En la medianoche del 15 de agosto, el radiotelescopio estadounidense Big Ear registró un pulso anómalo, un mensaje que duró apenas 72 segundos. Fue tan claro, tan preciso, tan fuera de lo común, que Jerry Ehman —el astrónomo voluntario que examinaba las lecturas impresas en una larga tira de papel— no pudo evitar resaltar con un círculo rojo el valor más alto y escribir una palabra que hizo historia: Wow!
Ese pulso anómalo fue transmitido en 1420 MHz, el mismo rango en el que se emite el hidrógeno espacial (la frecuencia más "silenciosa" del cosmos, elegida por los científicos como la más probable para una comunicación interestelar deliberada). Pero esa señal, nunca volvió a repetirse. No hubo una segunda vez. Y nadie, ni siquiera con radiotelescopios más avanzados, pudo volver a detectar algo similar.
Qué fue exactamente la señal Wow!
El 15 de agosto de 1977, a las 23:16 horas, el radiotelescopio Big Ear, operado por la Universidad Estatal de Ohio, detectó una señal de radio altamente inusual proveniente de la constelación de Sagitario.
Lo que la hacía extraordinaria no era solo su intensidad —más de 30 veces el nivel de ruido de fondo—, sino su perfil: una curva suave que se elevaba, alcanzaba un pico y descendía, exactamente lo que se podría esperar de una fuente fija en el cielo pasando por el campo de visión de una antena estacionaria.
Señal Wow
Al encontrar la secuencia inusual “6EQUJ5”, Jerry Ehman escribió "Wow!" en el margen de la hoja.
La frecuencia era aún más sugerente: 1420,456 MHz, casi idéntica a la emisión natural del hidrógeno, el elemento más abundante del universo. Esa frecuencia está protegida por acuerdos internacionales y es considerada un “canal universal”, una especie de banda neutral que, según los investigadores del programa SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence), podría ser elegida por una civilización inteligente para comunicarse.
La señal duró 72 segundos, el tiempo máximo que Big Ear podía registrar una fuente antes de que el cielo “girara” y quedara fuera de su alcance. No se repitió. No mostró modulación y no contenía datos evidentes. Pero su intensidad y su forma coincidían exactamente con lo que los científicos habían imaginado como una firma potencial de origen artificial. Era, en todos los sentidos técnicos, una anomalía perfecta.
El proyecto SETI: búsqueda de inteligencia extraterrestre
A mediados del siglo XX, cuando la exploración espacial apenas comenzaba, un grupo de científicos planteó una idea audaz: si el universo es vasto y antiguo, y la vida no es una rareza, entonces otras civilizaciones podrían estar ahí afuera, intentando comunicarse. Solo hacía falta escuchar.
Así nació el proyecto SETI, una iniciativa científica internacional dedicada a escanear el cielo en busca de señales de radio que no pudieran explicarse por causas naturales o humanas.
En los años 70, uno de los instrumentos clave de esta búsqueda era el radiotelescopio Big Ear. A diferencia de las grandes antenas parabólicas, Big Ear era una estructura fija, compuesta por dos reflectores gigantes y una superficie plana que actuaba como receptor. No podía moverse, pero aprovechaba el movimiento de rotación de la Tierra: como si el cielo pasara por encima de un oído inmóvil, permitía escuchar distintas regiones del firmamento a lo largo del día.
El sistema grababa automáticamente miles de datos numéricos, impresos en tiras largas de papel. Cada número representaba la intensidad de la señal en un momento y frecuencia determinados. La mayoría eran valores bajos. Ruido y estática. Pero de vez en cuando, algo diferente aparecía.
Jerry Ehman, profesor de ingeniería eléctrica y voluntario del proyecto, era uno de los encargados de revisar manualmente esas salidas impresas. Una tarea lenta, monótona, pero esencial. Fue él quien, al encontrar la secuencia inusual con el número “6EQUJ5”, rodeó el pico más alto y escribió en el margen, con birome roja, una palabra que decía todo: Wow! No sabía en ese momento que estaba bautizando un misterio que abarcaría décadas.
Las teorías que se propusieron
Desde el primer momento, la señal Wow! generó tanto entusiasmo como cautela. Su intensidad y forma eran asombrosamente precisas. Pero también era única. Demasiado perfecta y exageradamente solitaria.
Durante más de cuatro décadas, los científicos propusieron múltiples hipótesis para explicar su origen. Algunas teorías argumentaban causas naturales, otras apuntaban a fenómenos técnicos, y unas pocas especulaban con la posibilidad de un origen artificial.
Una de las más conocidas surgió en 2017, cuando un astrónomo sugirió que el responsable podría haber sido un cometa. Estos cuerpos celestes emiten ondas de radio —incluida la frecuencia del hidrógeno— al liberar gases y partículas. El problema es que los cometas propuestos no se encontraban en la posición correcta del cielo al momento de la señal, o no eran lo suficientemente activos como para producir un pico de esa intensidad.
Otras hipótesis apuntaron a un reflejo accidental de una señal terrestre, como una transmisión militar o de radar rebotando en basura espacial. Sin embargo, eso habría producido características técnicas distintas, y no explicaría la forma perfecta de la señal ni su duración constante durante los 72 segundos.
radio telescopio (2)
Se escaneó la misma región del cielo durante años, pero el silencio fue absoluto.
También se exploraron causas instrumentales: fallas en el sistema, errores de medición e interferencias internas. Pero Big Ear era un instrumento simple y confiable, que nunca volvió a registrar nada similar, ni antes ni después.
Tal vez lo más desconcertante para los científicos es que, pese a múltiples esfuerzos por replicar la detección —con Big Ear y, años después, con radiotelescopios más modernos—, la señal Wow! nunca volvió a captarse. Se escaneó la misma región del cielo durante años, en distintas frecuencias, horarios y condiciones, pero el silencio fue absoluto.
No hay consenso sobre lo que ocurrió, solo teorías. Y el eco de una señal que apareció una vez y desapareció para siempre, dejando a la ciencia ante una incómoda posibilidad: que algunas preguntas no tienen respuesta inmediata, y que incluso los instrumentos más rigurosos pueden encontrarse con lo inexplicable.
La fascinación detrás de una señal única
La señal Wow! no probó la existencia de vida extraterrestre. No cambió la tecnología ni alteró la forma en que se concibe a la ciencia. Y sin embargo, su huella se transformó en un breve pulso perdido en el tiempo que dice más sobre el ser humano que sobre el universo.
Antes que nada, dejó en evidencia los límites tecnológicos del ser humano para observar el cosmos. A pesar de décadas de avances, la búsqueda de inteligencia extraterrestre todavía depende de instrumentos que solo pueden registrar fragmentos diminutos del cielo, durante intervalos muy breves y en rangos limitados de frecuencia. Es un esfuerzo inmenso, pero insuficiente. Es como intentar detectar un susurro en medio del viento, sin saber cuándo ni desde dónde podría llegar.
También mostró cómo en la ciencia, una sola anomalía puede bastar para activar la imaginación colectiva. La señal fue técnicamente extraordinaria, pero su valor simbólico la convirtió en algo más: evolucionó como un ícono cultural. Una enorme cantidad de documentales, de novelas, de discusiones online y de teorías de todo tipo la transformaron en una suerte de representación mítica de la era espacial.
Eso no invalida su importancia. Al contrario, muestra la tensión natural entre el rigor científico y el anhelo humano. La ciencia necesita evidencia y datos duros. Pero también necesita preguntas. Y a veces una señal fugaz, aunque no se pueda explicar del todo, puede abrir más caminos que mil certezas.
La señal Wow! no resolvió ningún enigma cósmico. Pero reveló algo esencial: que el deseo de comprender lo desconocido sigue latiendo con fuerza, incluso en medio del ruido blanco del universo.