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30 de diciembre 2021 - 12:35hs

Llegó una vez más la última entrega del año. El 2021 fue un año raro, quizás más que el 2020, pero en materia de lectura para mí fue particularmente prolífico y gratificante. Leí como un desquiciado, pero sin forzarme y paladeando cada página. Experimenté con diferentes registros, vinculé autores, fracasé con otros y superpuse lecturas. Fueron muchísimos los libros que me gustaron, que me hicieron bien y que, cuando creí oportuno, compartí a través de este espacio. Varios me han comentado sobre el éxito o no de estas recomendaciones, pero, siempre que quieras hacerlo, soy todo oídos. Todo ojos, en realidad.

Justamente, me gustaría que para despedir el año me contaras cuáles fueron tus libros favoritos del 2021. No tienen que ser cinco, veinte o doscientos. Con que me cuentes el título de ese que te caló hondo, me basta. Yo hice mi propia lista como parte de los balances que estamos publicando en el suplemento Lucesy te dejo el link por acá por si querés saber la razón de la elección. Aclaro que son libros de este año, porque esa era la consigna. De todas formas, acá abajo está la lista, sin orden, de los diez que me guardo:

  • Zurcidor, de Fidel Sclavo
  • Hamnet, de Maggie O’Farrell
  • Exhalación, de Ted Chiang
  • El infinito en un junco, de Irene Vallejo
  • El origen de las palabras, de Damián González Bertolino
  • Ahora tendré que matarte, de Inés Bortagaray
  • La galaxia Góngora, de Gustavo Espinosa
  • Páradais, de Fernanda Melchor
  • Los llanos, de Federico Falco
  • Un amor, de Sara Mesa

Cerrado el 2021, miremos hacia lo que viene. Creo firmemente que, incluso si no hay posibilidad de tomarse una licencia, el verano es una época ideal para leer. La sola idea de estar tirado con el libro en una playa, abajo de un árbol en la tardecita, o acostado, de noche, antes de dormir, me genera una felicidad tremenda. Suelo tomarme muy en serio la elección de los libros que me llevo a las vacaciones, y pocas veces pifié –las veces que lo hice, siempre tenía repuestos a mano–. En este Epígrafe, como hice el año pasado, vas a encontrar a cuatro lectores contando cuáles son sus estrategias para encarar las lecturas de verano.

Antes, de todas formas, nos vamos a meter en algunos relatos que nos hablan del calor, de la playa, del verano, esta estación que esperamos –al menos yo lo hago– y que por suerte ya se nos vino encima. Que venga también con libros.

Camilo dos Santos

Libros con calor, libros para el calor

No sé como será tu experiencia infantil con el verano, pero la mía está compuesta por cinco palabras: libros, siesta, playa y tiempo muerto. Por ende, para meternos en estas lecturas veraniegas, vayamos en orden. 

De los libros ya estamos hablando, así que pasemos a la segunda: la siestaPocas cosas se transforman tan radicalmente cuando nos hacemos grandes. En la infancia, la siesta es un castigo, el yugo paterno bajando línea de que, después de comer, no se puede hacer otra cosa que dormir. Por supuesto que hasta los 10 años jamás pegué un solo ojo a la tarde. Metidos en el cuarto, con mi hermano menor hacíamos de todo menos dormir. Y por de todo me refiero a molestar, jugar al fútbol y romper ventanas. Hoy, la siesta estival es un momento preciado. Y el placer que me genera dormir de tarde después de, digamos, una larga mañana de playa es similar al que me produjo la lectura de El don de la siesta, un pequeño ensayo del escritor español  Miguel Ángel Hernández que publicó Anagrama.

Hernández analiza esta costumbre de raíces latinas y la explora a través del cuerpo, la casa, el consumo capitalista del tiempo, su negocio, la necesidad de estar haciendo cosas continuamente, el placer, la tradición y su utilización como arma de resistencia. En el texto, escrito en los albores de la pandemia, dormir es un acto de rebeldía.

«Es precisamente esa siesta robada la que me gustaría defender en estas páginas. Una siesta prohibida, perezosa, insensata, hedonista. La siesta como vicio, como placer culpable, insano, casi prohibido. Y no como una pieza de la arquitectura del bienestar. La siesta como un momento de reencuentro con el cuerpo cansado, real, abyecto, más allá de la moda y la imagen estereotipada. La siesta como cesura irrecuperable, tiempo detenido, fin en sí mismo. Y no como herramienta perversa de la productividad.»

Sigamos nuestro camino. La segunda estación es la playa.

Primero, hay que decir que este lugar tiene, quizás como pocos, un aura literaria especial. Hay cosas raras flotando en el ambiente playero, hay tensiones invisibles que aceleran los procesos humanos, que los detonan. Creo recordar, por ejemplo, que alguna vez recomendé el cuento Adiós hermano mío, uno de mis favoritos de  John Cheever, que es un ejemplo perfecto de esto.

En la playa también habita el horror, y eso queda claro en Los elementales,  de Michael McDowell. Esta notable novela gótica, con mansiones llenas de arena, fantasmas y vínculos extraños, me acompañó hace algunos años debajo de la sombrilla y la disfruté muchísimo. Y sin un horror tan palpable pero sí rencores y dramas humanos complicados aparece Vida de lago, de  David James Poissant. Fue un pequeño éxito al momento de su publicación en el verano pasado, y su historia tiene coincidencias con el cuento de Cheever. Hay un lago, una familia de vacaciones, cosas que no se dicen, un accidente en la playa y tensiones sanguíneas. 

Mi libro de playa de cabecera es, sin embargo, La vida descalzo, del argentino  Alan Pauls. Lo recomiendo cada vez que puedo y su relectura se me hace urgente. Entre la autobiografía, el álbum de fotos y el ensayo sociocultural, Pauls encadena las diferentes concepciones que tenemos de este lugar y cómo se relaciona con lo que somos. Desde los cuerpos semidesnudos, pasando por los sueños, los olores, su carácter primitivo y casi virgen, y hasta el lugar de la playa en el cine, nada se escapa del ojo agudo del autor de El pasado.

«Sé que los que vamos a la playa –a Villa Gesell como a Cabo Polonio, a Punta del Este como a Mar del Plata, a Florianópolis como a Mar del Sur, a Cozumel como a Goa– vamos siempre más o menos tras lo mismo: las huellas de lo que era el mundo antes de que la mano del hombre decidiera reescribirlo.»

Foto incluida en La vida descalzo, de Alan Pauls

La última palabra/parada es el tiempo muerto. Ahora ya casi que no existe, pero en algún momento de la vida, un momento en que las vacaciones duraban muchísimas semanas, el ocio se convertía en el principal compañero de ruta y había que inventarse cosas para matar las horas. Por supuesto: leer siempre fue la solución, pero también había que rebuscarse.

Eso hacen los protagonistas de El cuerpo, una nouvelle que se puede encontrar en  Las cuatro estaciones, de  Stephen King. Si bien es la historia que corresponde al otoño –no pregunten por qué–, es en verano cuando los cuatro amigos preadolescentes se embarcan en una aventura de varios días para intentar encontrar el cuerpo de un compañero de clase que desapareció. En el trayecto, de todas formas, encuentran mucho más: se topan con su madurez. El cuerpo es una clara muestra de que King no es simplemente el maestro del terror, sino también un narrador que puede colarse y relatar cualquier aspecto del corazón humano, y sobre todo que es un genial retratista de la infancia.

Tampoco tenían mucho que hacer los miembros del clan Manson en el verano de 1969, pero la cosa se puso un poco más turbia. Helter Skelter, escrito por  el fiscal Vincent Bugliosi y el novelista Curt Gentry, es la investigación que cuenta día a día el caso que marcó el fin del verano del amor y catapultó a Charles Manson y a su familia al panteón de los asesinos seriales. El tomo es voluminoso, extenso y por momentos un poco técnico, pero es el mejor material que se puede encontrar sobre uno de los hechos claves de la contracultura. Esto pasó, claro, en la soleada California, a metros del Pacífico y mientras el olor a sal y protector solar se colaba en todas las narices de Los Ángeles.

Por último, una novedad que viene a cuento. El uruguayo Diego Recoba acaba de lanzar su nueva novela, El Oso, en la editorial El Club. En algún sentido puede tomarse como una especie de secuela espiritual de su libro anterior,  Sobredosis, ya que aun a pesar de que tocan temas muy distintos, hay en ellos un parentesco autoficcional a través del que Recoba reflexiona sobre las decisiones que tomó en su vida, el ser uruguayo y más. El Oso entra en esta lista porque mucho de lo que pasa en él sucede en distintos veranos de la vida del autor, sobre todo los que pasa junto a sus amigos en Punta del Diablo o el camping de Santa Teresa, y que resultan fundamentales para un grupo que empieza a madurar y a separarse.

«Pero ese miedo heredado no impidió que quisiera ir siempre a la playa, y tampoco que estuviera muy contento de llegar a un lugar así. Estaba de moda, pero no tanto, entonces se podía circular por las calles de tierra, los bailes, bares y la playa sin saturación. Y el olor. Hasta el día de hoy, cuando me siento triste, cuando no encuentro motivos para levantarme de la cama, traigo a mí el olor de Punta del Diablo cuando la conocí. Pescado, sal, bronceador y tierra.»

Punta del Diablo

Cuatro maneras de encarar la lectura veraniega

En diciembre del año pasado les pedí a cuatro personas, cuatro lectores avezados, que respondieran dos preguntas muy sencillas: 

¿Cuál es el criterio para elegir una buena lectura de verano?
¿Qué elegiste para esta temporada?


Este año repito consigna, cambio de interlocutores, y estas son las respuestas.

Natalia Mardero
Escritora, autora de  Cordón Soho, Escrito en Súper 8, entre otros
El objetivo principal es ante todo muy pragmático: poder liquidar lo que se fue acumulando en la mesa de luz y que por alguna razón no entró en las lecturas del año. A eso hay que sumarle algún libro que haya traído Papá Noel y que por novelería no podemos dejar atrás. Me gusta empezar el año nuevo con la mesa de luz en limpio, con la posibilidad de cargarla con material renovado. Así que, si se puede, agarro todos. Pero ojo, es preferible meter en el bolso libros que no sean muy pesados. Hay que tener en cuenta su volumen, ya que algunos, más allá de su magnánimo y cautivador contenido, pueden convertirse en una verdadera carga. Es recomendable llevar tres o cuatro que no superen las 200 o 250 páginas. Esto también nos permite rotar, elegir uno para llevar a la playa, otro para la siesta e incluso otro para la noche, antes de dormir. No existen “lecturas livianas” para el verano, porque las vacaciones son la oportunidad de leer buenos libros en abundancia. Si son pasatistas y olvidables, quizás sea mejor ponerse a hacer otra cosa. También está la opción del Kindle, claro, que nos ahorra muchísimo espacio, pero personalmente evito llevar cualquier cosa que requiera ser enchufada.

Las vacaciones también son un buen momento para echar mano de esos libros y autores que siempre posponemos pero que sentimos como un deber. Los llamados clásicos o nuevos clásicos (del siglo XX, por ejemplo), a los que siempre suele hacerse referencia y anotamos mentalmente como asignatura pendiente. Nombres como Poniatowska, Ford, Monterroso, Rulfo, Yourcenar, Capote, Munro, Camus… Una ingresa a sus libros con tranquilidad, sabiendo de antemano que, más allá de los gustos personales, son garantía de calidad, de clientes satisfechos.

Este verano seguramente me lleve El infinito en un junco de Irene Vallejo (rompo la regla de la extensión), Mandíbula de Mónica Ojeda, Sacrificios humanos de María Fernanda Ampuero, Cuatro caminos hacia el perdón de Ursula k. Le Guin, Bonsái de Alejandro Zambra y Cosas pequeñas como esas de Claire Keegan. No espero terminarlos todos (las vacaciones no son tan largas) pero seguramente compartiremos algún que otro lindo momento debajo de un árbol, sobre la arena o en la cola infinita del cajero.

Sebastián Panzl
Periodista y escritor, autor de  Muñecas en el río y  Tiren cobardes, entre otros
Elegir una buena lectura de verano es más sencillo si charlás con tu librero todo el año. Le conté a Camilo que me venía de vacaciones solo a un ranchito del Cabo Polonio y me propuso ir en busca de Las mil y una noches. Es una edición de dos tomos a cargo de René Khawam, un muy influyente arabista europeo que, entre otras obras, tradujo el Corán. Harto de encontrar ejemplares infieles a los manuscritos antiguos, Khawam trabajó dos décadas sobre la obra y publicó una edición ilustrada para adentrarse en el Bagdad de los siglos XII y XIII. El verano es ideal para leer los clásicos eternamente postergados, esas obras inabarcables que llevan tiempo.

También me traje Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, Fall River, de John Cheever y Debimos ser felices, de Rafaela Lahore, una novela que ya leí pero quisiera releer

Manuela da Silveira
Comunicadora
Mi criterio es preguntarle a mis amigas. En serio; me guío por lo que recomiendan ellas, y otros lectores. Soy de las que captura pantalla de la foto del programa Oír con los ojos (Radiomundo). También voy a preguntar en librerías.

Para las vacaciones me traje La familia Martin, de David Foenkinos; El infinito en un junco, de Irene Vallejo; Poeta chileno, de Alejandro Zambra; también estoy buscando Los llanos, de Federico Flaco, que me dormí y cuando fui por él estaba agotado. Y estoy esperando Cerca del suelo, de Federica Presa.

Matías Castro
Periodista y escritor, autor de  Dionisio Díaz, el niño héroe del Arroyo de Oro y  Chucho, una historia con pocas pulgas, entre otros
¿Cómo elegir libros para el verano? La teoría indica que debería buscar lectura relajada, liviana, pero solo busco de forma antojadiza entre la tonelada de libros pendientes del año. Para este año tengo Leyendas del Cáucaso y de la estepa, de Alexander Dumas, que son historias con un aire folclórico o infantil, escritas a partir de un viaje de Dumas a Rusia. También El mundo sin lunes El invierno es un lobo que viene del norte, de Martín Otheguy. Buenos títulos que me generan intriga desde hace un tiempo.

Sumo también La estirpe de Lilith, de Octavia Butler; esta reedición me dio la excusa para llegar a una autora que no aparecía ni en libros usados. Los combates cotidianos, de Manú Larcenet, un cómic francés dramático que quiero releer ahora que salió una edición argentina que recopila todos los tomos.

Un ciclo y una despedida

Joan Didion

Antes de despedirnos hasta el año que viene, quiero dejarte dos apuntes.

  • El primero es sobre la despedida de Joan Didion, una de las grandes escritoras y cronistas estadounidenses del siglo XX. Para recordarla siempre se puede ir a sus libros –Según venga el juego, El álbum blanco, El río en la noche, El año del pensamiento mágico– pero también se puede pasar por este documental, Joan Didion: el centro cede, que está en Netflix y lo dirige su sobrino, el actor Griffin Dunne. Vale la pena.  Se fue una grande.
     
  • Después, quería contarte que a partir de este sábado, y durante todos los fines de semana de enero y febrero, vas a encontrar en la web y en Luces, el suplemento de espectáculos y cultura de El Observadorun cuento de un autor uruguayo. También podés escucharlo en la voz del propio escritor o escritora a través de Spotify, en formato de podcast. Este sábado empezamos con El hombre de la playa, que aparece en El invierno es un lobo que viene del norte, de Martín Otheguy.

El último epígrafe del año es de uno de los libros que tengo en las gateras para mi verano. Ya me reservé Encrucijadas, de Jonathan Franzen, Agujas doradas, de Michael McDowell, Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit, y Ganar y perder, el regreso del autor uruguayo  Jorge Alfonso a la publicación después de trece años. De este último, sale lo siguiente:

«Todos somos comunes. Todos somos aburridos. Todos somos espectaculares. Todos somos tímidos. Todos somos intrépidos. Todos somos héroes. Todos somos indefensos. Solo depende del día.»
Brad Meltzer

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