El mundo quedó horrorizado el sábado cuando los rehenes recién liberados emergieron del cautiverio de Hamás en un estado que quizás solo puede ser descrito como "similar al Holocausto". Demacrados, con miradas vacías y perdidas, algunos apenas capaces de caminar: no eran prisioneros de guerra, sino civiles sometidos a meses de tormento.
Si Hamás intentaba demostrar que es un actor legítimo, fracasó de manera espectacular. Y, sin embargo, mientras el mundo todavía procesa esas imágenes movilizantes, el grupo terrorista ha decidido ahora detener indefinidamente la liberación de rehenes.
La organización terrorista anunció ayer, lunes 10 de febrero, en su cuenta de Telegram, que cancela la liberación de rehenes programada para el 15 de febrero "hasta nuevo aviso", alegando que Israel había violado el acuerdo de alto el fuego al "retrasar el regreso de los desplazados al norte de la Franja de Gaza" y "no permitir la entrada de suministros de ayuda de todo tipo según lo acordado".
Durante el fin de semana, Hamás envió una delegación a Teherán para discutir con el Ayatolá Alí Khamenei los próximos pasos a seguir. Está claro que están considerando distintas opciones: una de ellas se puede inferir que es destruir el acuerdo en su primera fase, lo que probablemente llevaría a una nueva ronda de combates y podría provocar que el corredor de Netzarim sea retomado por las FDI, volviendo a aislar la ciudad de Gaza del centro de la Franja.
La medida ha sido rápidamente criticada por funcionarios israelíes. El ministro de Defensa, Israel Katz, la calificó como una “violación total” del acuerdo y ordenó a las FDI estar en el “nivel más alto de alerta ante cualquier posible escenario en Gaza”.
Durante la brevísima primera fase del acuerdo, Hamás ya ha actuado de formas que han generado pequeñas crisis. Por ejemplo, esperó hasta el último minuto para entregar la lista de nombres y, en la primera semana del alto el fuego, incluso la retrasó.
No lo hacen porque tienen problemas logísticos. No son, precisamente, errores burocráticos. Es guerra psicológica en su forma más grotesca. Hamás va más allá del límite, viendo hasta dónde puede llegar, jugando un juego de manipulación de alto riesgo en el que los rehenes israelíes, las vidas de gente inocente y de sus familias, e incluso la memoria de aquellos que fueron sanguinariamente asesinados en el ataque del 7 de octubre, son fichas de negociación que se intercambian o retienen a voluntad.
¿Pero qué pasa cuando esas fichas llegan dentro de bolsas para cadáveres? ¿Qué pasa cuando, porque Hamás decidió que algunos rehenes ya no le eran útiles, devuelve ataúdes en lugar de prisioneros vivos?
¿Qué pasa cuando tengan que devolver a Shlomo Mansour, de 86 años, sobreviviente del Farhud de Bagdad de 1941, en un ataúd frente al llanto desconsolado de sus cinco hijos y doce nietos? ¿Con qué cara van a mirar al mundo para tratar de dar vuelta el hecho de que secuestraron a un anciano que sobrevivió al Holocausto, para luego ser asesinado por yihadistas en Gaza?
El grupo terrorista puede sentir que tiene la ventaja algunos días y otros no. Por ejemplo, Hamás sabe que los gazatíes no quieren un regreso a la guerra y también disfruta del foco mediático que le dan las liberaciones de rehenes. Claro está, una cosa para ellos era devolver rehenes en un estado en el que se pudiera simular, aunque sea por unos minutos, un falaz y pretenso bienestar, y otra muy distinta es lo que viene ahora.
Por otro lado, Hamás es consciente de que está obteniendo cada vez menos beneficios en esta fase y en las futuras. Va a liberar algunos cuerpos de rehenes y recibirá menos a cambio en términos de criminales palestinos encarcelados.
Las rehenes mujeres fueron su mayor carta de negociación, y ya las entregó. Ahora saben que, a medida que el número de rehenes vivos en su poder disminuye, tendrán menos poder de negociación, y ganarse la simpatía del mundo en un contexto de devolución de vidas inocentes terminadas a manos de la Yihad será, cuanto menos, incalculablemente más difícil de vender, no importa cuán antisionista se defina parte del público.
Cuando los rehenes vuelvan
El grupo se ha jactado de convertir las liberaciones de rehenes en un ruín espectáculo mediático, con multitudes organizadas y fanfarrias de celebración. Pero, ¿se reunirán esas mismas multitudes cuando los cuerpos de los rehenes, muertos de hambre o torturados hasta la muerte, sean devueltos? ¿Habrá certificados de liberación para los restos sin vida de un sobreviviente del Holocausto, que logró escapar de los nazis solo para morir en Gaza? ¿Querrán los enviados de la Cruz Roja subirse al escenario y aparecer en una foto de esas características?
El Foro de Familias de Rehenes y Desaparecidos emitió un llamado urgente a la acción tras el anuncio de Hamás, exigiendo “asistencia inmediata y efectiva para restablecer la implementación del acuerdo”. El foro advirtió: “Los rehenes se están quedando sin tiempo, y todos deben ser rescatados de esta pesadilla con urgencia”.
La última maniobra de Hamás debería ser una llamada de atención. Si esto es lo que hace cuando el mundo está observando—dilatar, aparentar y fingir indignación moral por supuestas infracciones israelíes—, ¿qué horrores siguen ocurriendo fuera del ojo público? Los terroristas afirman que Israel no está cumpliendo su parte del acuerdo, pero es Hamás quien ha violado toda norma básica de humanidad al tomar civiles como rehenes, someterlos a torturas físicas y psicológicas, y terminar con muchas de sus vidas.
Hasta ayer, algunos funcionarios israelíes declaraban que, en sus opiniones, Hamás no intentó sabotear el acuerdo con su último comunicado. Otros atribuyeron las afirmaciones del grupo terrorista a un intento de condicionar la discusión sobre una segunda fase de negociaciones, en la cual Israel, con total justificación y tino, solicita la expulsión de Hamás de Gaza, el desmantelamiento de su brazo militar y la liberación de todos los rehenes.
Las imágenes de los rehenes liberados este fin de semana deberían haber puesto fin a cualquier ilusión sobre su trato en cautiverio. Ahora, la verdadera pregunta es esta: cuando Hamás termine de jugar con sus prisioneros, cuando su máquina de propaganda ya no pueda sacarles más provecho, ¿seguirá el mundo observando en silencio cuando los últimos “intercambios” no sean de rehenes vivos, sino de cadáveres?
Esperemos que lo que nos aturda del mundo muy pronto sea el reclamo por la vida, y no un silencio cómplice.