Mala hora para la integración
Los planes de unión del viejo continente no pasan por buen momento
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31 de julio de 2018 a las 05:00
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Los proyectos de integración diseñados y puestos en marcha desde la Europa de la posguerra no atraviesan un buen momento. La idea de que los ciudadanos, mercancías y servicios puedan circular libremente a través de las fronteras nacionales, no solo con el fin de aumentar el comercio mundial –y así vigorizar una economía en ruinas por los enfrentamientos bélicos a gran escala– sino también con la noble intención de comenzar a construir una sociedad mundial en paz y armonía, está siendo cuestionada y dejada de lado por la vía de los hechos. El mundo está presenciando el desmoronamiento de una construcción internacional que se la creía sólida –por lo menos en Occidente– por aguijones individuales de dirigentes mundiales que actúan con capricho y quieren imponer sus opiniones sin una discusión razonada y profunda de los líderes y sin la actuación de los organismos internacionales.
Desde la década de 1950 ha primado la idea en el campo de la política internacional de que los diferentes modelos de integración son un instrumento poderoso para el desarrollo integral de los pueblos, sin desconocer el interés creciente que hubo en diferentes regiones por crear contrapesos al poder estadounidense y de sumar más fuerza en las negociaciones mundiales. Los datos en ese sentido son concluyentes a favor de la integración y el libre comercio, aunque es justo reconocer que han surgido problemas serios que atacar como el de algunos sectores sociales que se han visto perjudicados. Los líderes mundiales –incluso la academia o centros de pensamiento– no advirtieron a tiempo que se estaba formando un poderoso ejército de perdedores, un caldo de cultivo para los políticos populistas. El saldo de la globalización es muy positivo, pero eso no supone no reconocer que ha traído nuevos y complejos problemas que los gobiernos no supieron ver a tiempo.
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