Sobreviví a mi juventud y, de lejos, la aprecio

Sobre las maravillas y horrores de aquellos años, desde la perspectiva de un presente que permite recordarlos

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17 de noviembre de 2016 a las 05:00

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Creo que lo que más caracteriza la vida de joven es la pureza y la autenticidad que se viven en esos años pelotudos. Esos años lejanos de las seriedades del hoy en día.

En algún momento la vida me dejó ser joven. Y vivir todo lo que eso conlleva: Equivocarme 500 veces, rebelarme 800, y vivir soñando con la mayor fuerza posible todo lo que más quería lograr.

Es que yo no soy de los que menosprecia la vida de aquellos días. Por lo contrario, la entiendo como una cosa super heavy; una época que te pone a prueba todo el tiempo. Hoy en día, con un hijo, hipoteca y varias deudas para sobrellevar, me pregunto cómo sobreviví a mi vida de "joven".

Dios, qué dolor pensar en las noches estudiando, trasnochando solo con el ruido de los bondis. Leyendo temas que dudaba me servirían para algo y que hoy confirmo que no me sirven. Morirse de sueño, pegarse una ducha para hacer una maldita cuenta de una dolorosa materia cargada de números.

Dejar de ir a surfear, dejar de salir, dejar de hacer lo que sea que a uno le gusta para salvar un examen.

Ir al examen y sufrir como loco, pensando en la presión de mi padre, en no decepcionar sus expectativas.

Y perder...

Pero también vivir y disfrutar con más seriedad que en la adolescencia, esas caricias que la vida da a tus ya "más educadas" hormonas. Conocer un poco menos desenfrenado la textura de una piel joven, y apreciar con atención la ternura de una sonrisa inocente, y recibir mimos, creyendo que el fin de la vida puede ser perfectamente ese.

Hacer pactos con amigos en noches borrachas bajo el frío de un cielo montevideano. Pactos que no importa si 20 años después nunca se cumplieron, pero que en ese momento tuvieron el peso de la Constitución de la República.

Enamorarse y desenamorarse. Llamar de teléfono fijo a teléfono fijo y que te atienda el padre.

Esas cosas que al recordarlas -con una panza apretando el cinto, con aquel padre exigente ahora muerto, con una colonoscopía arriba, un guacho precioso de cuatro años durmiendo en tu cama, con una esposa al lado de él que se fue a dormir enojada contigo, con menos por delante y más por detrás- te hace darte cuenta que por lo menos, por ahora, venimos zafando (o al menos eso creo).

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