El fandom argentino vuelve a festejar, esta vez mirando Fórmula 1. Después de más de 20 años, la máxima categoría del automovilismo vuelve a festejar los logros de un piloto argentino, donde Franco Colapinto está ganándose su lugar a puro talento. Renacieron los domingos de carrera, los nervios de la clasificación, las imágenes de nuestra infancia que varios recordamos con nostalgia. Hoy, la historia de Franco y su constante búsqueda de superación resultan una fuente de inspiración para muchos pero, además, son el punto de partida para pensar cómo desarrollamos los liderazgos en nuestro país. ¿Acaso somos proactivos para generar nuevos liderazgos? ¿O dependemos de los “tocados por la varita”?
Llámese Colapinto, Aymar, Messi, Pareto o Ginóbili, en el deporte argentino sobresalen estrellas por sus habilidades, mentalidad o una combinación de ambas. Y aunque todos disfrutamos de sus logros, en el ejercicio del liderazgo es clave poder ir más allá de las individualidades y entender que, cuantos más líderes, cuantas más ideas, más contundente será el cambio que podamos llevar adelante.
Las características del deporte argentino pueden espejarse en la política, donde los argentinos hemos sido muchas veces presos de liderazgos mesiánicos. También a otras áreas del desarrollo del país, en las que una y otra vez esperamos ese “salvador” que nos guíe a los demás al triunfo. En la mayoría de los casos, los logros de los grandes nos hacen olvidarnos por un ratito de “todo lo que nos estamos perdiendo” por no incentivar el desarrollo sostenido en materia colectiva.
Según la teoría del liderazgo adaptativo es un error seguir pensando en el liderazgo dividiendo entre “líder” y “seguidores”. Todos tenemos que asumir roles de liderazgo cuando tenemos frente a nosotros problemas complejos, que nos exigen ir más allá de la recomendación de ChatGPT. Cuando no lo hacemos, sobrecargamos de presión a una persona, y los cambios acaban siendo insostenibles: es ilógico pensar que se puede resolver un problema complejo, con muchos intereses en juego, cuando las personas que sostienen esos intereses no se involucran en la solución.
Así, las ideas del liderazgo adaptativo nos obligan a salir de la idea de la suma cero entre entre el que lidera y el que “es liderado”. Se trata de un aprendizaje que vale para cualquier organización, sea una empresa o un ministerio: frente a los desafíos es necesario que todos se involucren en el problema y que las opiniones de todos tengan un lugar, especialmente aquellas voces que incomodan y plantean diferencias. Como líderes debemos ser capaces de crear ese ambiente, seguro para la disidencia pero a la vez lo suficientemente incómodo y exigente para que las personas hagan el trabajo de cambiar.
Curiosamente, todos los líderes que mencioné más arriba como individuos se destacaron o destacan como parte de grandes equipos. ¿Qué sería de la tercera estrella si a Messi le hubiese faltado un De Paul, un Dibu, o un Scaloni? ¿De Ginóbili con la camiseta argentina por fuera de la “generación dorada”? ¿O de Colapinto sin mecánicos, ingenieros y técnicos? El valor del trabajo en conjunto, de la diversidad de miradas, habilidades e intereses, son absolutamente claves para enfrentar desafíos complejos. Aprendamos de ellos, más allá de su persona.