C. Dos Santos

Tristeza, decadencia y oscuridad en las galerías de 18 de Julio

A pesar de algunas renovaciones, las galerías del Centro siguen siendo remanentes del Montevideo más lúgubre y gris

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18 de agosto de 2018 a las 05:00

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La corriente desborda 18 de Julio a las cuatro de la tarde. De alguna manera, hay que escapar del flujo permanente, del ruido de los trabajadores, cadetes, jubilados, sin techo y cuidacoches que inunda el Centro de Montevideo. En medio de ese frenético momento de aglomeración humana que se repite cada día, un golpe de frío repentino entra por los pies y descoloca al transeúnte. Es denso; es un frescor que abraza. Y logra, también en invierno, incomodar; no es el mismo frío que se siente en la piel o en los huesos durante los meses de junio, julio y agosto. Esto se siente más adentro. No está del todo claro dónde, pero es inexplicablemente más profundo. Visceral. No corresponde a una baja súbita de la temperatura; en estos momentos, lo que parece bajar es el tiempo. Es un aire helado que proviene de oscuridades vidriadas y vacías, de humedades enquistadas en los techos rotos del corazón capitalino. Es frío y es pasado. Lo viejo se siente en la atmósfera, en el ambiente.

Puede que esta sensación se perciba también en otros sitios de la ciudad, como en las estaciones abandonadas o en determinadas desolaciones callejeras, pero en este caso en particular el frío sale de una galería del Centro. Más específicamente, de la galería Trocadero, que se encuentra pegada a uno de los pocos bowlings que quedan en la ciudad –y, tal vez, en Uruguay–. Es curioso: ambos son remanentes del ocio de una ciudad que parece haberlos dejado de lado.

También es curioso como ya desde la vereda de enfrente la galería comienza a mostrar sus facciones: una cara enorme en la fachada de 18 de Julio, dominada por una boca gigantesca, apenas iluminada a esa hora de la tarde, pronta para tragarse a las pocas personas que pongan un pie ahí dentro. Una vez que se sortea la entrada, el aspecto amenazador del lugar adquiere un poco más de luminosidad, pero también una grisura bien montevideana. El golpe de frío, la temperatura al compás de la decadencia, adquiere razón de ser.

Galerías 18 de julio

Dentro, lo primero que se siente es el silencio. No es total, pero el vacío está en los oídos. Es casi un pitido remanente, una sordera que incomoda por la costumbre al ruido de la calle. En ese sentido, la galería funciona como una bolsa ziploc cerrada al vacío: lo que se escuche ahí dentro, ahí dentro parece quedar. Y eso que la Trocadero es de las más pequeñas de la ciudad; apenas tiene una salida más que da a la calle Yaguarón. Sin embargo, los pasos resuenan con eco y se pierden como si se tratara del vestíbulo de una basílica. Contribuye la falta de gente. Allí no hay nadie. Nadie.

No. Sí hay alguien. Alguien es un hombre de origen chino que habla a los gritos en chino por un teléfono que bien podría ser chino, mientras espera sentado en un banco situado en medio del pasillo de baldosas. Un vistazo rápido a su alrededor deja en evidencia que está para atender la tiendita –de artículos chinos– que hay delante de él.

Cuando termina de hablar se pone detrás del mostradorcito de madera. Y da un poco de pena verlo solo, iluminado por cachivaches de Oriente, luces anaranjadas que oscurecen más de lo que iluminan.

La escena de soledad, que se repetirá en otras galerías del recorrido, es una constante en aquel universo, que dobla a la izquierda más adelante y que se mete más y más en lo profundo de la cuadra. ¿Es muy exagerado pensar que ese camino de baldosas es, también, una inmersión en un Montevideo diferente, en una ciudad que antiguamente se vendía por catálogo?

Galerías 18 de julio

A medida que la falta de luz se hace más palpable, que la humedad y el olor a viejo pican en la nariz, los locales abiertos dejan de ser tan frecuentes. En la entrada de aquella galería todo era color, ropa barata, tatuajes, tarot y peluquerías. Sobre todo peluquerías. Pero allí dentro –más adentro– las vidrieras vacías pasan a ser la norma. Una repetición. La tienda del chino y todo lo demás quedan atrás. El lugar se convierte en una dimensión dominada por cristales sucios y pisos llenos de volantes viejos, de cuentas que se olvidaron pagar. Y de carteles que anuncian alquileres y ventas. Números de celular pegados que esperan desde hace quién sabe cuánto por llamados que nunca se hicieron.
La galería, cada vez más vacía pero también más limpia, recupera su luminosidad a medida que la salida de Yaguarón se acerca. La calle y el ruido también. En ese sector más iluminado está la mercería de Aldo Bernardini, que tiene 70 años y que está enclavada allí desde el año 85.

"Esto está muerto. No pasa nadie. Pero, a ver, es culpa de todos. Dejamos morir las galerías. Nosotros y la Intendencia. No hicimos nada cuando llegaron los shoppings, que las mataron. No las remodelamos, no las redecoramos. También dejamos caer 18 de Julio. En ninguna otra capital del mundo la principal avenida está tan descuidada como acá", dice Aldo, mientras saca un catálogo de las tiendas London París y recuerda como aquellos locales fueron el principal centro comercial de Montevideo. Las galerías, como se sabe bien, fueron hijas y herederas de aquellos sitios cuando dejaron de ser la norma comercial. Al final, también heredaron el abandono.

Aldo recuerda que supo tener, con un socio, una mercería más en la galería De London, también sobre 18 de Julio. Pero ahora solo le queda este alquiler de $ 7.000 por mes, en el que vende el remanente del stock de aquellos años. "Era tal la cantidad de mercadería que teníamos por la demanda de aquellos años, que no tuve que volver a comprar más. Además, hoy es muy poca la gente que llega hasta acá. No tengo que reponer".

GALERIAS 18 DE JULIO CDS_2.JPG

Aldo está situado en uno de los pocos comercios que se mantienen ocupados desde hace años en estos lugares semiescondidos del Centro. En general, las galerías hoy se rigen por negocios rotativos que aprovechan la economía de estos locales para instalar puntos de venta de mercadería por internet. Ese es el caso de Gimena Cuadrado, que tiene 26 años y que desde marzo alquila un local en la galería De London.

Sentada detrás de un mostrador de madera y rodeada de vestidos, Gimena dice que lo que la atrajo hasta allí fue el precio del local –$ 6.900 por mes– y que es algo que les sucede a varias personas en su situación laboral. Sin embargo, ahora se arrepiente, porque si bien no necesita exposición callejera para lograr sus ventas, siente que está pagando por un lugar "muerto". Y eso que está situada en una de las galerías con más interacción de la ciudad. "No pasan más de 20 personas por día, y la verdad que para estar acá y pagar alquiler por esto... Prefiero hacerlo desde mi casa". Según ella, lo único que logra funcionar en las galerías son los negocios con clientela fija, como las peluquerías –en especial las peluquerías– que no dependen del tránsito que pasa frente a sus vidrieras para vender.

Ese tipo de subsistencia es la que conoce Estela, que tiene una sastrería en la misma galería que Gimena, pero con la diferencia de que ella y su familia llevan 15 años trabajando allí en la reparación y confección de prendas de vestir. "Nosotros nos mantenemos gracias a clientes fieles y a arreglos puntuales que surgen. También trabajamos con los hoteles y allí siempre precisan un arreglo para un traje. Ahora, sí es cierto que ha bajado mucho la cantidad de gente que pasa por acá. Hoy la gente busca estar cómoda y segura, y la verdad que los shoppings tienen todo eso y las galerías no".

Según la mujer de 44 años, los locales duran muy poco abiertos y hay algunos que han estado vacíos por más de siete años. Estela y su familia alquilan el local por $ 12 mil, gastos comunes no incluidos. "Acá tenemos guardia y cámaras de seguridad, pero la gente igual ya no quiere bajar escalones, y no quiere estar media hora buscando lugar para estacionar, que es lo que pasa en el Centro", agrega. "El tiempo nos ha hecho hacer de tripas corazón", sentencia con una media sonrisa.

Galerías 18 de julio


El lado luminoso

Según datos del Grupo Centro, en Montevideo hay alrededor de 18 galerías y la mayoría tienen locales vacíos y presentan signos de dejadez y decadencia. En su momento –1960 en adelante– estos lugares eran parte del paseo del Centro y los fines de semana bullían de visitantes locales y extranjeros. La avenida 18 de Julio nucleaba todo el universo del entretenimiento y el ocio montevideano: los teatros, las compras, las confiterías, las grandes tiendas, los cines. Aldo recuerda y asegura que la galería De London, lugar donde supo tener otro local, era "lo que es el Punta Carretas Shopping hoy", y que destacaban también la galería Central, la galería Uruguay y la Yaguarón.


Hasta la década de 1990, estos túneles comerciales seguían funcionando y reuniendo comercios de distintas ramas, pero con el desembarco de los nuevos shoppings el público decidió que su hora había terminado.

Pero no todo es oscuridad.

Según datos del Grupo Centro, en Montevideo hay alrededor de 18 galerías

En 2001 se inauguró en La Madrileña –una de las grandes tiendas que fueron el símbolo de la década de 1960– El Piso, un emprendimiento que reunió a varios diseñadores de moda independientes que, egresados del Centro de Diseño, encontraron allí un lugar donde establecerse con sus marcas. "Éramos 13 o 14 diseñadores y buscábamos un lugar accesible porque teníamos pocos recursos. La Madrileña nos pareció ideal porque era céntrica y barata, y porque era un símbolo, pero tuvimos que arreglarla porque estaba destruida", cuenta Ana Domínguez, una de las diseñadoras fundadoras de El Piso.

Aunque el proyecto se mantuvo solo un par de años, en 2018 La Madrileña se ha renovado y es una rara avis dentro del universo de las galerías del Centro. El emprendimiento se suma a determinados proyectos que les lavaron la cara a algunos de estos sitios abandonados. "No hay ninguna galería con los frentes vacíos. Y hay algunas que se van reconvirtiendo, como la de El Clon, que se quedó con la gran superficie, o el paseo de La Madrileña, que se inaugura ahora. Y hay cuatro que funcionan muy bien, entre ellas la del Notariado, que se creó como galería", explica Marcelo Carrasco, director del Grupo Centro.

En 2018, La Madrileña se ha renovado y es una rara avis dentro del universo de las galerías del Centro

Sin embargo, Carrasco asegura que lo que imposibilita la reconversión de las galerías es la diferencia que hay entre los alquileres de los locales del frente y los del interior. "Un negocio al frente de una galería puede llegar a valer US$ 5.000 o US$ 6.000 el alquiler por mes, por eso es tan difícil reconstruirlas. Es valioso su frente y el resto se alquila por $ 6.000. Y están la mayoría vacíos. Nosotros siempre estamos pensando en reutilizarlas y reconvertirlas. Es un debe que tenemos".
Qué sucederá con estos mastodontes oscuros y húmedos es una incógnita, incluso para los propios rentadores de los locales. Varios aguardan con ansias un proyecto de remodelación de 18 de Julio que tiene en carpeta la Intendencia de Montevideo desde hace meses, esperando que los cambios también repercutan en la popularidad de las galerías. Otros son más pesimistas y aseguran que son antros condenados al cierre definitivo, remanentes de un sistema comercial uruguayo que se terminó.

Sin embargo, como muestran determinados ejemplos, la renovación y la restauración son posibles. Pero por ahora, en la mayoría de las galerías del Centro sopla aire viejo, que levanta polvo enclaustrado y que está cargado de humedad. Siguen, todavía, representando una de las caras más lúgubres del Uruguay. En definitiva, son dinosaurios de cristal que se debaten entre la renovación y la extinción. Pero para ellas, y para quienes creen que ya llegó la hora de dar por perdida la batalla contra el tiempo, la segunda opción está más cerca de convertirse en una realidad.

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La Madrileña

Ya desde su cartel el paseo de La Madrileña da cuenta de que su realidad es diferente. El techo –uno de los peores aspectos de las otras galerías– está oculto por plantas colgantes que le dan un toque de verde al lugar, y en su interior no hay locales cubiertos de vidrios viejos y sucios, sino que son cubículos de madera idénticos y pulcros abiertos al público de par en par. A diferencia de otras galerías, los pasillos de La Madrileña no espantan a sus clientes; los atraen con la mercadería a la vista e iluminación agradable.

la madrileña

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