Shock externo, impactos domésticos

En tiempos donde la crisis de Argentina puede repercutir en Uruguay, es necesario recordar que los líderes deben ser más efectivos que nunca

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05 de septiembre de 2018 a las 05:02

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Otra vez Argentina está en crisis. Los problemas económicos, a esta altura, agobian al presidente Mauricio Macri. La crisis, como todos sabemos, no es solamente económica. Es, también, por no decir en primer lugar, política. La estrategia de gobernar siguiendo las encuestas demostró su levedad (como la mentira, tiene patas cortas). Crisis en Argentina es equivalente a shock externo adverso. Aunque nos separe el río más ancho del mundo, nuestras identidades y nuestras peripecias, tanto políticas como económicas, son inseparables. Está demostrado: si Argentina estornuda nosotros nos engripamos. Si Argentina se engripa, corremos el riesgo de contraer pulmonía. 
Por eso, todos hemos prestado mucha atención en estos días a los principales analistas económicos. Resumiendo, el panorama es complicado. Está claro que la devaluación en la vecina orilla disminuirá la demanda de bienes y servicios uruguayos. La pérdida de competitividad respecto a Argentina también afectará nuestras exportaciones en terceros mercados. La caída de la demanda tenderá a deprimir nuestra ya menguada tasa de crecimiento. En este contexto, caerá la recaudación y se hará más difícil controlar el déficit fiscal, a menos que el gobierno presione una vez más sobre los ingresos (por ejemplo, incrementando tarifas). La presión alcista sobre el dólar, que ya ha obligado al BCU a vender reservas, de no ser contenida, podría ser un factor inflacionario. En suma: hay que esperar que se incremente la presión sobre las principales variables macroeconómicas. 

No soy de los que piensa que “es la economía, estúpido”, para repetir la frase célebre. La economía no explica toda la política en todos los casos. Pero su influencia está fuera de discusión. La nueva crisis económica argentina está llamada a enredar un poco más el escenario electoral para el Frente Amplio. Sube un escalón y cobra mayor visibilidad (ya acapara todas las miradas) la incertidumbre, la gran estrella de la elección nacional de 2019. Penden sobre el escenario económico, en concreto, dos amenazas contantes y sonantes con eventuales consecuencias electorales. La evidencia aportada por la investigación empírica en el campo de la economía política es clara: el partido de gobierno puede ser reelecto en contextos de recesión o de bajo crecimiento económico; en cambio es muy difícil hacerlo cuando trepa la inflación y se incrementa el desempleo. 

Las interpretaciones sobre los hechos (las narraciones, los “relatos” como tiende a decirse últimamente) cuentan tanto o más que los hechos mismos. Desde este punto de vista, la nueva crisis de Argentina también está llamada a generar incertidumbre y a dinamizar las controversias. Al fin de cuentas, ¿de quién es la responsabilidad de la nueva frustración en ciernes? Del gobierno de Macri, dirá el FA (ya lo están diciendo algunos referentes frenteamplistas). De la “herencia maldita” del kirchnerismo, dirán los líderes de la oposición. De todos modos, la crisis del gobierno argentino es, desde este punto de vista, una mala noticia para la oposición. Los argentinos “cambiaron” de elite gobernante y ensayaron algunas innovaciones en el plano de los paradigmas de políticas. Pero no está claro que hayan mejorado. Estaban mal. Siguen mal.

El nuevo escenario en la vecina orilla podría tener consecuencias relevantes en algunas decisiones electorales de actores relevantes. En concreto, hace mucho tiempo que se especula con la eventual precandidatura de Danilo Astori, el ministro más influyente de la extensa era progresista. Sigue sin saberse si aspirará o no a ser nominado candidato a la presidencia por el FA. ¿Qué hará Astori en este nuevo escenario? Hay dos datos muy fuertes. El primero es que durante el último semestre ha quedado claro que tiene muy poco apoyo en la interna del FA (mucho menos que hace diez años cuando su postulación fue apoyada por la mayoría de los grupos frenteamplistas a instancias del propio Tabaré Vázquez). El intento de José Mujica por impulsar su candidatura, un esfuerzo sincero desde mi punto de vista, fracasó rotundamente. 

El segundo dato importantísimo es que, aunque desgastado por tantos años de ponerse el cuadro al hombro, de liderar reformas estructurales polémicas y de decir que no a demandas sociales en nombre de la “cautela” y la “prudencia”, disminuido políticamente por la andanada de críticas (de propios y extraños) y por sus propias limitaciones temperamentales y discursivas (su característico empecinamiento, su tendencia al aislamiento), Astori sigue siendo un factor clave de estabilidad para la economía uruguaya. El resultado de la ecuación de costo-beneficio para él y para su partido es clarísimo: es mucho mejor que se quede al frente del MEF hasta el final del mandato a que renuncie para intentar la quimera de la candidatura presidencial. Éste es también el mejor escenario para la oposición en caso de ganar. 

Se vienen, otra vez, tiempos difíciles. No hay 2002 a la vista. Como país, como sociedad, como sistema político, hemos aprendido mucho de los fracasos del pasado. Aprendimos a jugar mucho mejor con las reglas de la economía global luego de la experiencia del “desarrollo frustrado” de los cincuenta y sesenta. Aprendimos a manejar mucho mejor nuestras diferencias políticas luego del desastre de la década del sesenta (combinación de maximalismo y polarización) y de su brutal epílogo, la dictadura. Aprendimos a minimizar los impactos domésticos de los shocks adversos luego del desastre del 2002. Aprendimos, y no deberíamos olvidar, que los tiempos difíciles exigen liderazgos mayores. 

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