La publicación del nuevo índice de pobreza en Argentina, que en el primer de semestre ha alcanzado al 52,9% de la población, ha vuelto a abrir un debate que ya debería haberse cerrado. El país atraviesa una crisis económica y social en la que ningún sector político puede eludir su responsabilidad. Es hora de abandonar el juego de "nadie fue" y aceptar que, en realidad, fuimos todos.
Tal como menciono a menudo, recordar dos títulos de libros del Tata Yofre resulta ilustrativo: Nadie fue y Fuimos todos. En el juego político, cuando los números se publican, la actitud predominante es lavarse las manos. “Yo no, fue él; mírenlo a él”, parecen decir todos. Pero la realidad nos obliga a adoptar una postura más seria. Si vamos a construir un futuro mejor, debemos asumir que todos hemos contribuido al prontuario de la pobreza en Argentina.
Durante los últimos 20 años, ha sido evidente que el kirchnerismo ha sido un "fabricante de pobres". Su modelo de políticas asistencialistas consolidó una base social que depende del Estado para subsistir. Sin embargo, culpar exclusivamente al kirchnerismo no es del todo honesto ni útil en este punto. Porque en 2015 el país eligió otra vía. Con la llegada de Mauricio Macri al poder, se esperaba que esa fábrica de pobres comenzara a cerrarse. No sucedió.
El gobierno de Macri, que comenzó con promesas de cambio y crecimiento, terminó por naufragar. A pesar de algunos aciertos, como la reparación del INDEC, la pobreza persistió y aumentó. Macri mismo dijo en su momento: "Con este número quiero que me juzguen". El número no fue favorable, y los resultados lo condenaron. Luego, el kirchnerismo regresó con un giro recargado, enfrentando además una pandemia que agravó la situación social y económica.
Pobreza estructural: un drama colectivo
La pobreza en Argentina no es un fenómeno puntual ni de un solo ciclo político. Es un problema estructural y crónico. No se puede endosar a una sola gestión o administración. Es un drama colectivo que requiere una reflexión profunda de la sociedad en su conjunto.
Como bien dijo Macri, una de las pocas virtudes de su gestión fue reparar el INDEC, que ni siquiera medía la pobreza cuando finalizó el mandato de Cristina Kirchner. Recordemos que para figuras como el exministro Axel Kicillof, la medición de la pobreza era estigmatizante. La respuesta entonces fue sencilla: ocultar los pobres. Así, en los últimos años del kirchnerismo, llegamos a escuchar disparates como "tenemos menos pobres que Alemania".
Macri, por el contrario, dejó en claro que la pobreza debía medirse con transparencia, y que lo juzgaran por ese número. Y lo juzgaron. El resultado no fue positivo, pero al menos fue honesto.
Hoy, con el nuevo gobierno de Javier Milei, se espera que la situación cambie. Sin embargo, el escenario sigue siendo complejo. El aumento reciente en el índice de pobreza puede ser visto como un retroceso necesario para sincerar los números y luego aplicar las medidas de estabilización que el país necesita. Pero no se puede hacer una evaluación de la gestión en este momento. La pobreza, como problema estructural, no se soluciona en un semestre.
Milei tiene tiempo para corregir el rumbo. Si hoy la pobreza está en un 55% y al final de su mandato logra reducirla a un 40%, ¿será considerado un éxito? No lo creo. Porque, aún en ese escenario hipotético de éxito, el país seguiría sumido en una pobreza histórica y alarmante. Salir de la pobreza será una tarea que no depende de un gobierno, sino de una decisión colectiva de la sociedad argentina.
Si algo deberíamos aprender como sociedad es a no votar a quienes fabrican pobres. No podemos seguir comprando espejitos de colores ni aceptando que nos oculten la verdadera magnitud de nuestra enfermedad social. La transparencia en las estadísticas y la honestidad en los resultados económicos deben ser la base de cualquier gobierno que aspire a salir de esta crisis.
La única salida real de la pobreza será cuando el sector privado prevalezca sobre el público en la creación de empleos genuinos y se incorporen millones de personas a trabajos dignos. Solo así, y no por la magia o la alquimia de un gobierno, Argentina podrá empezar a salir de este laberinto que parece no tener fin.