10 de diciembre 2024 - 15:06hs

El primer año de gobierno de Javier Milei marca un balance inesperado, cargado de desafíos sorteados y un horizonte lleno de interrogantes institucionales. Desde su llegada a la Casa Rosada, el outsider libertario enfrentó un escenario que pocos habrían querido heredar: una crisis económica aguda, un país polarizado y una base de poder político casi inexistente. Contra todo pronóstico, y a pesar de errores evidentes, Milei logró llegar al final de su primer año con un saldo sorprendentemente positivo.

El contexto inicial no podía ser más adverso. El legado del gobierno de Sergio Massa incluyó un “plan platita” desbordado, una inflación galopante y una economía al borde de la hiperinflación. Muchos opositores, desde sectores del kirchnerismo hasta figuras de Juntos por el Cambio como Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales, auguraban un colapso inminente. Algunos vaticinios eran casi apocalípticos: Rodríguez Larreta llegó a sugerir que Milei no duraría más de dos meses y que el dólar podría dispararse a $7.000. Sin embargo, Milei resistió ese temporal inicial y, para diciembre, el país mostró una calma sorprendente.

El éxito de Milei radica, en parte, en su capacidad de aprovechar el núcleo duro que lo acompaña. Aunque limitado en experiencia política, un pequeño grupo conformado por su hermana Karina Milei, Santiago Caputo y un puñado de técnicos ha logrado mantener el timón en medio de la tormenta. Con escaso apoyo parlamentario y una coalición armada a último momento, este grupo enfrentó la inmensa tarea de estabilizar una economía al borde del colapso. Aunque no han estado exentos de errores –penales errados, como los define acertadamente Rossi–, el gobierno superó su primer gran prueba: evitar el caos.

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El contraste con la oposición no puede ser más marcado. Dividida, desorientada y sin liderazgos claros, la oposición parece no haber interpretado el cambio de humor social. La metáfora de “poner el oído en la tierra” resulta precisa: mientras Milei sintonizó el hartazgo ciudadano con el sistema político tradicional, gran parte de los partidos opositores siguen atrapados en discusiones internas. Es particularmente llamativo el vacío discursivo y estratégico del peronismo, que parece incapaz de articular una narrativa que conecte con las nuevas demandas sociales.

Pero no solo en el ámbito local Milei ha sorprendido. Su fenómeno debe entenderse también en un marco global, donde figuras como Donald Trump y Jair Bolsonaro representan una reacción contra el statu quo de las élites políticas tradicionales. Milei no es un hecho aislado: es un “hijo de su tiempo”, como lo describe Rossi, parte de una corriente mundial que canaliza la ira social a través de líderes outsiders. En este sentido, su éxito inicial también es un reflejo de una Argentina que, tras años de crisis y decepciones, apostó por una ruptura radical con el pasado.

Sin embargo, el gran desafío que enfrenta Milei es consolidar un legado institucional. Hasta ahora, el gobierno ha logrado ejecutar su mandato con eficacia, pero el verdadero impacto de su gestión será medido por lo que quede en pie después de su paso. La capacidad de construir instituciones sólidas y garantizar la estabilidad democrática será clave para que su presidencia trascienda como algo más que un fenómeno efímero.

En definitiva, el primer año de Javier Milei dejó un saldo inesperadamente positivo. Superó los pronósticos negativos y estabilizó un escenario que parecía insostenible. Pero el éxito inicial no garantiza el futuro. La gran pregunta sigue siendo si podrá convertir este ímpetu en una transformación profunda y sostenible, o si quedará como una estrella fugaz en el convulsionado cielo político argentino.

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