Piaguaje, quien lleva un apellido común en la zona, aunque tiene una variedad de grafías. "Las nuevas generaciones no conocen el lugar, su historia y su energía especial. El encuentro sirvió para estrechar los lazos entre viejos y jóvenes", agrega.

Entre los que hicieron el recorrido había adolescentes, como Milena Piaguaje, de 18 años, quien viajó para "aprender sobre hierbas medicinales y escuchar las historias de los mayores". Orgullosa de ser siekopai, pero cansada de la "discriminación en la escuela", asegura que le gustaría volver a la patria ancestral con su familia.

Los jóvenes siekopai viven en una realidad compleja. “Con un pie en el mundo occidental moderno y el otro pie en su territorio", comenta Sophie Pinchetti, de Amazon Frontlines, una oenegé que apoya a los pueblos de la Amazonia y colaboró con el reencuentro que se celebró en Mañoko.

"Violación de derechos"

Con el acuerdo de paz de 1998 entre Perú y Ecuador, los siekopai recuperaron la esperanza de regresar finalmente a su tierra. En 2017, presentaron una demanda al ministerio de Medio Ambiente de Ecuador para obtener el título de propiedad de una porción de 42.000 hectáreas de Pe'keya.

“Desde entonces, hemos tenido discusiones con cuatro ministros sucesivos, sin ningún resultado", explica Piaguaje. Por eso, en septiembre de 2021 decidieron emprender acciones legales para que el Estado reconozca como propio de la comunidad al menos una parte pequeña de lo que fue su hábitat.

La demanda, todavía sin resolverse, tiene como finalidad conseguir los títulos de propiedad, una disculpa del Estado ecuatoriano por las "violaciones de los derechos" de los siekopai y garantías para un retorno seguro a la tierra de sus ancestros. Sin embargo, existe una complicación importante.

Pe'keya se encuentra en el centro de una área protegida, la Reserva de Producción de Fauna Cuyabeno (RPFC), creada en 1979 y que abarca unas 600.000 hectáreas en el noreste de la región amazónica del país. La reserva es parte de un ecosistema acuático complejo, con cientos de ríos, esteros y lagunas, catalogado como humedal de importancia internacional bajo la Convención de Ramsar, un tratado ambiental mundial establecido por la Unesco.

Los científicos señalan que el área alberga más de 200 especies de reptiles y anfibios, 600 especies de aves y 167 de mamíferos. Muchas son especies amenazadas, como el delfín del río Amazonas, la nutria gigante, el manatí y el arapaima, uno de los peces de agua dulce más grandes del mundo.

En 2007, varios grupos indígenas firmaron un acuerdo con el gobierno de Ecuador que otorgó a los siekopai los derechos de uso, pero no de propiedad, sobre unas 8.000 hectáreas de la reserva en un área que se superpone con Pe'keya, ocasión en la que también se entregaron derechos de uso a las etnias kichwa, shuar, cofan zabalo y siona sobre otras tierras cercanas.

Los observadores aseguran que el gobierno, al igual que las compañías petroleras y mineras, avivaron las rivalidades entre los diferentes grupos para frustrar sus reclamos y mantener el acceso a las tierras, que contienen recursos naturales, como petróleo y minerales. "El Estado no quiere protegernos. Solo quiere explotar la riqueza de nuestros territorios", denuncia Piaguaje.

"No podemos abandonar la lucha"

El encuentro en Mañoko ofreció una mirada al pasado y a una cultura en peligro.  "Somos gente de los ríos, gente de la sabiduría de las plantas y de las lagunas", dice Piaguaje, quien como muchos siekopai sueña con volver a la vida anterior donde la pesca, la caza y la agricultura ambulante eran las formas dominantes.

Durante el encuentro en Mañoko, los ancianos organizaron talleres informales para explicar las técnicas tradicionales de pesca utilizando huevos de hormiga, frutas y semillas a la generación más joven.  Los jóvenes también aprendieron sobre la caza de caimanes, de noche y con arpón, una tarea peligrosa ya que estos reptiles de un metro de largo incluso atacan a las embarcaciones pequeñas.

Los monos, colorados, aulladores o lanudos también son una fuente preferida de carne, aunque ya no se los caza con cerbatanas y dardos envenenados, sino con escopetas. En ese ambiente, signado por la naturaleza, los siekopai se enorgullecen de conocer más de mil plantas, incluida el yagé, utilizada en los ritos chamánicos que crean un puente hacia el mundo de los espíritus.

"El yagé es vital para nosotros. Si perdemos el yagé, perdemos nuestra espiritualidad. Caeremos en la ignorancia, perderemos la sabiduría de los ancianos. Ya no escucharemos a los animales y a los espíritus de la selva y a los ríos", explica Piaguaje, cuyo abuelo, hoy de 109 años, lo tomaba.

Algo similar ocurre con el tabaco, la otra gran planta que según la  creencia de los siekopai protege a los pescadores de los peligros. “Este conocimiento, esta sabiduría de las plantas solo se puede aprender en nuestro territorio", apunta Piaguaje. Para retenerlo, los siekopai insisten que deben regresar a su territorio. "No podemos abandonar la lucha o hemos de desaparecer como algunos animales de la selva que han desaparecido de la noche a la mañana", agrega.

En lo inmediato, el futuro de los siekopai y el de los otros pueblos originarios que habitan en las zonas selváticas de Ecuador, un país de apenas 256.370 kilómetros cuadrados atravesados por la cordillera de los Andes, depende de que el Estado cumpla con la constitución, que reconoce que las poblaciones indígenas "tienen la propiedad colectiva de la tierra, como una forma ancestral de organización territorial".

La ley, aunque reconoce la jurisdicción indígena sobre las tierras, mantiene la potestad del Estado sobre el subsuelo para explotar por su cuenta o mediante concesiones a privados los recursos. Si bien las normas señalan que los habitantes deben ser previamente consultados, las comunidades indígenas denuncian que no las toman en cuenta. Por ese motivo han llevado sus protestas ante los tribunales, a menudo con el apoyo de oenegés internacionales.

En 2019, la justicia ecuatoriana falló a favor de indígenas waorani al suspender el ingreso de empresas petroleras a un territorio de 1.800 kilómetros cuadrados en la provincia amazónica de Pastaza, el este del país. En 1996, los integrantes del pueblo sarayaku habían librado ya una batalla judicial. Fue luego que el gobierno autorizara la explotación de petróleo en su territorio sin consultarlos previamente. El caso llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que obligó al Estado a retractarse y disculparse por violar sus derechos.

Sin embargo, no todas son batallas legales. Las "guardias" indígenas formadas por las comunidades constituyen otra estrategia para defender sus territorios. Equipados con drones y GPS, están a la vanguardia de la lucha contra la minería ilegal. Una de estas guardias, de la nacionalidad indígena cofán, se hizo famosa por hacer retroceder a las empresas mineras en el norte del país, cerca de la frontera con Colombia. Un pequeño paso en el largo camino emprendido por las comunidades en un país que se define como "pluricultural", pero que poco hace para tornarlo realidad.

(Con información de AFP)

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