AFP

Por qué los déspotas están apoyando a Donald Trump

El presidente estadounidense ha puesto a la democracia más poderosa del mundo del lado del autoritarismo

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01 de octubre de 2020 a las 16:39

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Por Philip Stephens

Vladímir Putin, el líder de Rusia, está respaldando a Donald Trump, al igual que una serie de autócratas y déspotas a nivel mundial. El presidente estadounidense tal vez tenga pocos amigos entre los aliados habituales de EEUU, pero supera por mucho al contendiente demócrata, Joe Biden, cuando se trata del voto autoritario.

El hecho de que los autodenominados ‘hombres fuertes’ del mundo están casi todos de acuerdo en respaldar la reelección del supuesto líder del mundo libre dice algo profundamente deprimente acerca del daño que el Sr. Trump le ha infligido a la democracia liberal. ¿Cómo se puede argumentar a favor de un orden internacional basado en el Estado de derecho cuando el presidente estadounidense le dijo en alguna ocasión al primer ministro chino, Xi Jinping, que no le molestaba la detención de los uigures?

La idea del Occidente como guardián de la libertad y de la ley recibió un duro golpe en la guerra de Irak. El colapso financiero de 2008 dejó una huella similar en la ideología de ‘dejar que los mercados hagan lo que quieran’ que apoya el Consenso de Washington. La contribución del Sr. Trump a los asuntos globales ha sido eliminar lo que quedaba de la autoridad moral de EEUU.

EEUU construyó el orden de la posguerra en torno a un sistema de reglas. El Sr. Trump ha dicho que todo el mundo debería ser un nacionalista egoísta. Él se jacta de tener una estrecha relación con líderes revisionistas como el Sr. Putin y como Recep Tayyip Erdogan de Turquía, y no hace nada para ocultar su desdén por aquellos líderes, como la canciller Angela Merkel de Alemania, que quieren mantener esas reglas.

El entusiasmo del Sr. Putin por el Sr. Trump necesita poca explicación. Según John Bolton, el ex asesor de seguridad nacional estadounidense, el líder ruso debe haber estado “riéndose a carcajadas porque se había salido con la suya” después de la cumbre de 2018 en Helsinki en la que el Sr. Trump se puso del lado de Moscú en vez del de las agencias de inteligencia estadounidenses, las cuales habían descubierto la interferencia rusa en las elecciones de 2016. “Yo pienso que el Sr. Putin cree que puede fácilmente manipularlo”, ha comentado el Sr. Bolton.

El Kremlin se ha adjudicado dos grandes premios estratégicos: el permiso de EEUU para el revanchismo ruso en Ucrania y para su involucramiento en el Medio Oriente, y la incertidumbre acerca de la garantía de seguridad de EEUU a Europa a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El Sr. Trump hubiera ofrecido más si no hubiera sido por la resistencia en el Congreso.

A Turquía, y a un puñado de países del Medio Oriente, se les ha otorgado una impunidad similar. Después de un difícil comienzo, el Sr. Trump tácitamente bendijo la expulsión de las fuerzas kurdas del norte de Siria por parte del Sr. Erdogan y el envío de fuerzas militares a Libia. Turquía está agresivamente expandiendo su base de poder regional en el Mediterráneo oriental. Turquía es miembro de la OTAN, y ahora compra sofisticados equipos militares rusos sin enfrentar ninguna sanción de Washington.

En el Golfo, la única preocupación del Sr. Trump es mantener su postura de línea dura en contra de Irán. Él ha ignorado el presunto papel del príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, en el asesinato del periodista del Washington Post, Jamal Khashoggi, mientras que a Riad se le ha dado libertad total para que lleve a cabo su sangrienta guerra en contra de los insurgentes en Yemen respaldados por Irán. Asimismo, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) no han tenido restricciones para intervenir en la guerra civil libia.

El denominador común es la visión del Sr. Trump de la política exterior como algo que se trata de relaciones personales y de acuerdos. Su enfoque transaccional no deja lugar para grandes estrategias, y mucho menos para valores. La misma mentalidad explica sus cálidas relaciones con ‘compañeros’ nacionalistas de línea dura como Narendra Modi de India, alabado por el presidente estadounidense como un “gran líder y leal amigo”. Por su parte, el autodenominado hombre fuerte de Israel, Benjamin Netanyahu, se ha ganado el respaldo para desmantelar lo que queda del marco para una solución de dos Estados con los palestinos.

Eso deja al régimen del Sr. Xi en Beijing. Puede que sea la excepción. El líder chino no es un ‘admirador’ del Sr. Biden, y los demócratas tomarían una línea tan dura como los republicanos en cuanto al comercio y a la tecnología, pero las agencias de inteligencia occidentales creen que la posición de Beijing actualmente puede que esté a favor de cualquiera que no sea el Sr. Trump.

El Sr. Trump en el pasado aclamó al Sr. Xi como un hombre con el que podía hacer negocios, hasta que decidió que podía ganar votos si criticaba a Beijing. Desde entonces, el presidente se ha puesto a la cabeza de los halcones en contra de China de Washington. Las crecientes sanciones comerciales y los esfuerzos para paralizar a las compañías de tecnología chinas ahora van acompañadas de invectivas presidenciales sobre el “virus de China”.

Como regla general, los líderes chinos han preferido tratar con los republicanos en vez de con los demócratas principalmente porque los primeros han tendido a no mezclar las negociaciones bilaterales con cuestiones más amplias de derechos humanos.

Sin embargo, China necesita estabilidad económica para satisfacer sus ambiciones de gran poder. El Sr. Xi pudiera haber decidido que una difícil relación con el Sr. Biden es preferible a la combustibilidad del Sr. Trump. Ésa parece ser la opinión de William Evanina, el director del Centro Nacional de Contrainteligencia y Seguridad (NCSC, por sus siglas en inglés) de EEUU: “China prefiere que el presidente Trump — a quien Beijing considera impredecible — no gane la reelección”. En cambio, “determinamos que Rusia está utilizando una serie de medidas para denigrar al ex vicepresidente Biden”.

Independientemente de esos cálculos (y todavía estamos esperando escuchar de Kim Jong Un de Corea del Norte), está claro que el resultado de las elecciones tendrá un profundo efecto en la competición más amplia entre la democracia y el autoritarismo. La democracia ha estado luchando maniatada. Un presidente estadounidense dispuesto a exigirles a sus interlocutores unos mínimos estándares de comportamiento al menos cortaría las ataduras.

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