18 de abril 2025 - 12:39hs

Es difícil encontrar un momento más crítico para la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Con la cabeza de la Justicia en manos de una Corte de tres miembros, la duda y la desconfianza han llegado a ser las protagonistas de una institución que debería ser sinónimo de certeza y legitimidad. La Corte, hoy dividida y golpeada, tiene por estos días, además, la responsabilidad de dirimir dos asuntos fundamentales que marcarán el rumbo de la política y la Justicia argentina en los próximos meses. Y, sin embargo, parece no poder zafarse de la sombra de la sospecha.

La justicia cuando quiere funciona, pero ¿por qué no siempre lo hace?. Esto se ve reflejado en los casos que más nos preocupan. El juicio de los hermanos Kiczka, condenados por la tenencia y distribución de material de abuso infantil, es un claro ejemplo de cómo la Justicia puede y debe actuar con diligencia. A pesar de los vínculos con el poder, la Justicia funcionó, los allanamientos se hicieron, la evidencia se obtuvo y las condenas fueron emitidas. Pero este es un caso aislado, que resalta en un mar de incertidumbre y dudas sobre la imparcialidad y capacidad de los tribunales en momentos clave.

El problema no es solo que la Corte Suprema esté en manos de tres jueces —Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti—, sino que es una Corte que se encuentra debilitada, fracturada y marcada por disputas internas. La reciente polémica por el juramento de Manuel García Mancilla, un juez que duró poco tiempo en su puesto y cuya legalidad de su nombramiento fue puesta en duda, es solo un ejemplo de cómo la Corte se ve arrastrada por la falta de claridad en sus decisiones. El proceso mismo de juramentación, donde nadie sabe con certeza cómo se produjo, muestra el nivel de desprestigio al que ha llegado esta institución.

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Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti, junto al nuevo miembro de la Corte Suprema, Manuel García Mansilla.

Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti, junto al nuevo miembro de la Corte Suprema, Manuel García Mansilla.

Y, sin embargo, lo peor está por venir. La Corte enfrenta dos decisiones cruciales: el futuro del archihípermega DNU de Javier Milei y la resolución sobre la condena de Cristina Fernández de Kirchner en la causa Vialidad. En ambos casos, la Corte tiene en sus manos el destino político de este país. Si decide dar marcha atrás en la causa de la expresidenta, las repercusiones no solo serán judiciales, sino también políticas. Cristina Kirchner, uno de los actores más influyentes del país, se juega su futuro en estas decisiones. Y aunque la Corte no debería influir en la política, las consecuencias de su sentencia serán inevitables. Si el máximo tribunal decide que la condena se haga efectiva antes de que cierren las listas el 24 de mayo, estamos ante un escenario de gran tensión.

Pero el verdadero problema aquí es que cualquier decisión que tome esta Corte será vista con desconfianza, no solo por los actores políticos, sino por la sociedad en general. Es una Corte marcada por las divisiones internas y las disputas sobre qué camino seguir. Con Lorenzetti pidiendo urgencia, mientras Rosatti y Rosenkrantz proponen dilatar los tiempos, la sensación de parálisis es evidente.

La Corte, que debería ser un faro de claridad en momentos de crisis, hoy está envuelta en sombras. Y esto no solo afecta a los casos específicos que debe resolver, sino que pone en juego la credibilidad misma de la Justicia argentina. La falta de una decisión clara y contundente de la Corte Suprema tiene consecuencias profundas. La desconfianza que genera esta situación puede minar la fe de la sociedad en el sistema judicial, y en un contexto tan complejo, eso es lo último que necesitamos.

¿Qué se puede hacer ante esta situación? La respuesta, lamentablemente, no es sencilla. La designación de jueces en comisión por parte del presidente de la Nación ha generado más interrogantes que respuestas, y si bien algunos creen que la situación podría haber sido diferente si estos jueces hubieran asumido sus cargos de forma definitiva, la realidad es que no existe una solución fácil. Lo que está claro es que la Corte Suprema, tal como está, es una corte que no inspira confianza. Y en la Justicia, la confianza es todo. Sin ella, el sistema está condenado a la duda, al cuestionamiento constante y a la parálisis.

Es hora de que la Corte Suprema recupere su legitimidad y demuestre, más allá de los conflictos internos, que tiene la capacidad y la claridad para tomar decisiones trascendentales para el país. Mientras tanto, las sombras seguirán oscureciendo el camino hacia una Justicia que, hoy más que nunca, debe ser transparente y firme.

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Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina

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