Pancho Perrier

Se inicia la temporada de conflictos

El interés por las elecciones municipales y la ley de Presupuesto opacan al coronavirus

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22 de agosto de 2020 a las 05:02

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El aislamiento y la higiene para contener epidemias son prácticas muy nuevas en la historia.

Recién en el siglo XVIII los médicos europeos comenzaron a lavarse las manos, entre paciente y paciente, para evitar contagios en serie. Todavía en 1854 los enfermos de cólera eran atendidos en Londres en una sala general. Un año después la “fiebre amarilla” o “vómito negro” llegó a Montevideo en barcos, con los emigrantes, y al resto de América Latina.

Por entonces en Uruguay las cuarentenas para inmigrantes solo eran selectivas. El lazareto de la isla de Flores, que sistematizó las revisiones y aislamientos, recién se terminó en 1869.

En 1857 la epidemia de fiebre y vómitos mató a unos 2.500 de los 35.000 pobladores de Montevideo, un porcentaje enorme, incluido el médico Teodoro Vilardebó.

El rebrote de la peste en 1868, cuando muchas familias huyeron al campo, fue menos letal que la violencia política, que en unos días de febrero se llevó la vida de centenares de personas, incluidos los expresidentes Venancio Flores y Bernardo Berro.

Esos asuntos, de los que hay varios ejemplos en la historia, vienen a cuento para entender por qué las autoridades hoy bregan por no perder el “hilo epidemiológico” o trazabilidad de los contagios por covid-19.

Algunos nuevos brotes, como en la frontera con Brasil o en asentamientos precarios de Montevideo, amenazan arruinar cinco meses de control de daños. Suelen ser solo la punta del iceberg; la afloración de fenómenos más extendidos, que luego hay que perseguir, con la paciencia de Job.

A mediados de junio los uruguayos llegaron a creer que podrían librarse del coronavirus. Pero los rebrotes en la frontera noreste y en centros médicos de Montevideo acabaron con la pretensión de ser el Pueblo Elegido.

La lucha no tiene fin, al menos hasta bien entrado el año 2021, cuando tal vez haya una buena vacuna disponible para casi todos.

Como ocurre este verano en Europa, los jóvenes suelen ser el origen de los nuevos focos. Sufren menos la enfermedad, pero la trasladan de un lado a otro, sobre todo en reuniones sociales.

En otros casos, como ocurrió en Mercedes o en Paso de los Toros, algunas personas infectadas violaron sus cuarentenas y desperdigaron el virus.

Los contagios se relanzaron en Europa con las vacaciones de verano.

Los Estados del norte de Europa han tratado de evitar que sus ciudadanos se desplacen a los centros turísticos del Mediterráneo, como en Grecia, Italia o España, con relativo éxito. Incluso entre personas que permanecieron en sus propios países, como Alemania o Dinamarca, el número de contagios aumentó tras la reactivación de la vida social.

El miedo, esa loba, ya no cumple el papel esterilizador de antes. En Uruguay ocurre algo parecido, debido a la confianza que provocó el éxito inicial en el control de la pandemia. Es probable que la indolencia se agrave el próximo verano.

De todos modos, los rebrotes en Europa ahora provocan muchas menos muertes que entre febrero y mayo. La pandemia puede controlarse allí sin necesidad de paralizar toda la sociedad, ya que las autoridades están mejor preparadas y existe más experiencia, señaló la OMS el jueves.

La tormenta de muertos se desplazó decididamente hacia América.

Perú, con más de 820 muertos por millón de habitantes, pronto será el peor caso del mundo, al desplazar a Bélgica. Chile está muy mal también, con más muertes per cápita que Estados Unidos, Brasil y México, los países con más fallecidos en términos absolutos.

Incluso Argentina, cuya situación es comparativamente buena, tiene unos 150 muertos por millón de habitantes (Uruguay: 12). En Argentina se realizan pocos testeos, y ya es el país número 12 en el mundo por cantidad de casos de coronavirus, al mismo nivel que el Reino Unido, y por encima de Italia y Francia.

La pandemia está dejando un tendal de locura y depresión, advirtió la Organización Panamericana de la Salud (OPS); aunque cualquiera puede comprobarlo con solo mirar su entorno y las redes sociales.

La pandemia también provocó un vendaval de quiebras, desempleo y pobreza en el mundo, particularmente en América Latina. Se espera que la economía uruguaya caiga entre 3,5% y 4,5% este año, según estimaciones diversas, aunque significativamente menos que el conjunto de América Latina, que retrocederá entre 7% y 10%.

En Uruguay ya empezó la temporada de conflictos, en particular en el sector público, debido a la discusión de la ley de Presupuesto, que debe presentarse a más tardar el 31 de agosto y distribuye el gasto público por los próximos años.

El nuevo gobierno tampoco ha terminado de asentarse en funciones. Comete chapucerías mientras aprende el manejo de los comandos, como le ocurrió al Partido Nacional en 1990, y al Frente Amplio en 2005.

Lo único cierto serán los recortes en el gasto del Estado —que hoy recauda unos 80 pesos por cada 100 que gasta— y los reclamos de los funcionarios. No debe descartarse que la inflación continúe alta, cerca del 10% anual, como forma de licuar parte del gasto público real. Gracias a un aumento excesivo de la cantidad de dinero, o señoreaje, el Estado y los bancos roban a los uruguayos cada año, desde hace muchos años, entre 400 y 600 millones de dólares.

Los sindicalistas y militantes políticos opositores serán muy activos al menos hasta finalizar noviembre, poco antes de irse de vacaciones. Entonces habrá paz hasta la nueva zafra de conflictos, que se inicia en marzo, como es tradicional, con el regreso a clases. 

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