23 de marzo 2025 - 11:04hs

China está en un punto de inflexión. Durante décadas, el país apostó a convertirse en el líder mundial de la alta tecnología, desarrollando semiconductores avanzados para competir con gigantes como Estados Unidos, Taiwán y Corea del Sur. Pero ahora, la realidad es otra: las restricciones impuestas por EE.UU. y sus aliados bloquearon su acceso a los chips más sofisticados y, sin ellos, su futuro tecnológico está en peligro. Un robot sin un chip avanzado no es más que un maniquí; un supercomputador sin semiconductores de última generación es un mueble caro. China, atrapada en esta crisis, debe replantearse su estrategia para no retroceder.

Este retroceso tiene un nombre: legacy chips. Se trata de semiconductores más antiguos, fabricados con tecnologías de hace una o dos décadas, pero que son fundamentales para muchos productos. Mientras los chips más avanzados son imprescindibles para la inteligencia artificial, los procesadores de última generación o los teléfonos premium; los legacy chips están presentes en todo tipo de dispositivos menos sofisticados: lavarropas, heladeras, automóviles básicos, aires acondicionados y hasta juguetes electrónicos. En lugar de dominar el futuro, China se sostendrá con tecnología del pasado.

El problema es que la transición no es tan sencilla. Para empezar, fabricar estos chips depende de tecnología occidental. Las máquinas de litografía que los producen, aunque más antiguas que las de última generación, provienen de empresas como ASML, y sin soporte técnico ni repuestos, China encontrará problemas para mantener operativa su capacidad actual. Estados Unidos presionará para que este suministro se corte, dejando al país asiático atrapado incluso en el segmento de semiconductores de menor nivel.

Pero más allá de la producción, el verdadero desafío es económico. China verá cómo sus ingresos disminuyen drásticamente al bajar en la cadena de valor. La producción de chips avanzados genera márgenes de ganancia altísimos; en cambio, los antiguos son baratos y con mucha competencia. Antes, China podía vender procesadores para servidores o celulares de gama alta a precios elevados; ahora, competirá en un mercado de volúmenes masivos donde cada centavo cuenta. Bangladesh y Pakistán, con costos laborales más bajos, pueden convertirse en competidores fuertes en la fabricación de productos electrónicos de menor sofisticación, reduciendo aún más la ventaja que China tenía al ser la “fábrica del mundo”.

Y a esto se suma otro problema inesperado: la inteligencia artificial. Durante décadas, China se benefició de su población para ofrecer mano de obra barata. Sin embargo, la automatización avanza y muchas de las tareas que antes requerían miles de trabajadores chinos ahora pueden realizarse con robots en fábricas de países con costos más elevados, eliminando la ventaja de producir a gran escala con sueldos bajos. Antes, si un país quería ensamblar millones de dispositivos baratos, lo hacía en China; pero si una fábrica completamente automatizada puede hacer lo mismo en Estados Unidos o Europa, el modelo chino deja de ser indispensable.

El escenario para China es complejo. Durante años, su estrategia se basó en escalar a lo más alto del mercado tecnológico y ahora debe descender peldaño a peldaño. Pero bajar no garantiza estabilidad. En el mundo de la manufactura, siempre hay alguien dispuesto a hacerlo más barato. Y si China no puede producir lo más avanzado, pero tampoco es el país más competitivo para lo más básico, su economía entrará en una espiral descendente de la que le será difícil salir.

Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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