Pero los triunfos de los equipos femeninos no alcanzan para disimular el doble fracaso histórico del fútbol en Estados Unidos: como actividad concreta desarrollada activamente por una cantidad relevante de personas en todos sus niveles (recreativo, amateur, profesional) y como fenómeno social, esa fuerza colectiva que excede el simple interés por un juego para convertirlo en una cultura que modela todo tipo de expresiones, comportamientos y costumbres. Esa carga emotiva y simbólica acumulada a lo largo de años y décadas que en cualquier lugar del mundo pueden explicar fácilmente la importancia social e individual de una gran final de fútbol, en Estados Unidos se da, por ejemplo, con el béisbol.
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Un partido entre las universidades de Harvard y McGill (Canadá) con las reglas de Rugby, en 1874
Este doble fracaso del fútbol tiene sin embargo una historia bastante poco conocida, con matices interesantes y momentos en los que se sospecha que las cosas podrían haber resultado de otra manera si tan sólo uno o dos detalles hubiesen sido diferentes. Y esta historia va mucho más atrás de lo que se suele creer: si todos recuerdan aún hoy el ascenso, éxito y caída del New York Cosmos de Pelé en los años ’70 y la North American Soccer League en la que éste competía, debe aclararse que aquella liga no se construyó de la nada ni su fracaso se debió únicamente al corto ciclo vital de una moda pasajera.
El fútbol en Estados Unidos surgió casi en paralelo a los inicios del juego en Inglaterra, en la década de 1860, cuando las public schools, universidades y clubes de las élites inglesas se abocaron a la tarea de acordar un reglamento común entre todas las variantes de fútbol que se jugaban por entonces. Aquellos que preferían el juego de pies fundaron en 1863 la Football Association y adoptaron como reglas básicas aquellas del código de Cambridge. Los cultores del juego de manos y off side mucho más estricto se decantaron por las reglas de la escuela de Rugby. Así y todo, si bien las bases del fútbol y el rugby moderno quedaron ya entonces claramente diferenciadas, en la práctica tanto dentro como fuera de las Islas Británicas las discusiones reglamentarias continuaron durante varios años. E incluso al día de hoy se puede encontrar en el fútbol gaélico una versión moderna de aquel fútbol que mezclaba tanto el juego de manos como el de pies.
Por eso cuando decimos que el primer partido de fútbol jugado en la Argentina fue en 1867 (y hay un monolito que señala el lugar exacto en el parque frente al Planetario, terrenos que en aquella época pertenecían al Buenos Aires Cricket Club), o que el primer club de fútbol fuera del Reino Unido fue el Oneida FC de Boston (fundado por un grupo de adinerados universitarios en 1862), tenemos que tener en cuenta que nos referimos a cualquier versión posible del fútbol. En el caso del Oneida, debe señalarse que su aparición fue la consecuencia lógica del auge de los deportes en las escuelas más tradicionales y exclusivas de las antiguas colonias de la Costa Este. Al igual que en las public schools y universidades británicas, durante buena parte del siglo XIX los colegios secundarios y las universidades de la Ivy League vieron en el ejercicio físico una manera moralmente aceptable de canalizar las urgencias corporales en un entorno social muy rígido.
Y así como en ambas orillas del Atlántico los juegos solían mezclarse frecuentemente con los rituales de iniciación y otros enfrentamientos físicos (lo cual permite comprender el carácter inusitadamente violento de todas aquellas variantes del fútbol), hubo una primera e importante diferencia: esa competencia que para los británicos se limitaba a un juego de caballeros, de gentlemen que se medían entre sí por el simple gusto de hacerlo, para los americanos implicaba además un programa ideológico: la batalla y la victoria deportiva podía y debía ser una prueba de la supremacía nacional, otra manifestación del destino manifiesto de grandeza y poderío. Las lesiones, fracturas e incluso la muerte podían ser una medalla al valor.
La pelea por las universidades
Pero claro que las variantes de fútbol no eran las únicas opciones dentro de las universidades. El béisbol, detectado ya hacia 1840 en la zona de Nueva York como juego aristocrático, sumaba cada vez más adeptos entre las clases trabajadoras y cimentaba así su categoría de Great American Pastime. Y ya en 1852 se corrió la primera de las famosas competencias de remo entre Harvard y Yale. El atletismo, la natación, el lacrosse y el ciclismo también ganaban lugar. Así y todo, en la segunda mitad de la década de 1860 los alumnos deportistas empezaron a buscar acuerdos para formalizar la competencia intercolegial de fútbol con algún reglamento común. Surgieron entonces las mismas diferencias de criterios entre los cultores del fútbol y el rugby que se habían dado en Inglaterra, y también con quienes preferían variantes locales: en el llamado Boston game que se jugaba en el Oneida FC podían llegar a competir equipos de hasta 25 jugadores con movimientos que permitían vislumbrar vagamente al futuro fútbol americano. Los desacuerdos resultaban difíciles de zanjar.
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Las universidades de Boston y Rutgers juegan al fútbol en 1869
Así las cosas, hay testimonios de un primer partido de fútbol entre Princeton y Rutgers el 6 de noviembre de 1869 con el reglamento de la FA inglesa, aunque con algunas adaptaciones al gusto local. En los años siguientes Columbia y Pennsylvania también armaron sus equipos, pero lo cierto es que las dos universidades más influyentes eran Yale y, sobre todo, Harvard. Y Harvard no quería saber nada con el fútbol asociación, motivo por el cual en los años siguientes presionó constantemente al resto del círculo para que se sumaran al rugby o al Boston game. Para 1876, cuando Harvard, Yale, Princeton y Columbia acordaron formar la Intercollegiate Football Association, la suerte del fútbol asociación en las universidades americanas estuvo sellada. En lo sucesivo, la presencia del juego de pies en los campus sería marginal.
Para apreciar la importancia de esta primera batalla perdida por el fútbol asociación en Estados Unidos se debe entender la magnitud de la influencia de las élites que se educaban y cimentaban sus alianzas personales en aquellas universidades. También, que la voluntad de desarrollar un deporte puramente americano como otra manifestación de la doctrina del destino manifiesto determinó el perfil de este nuevo juego que muy pronto saldría de los campos universitarios para sumarse al béisbol como afición popular. Walter Camp, egresado de Yale y jugador desde aquella primera temporada de 1876, fue quien más se abocó a elaborar un conjunto de nuevas reglas que poco a poco le fueron dando su perfil definitivo al fútbol americano.
Se trataba de imponer un juego varonil y combativo, de fuerza y contacto, pero también con pretensiones científicas: Camp no sólo abominaba de la mecánica del fútbol asociación basada en una serie de engaños (pases, gambetas, improvisación), sino que incluso el scrum del rugby le parecía caótico y poco riguroso. De ahí que el scrimmage, la línea de contacto que se arma antes y después de cada intento de avance, debía ser perfeccionada hasta convertirse en una suerte de simulacro de táctica y estrategia militar. Por eso las estadísticas y la famosa grilla de líneas cada diez yardas: un juego científico, susceptible de ser medido y cuantificado en todos sus aspectos. Un ajedrez de piezas humanas buscando penetrar las líneas enemigas y chocando con brutalidad sin límites. Eso era americano. Fue necesaria una cuenta de 21 muertes y más de 200 lesiones en una temporada universitaria para que en 1904 el New York Times editorializara en sus páginas acerca de la excesiva violencia de este juego y para que se organizaran campañas públicas para intentar suavizarlo. En cualquier caso, después del béisbol y antes del básquet, aquel sería definitivamente el fútbol incorporado al espíritu y la cultura de un país tan extenso y una sociedad tan diversa como la estadounidense.
Pasión de minorías
Pero al fútbol asociación todavía le quedaban opciones para ganarse un lugar. Si en buena parte de Europa y en Sudamérica el fútbol fue un producto de exportación diseminado con capitales, empresas y ferrocarriles ingleses, en Estados Unidos las cosas no serían tan sencillas porque los trenes y las industrias eran nacionales. Así y todo, tampoco faltaron la pata de la inmigración europea que mantuvo en el Nuevo Mundo su gusto por el fútbol y algunos capitalistas entusiastas dispuestos a financiarlo. Y, tal vez, hacer así algo de dinero. Fueron ingleses, escoceses e irlandeses los primeros inmigrantes de clase trabajadora los que lograron instalar el fútbol en ciertas zonas, enclaves no muy extensos en los estados de New Jersey, New York, Connecticut, Rhode Island y otras partes de Nueva Inglaterra. Un poco más hacia el centro del país, la ciudad de St. Louis se perfiló como otro polo a tener en cuenta. En todos esos lugares aparecieron pequeños clubes con la voluntad de organizar competencias estables y de institucionalizarse. La conformación de unas pocas ligas locales posibilitó en 1884 el primer intento de federación nacional, la American Football Association. De “nacional” tenía poco, pero así y todo mostró la voluntad de no renunciar fácilmente a la denominación de “football” para su deporte, aun cuando el término “soccer” (creado y usado antes en Inglaterra y derivado de “association”) y su variante incorrecta “socker” ya eran los que la prensa de la época prefería usar para distinguirlo del fútbol más popular allí.
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Tacony FC, campeones de la American Cup 1910
Vemos entonces que ya para fines del siglo XIX el fútbol podía sobrevivir e incluso expandirse modestamente en Estados Unidos, pero los intentos de institucionalizarlo arrastraron dos problemas principales que conspirarían contra sus propios esfuerzos. El primero de ellos fue que esta American Football Association primigenia tenía bastante de británica y poco de americana, algo que dificultaba la difusión del juego fuera de las colectividades de inmigrantes recién llegados o estadounidenses de primera generación. Esto a su vez acentuaba el perfil del fútbol como deporte foráneo, en conflicto con el gusto local, incluso cuando en algunas de aquellas ligas regionales las reglas se modificaban: se jugaban dos tiempos de media hora y se permitían sustituciones, por ejemplo.
Así y todo, la AFA pudo organizar en el año de su fundación la American Cup, la primera copa nacional evidentemente inspirada en la FA Cup inglesa, aunque con apenas 13 equipos de cuatro estados de la Costa Este. El campeón de tres de las primeras cuatro ediciones fue el Clark ONT, club que tomaba su nombre de una marca comercial de hilados: era el equipo de una empresa, ni más ni menos. La American Cup necesitaba de estas firmas para reclutar jugadores entre sus empleados y financistas entre sus dueños. No sin problemas de todo tipo en cuanto a la organización, traslado de los equipos, campos de juego en condiciones y estadios incómodos y con pocos espectadores en lo peor de la temporada invernal, la pelota siguió rodando.
La batalla por la profesionalización
El segundo problema de estas modestas competencias amateur o semi-amateur fueron los conflictos constantes entre los dirigentes de la AFA que insistían en cerrarse a las costumbres británicas y los intentos de profesionalizar el juego por parte de los dueños de equipos de béisbol más populares de las grandes ligas. La idea era encontrar alguna clase de espectáculo que les permitiera tener ocupados sus estadios una vez finalizada la temporada de béisbol, y así fue que en 1894 se lanzó la American League of Professional Foot Ball, compuesta por equipos de ciudades importantes como New York, Baltimore, Filadelfia y Washington. Pese a las amenazas de boicot por parte de la AFA —que no quería saber nada con la profesionalización abierta— para esta competición los dueños mantuvieron el nombre de sus franquicias e incluso prometieron la notable atracción de ver a algunas de las estrellas de los bates y los guantes pateando la redonda. Tan prometedor proyecto duró… 17 días. El fracaso de público, la falta de acuerdo para jugar los partidos en días y horarios apropiados y los excesos de algunos dueños que se reforzaron demasiado con jugadores traídos de Europa llevaron a la rápida cancelación del torneo.
Pero los intentos y los conflictos persistieron. En 1901 un proyecto de liga similar con otros equipos de béisbol duró menos aún. Los costos, las distancias y las dificultades eran muchas, y el público, escaso. Y sobre llovido, mojado: en 1911 apareció una nueva asociación para intentar desbancar a la AFA: la American Amateur Football Association nació con la idea de hacer las cosas de otra manera, y ya en 1913 tomó la delantera al lograr el reconocimiento de la FIFA como única federación nacional de Estados Unidos, momento en el que tomó el nombre de United States Football Federation. Con el lanzamiento en 1914 de la National Challenge Cup como nueva competencia nacional, la USFA mostró sus intenciones de barrer a la AFA y podría decirse que lo logró, pero a qué costo. Si bien esta copa nacional tiene el mérito de haberse disputado ininterrumpidamente hasta nuestros días con el nombre de US Open Cup (y ésta ha sido la primera final que Messi no pudo ganar con el Inter Miami), los procedimientos de la USFA hirieron demasiadas susceptibilidades y repitieron muchos de los errores previos.
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El Bethlehem FC en 1915, el equipo dominante
La federación no sólo nunca pudo superar la falta de un respaldo financiero significativo, sino que persistió inexplicablemente en su postura de ignorar el deporte de base. Nunca se ocupó de fomentar el juego en los colegios primarios y secundarios, y ni consideró al poco fútbol que sobrevivía en las universidades. Sin el desarrollo de un número mayor de jugadores que difundieran y elevaran el nivel del juego, el fútbol nunca podría despegar. Y la insistencia de mantenerlo como un refugio identitario para los inmigrantes europeos, como una renuncia explícita a la americanización, lo condenó a la indiferencia por parte de las nuevas generaciones que querían precisamente eso, ser parte integral del American dream. En lo sucesivo el fútbol sería un asunto de clubes de colectividades (británicas, desde luego, pero también alemanas, holandesas, húngaras o judías) con los que el americano medio nunca tendría mucho contacto. Recién en 1928 la USFA tuvo un primer presidente nacido en Estados Unidos, pero no por ello dejó de ser un ámbito en donde el inglés que se escuchaba tenía acento inglés o irlandés. De manera opuesta a lo que pasó en Europa y Sudamérica, en Estados Unidos el fútbol nunca pudo salir de sus guetos, no pudo permear de las capas superiores a las populares. Los inmigrantes, con sus clubes y ligas de colectividades mantuvieron vivo al fútbol, pero lo condenaron a la marginalidad.
La Edad de Oro
De todos modos, como Estados Unidos siempre fue un país generoso en oportunidades, también el fútbol tuvo las suyas para mostrar algunos destellos de esplendor. Aquel sistema de pequeñas ligas semiprofesionales sostenidas por clubes y equipos de empresas tuvo también su auge tras el final de la Gran Guerra y en aquella loca década de 1920 en la que un inusitado fluir de la riqueza hacía florecer prácticamente cualquier tipo de actividad. Fueron los años de dominio del Bethlehem Steel FC, el club de una de las acereras más grandes del mundo, pero también de otros equipos fuertes ubicados en Nueva York, Brooklyn, Fall River, St. Louis y Paterson. También, los del mejor nivel de juego gracias a que las empresas tenían fondos para contratar una cantidad de jugadores ingleses y escoceses tal como para provocar las quejas de las federaciones de estos dos países ante la FIFA.
E incluso el fútbol estadounidense en estos años tuvo a sus mejores jugadores nativos, los suficientes como para avanzar hasta las semifinales del primer campeonato mundial jugado en Uruguay, en 1930. La ausencia de algunos equipos europeos importantes no le resta mérito alguno al desempeño de aquella selección, y no fueron pocos quienes reconocieron el talento, la calidad y la potencia de Adelino William “Billy” Gonsalves, hijo de un matrimonio de portugueses y apodado “el Babe Ruth del soccer”. Luego de aquel mundial, Gonsalves tuvo ofertas para seguir su carrera en Europa, aunque las desestimó todas y siguió jugando para diferentes equipos de su país.
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Argentina vs. Estados Unidos en la primera Copa del Mundo en Uruguay, en 1930
Decadencia y resurrección
Sin embargo, para el mundial de 1934 en Italia, la época dorada ya había llegado a su fin. Gonsalves dio otra vez el presente con su selección, pero en un sistema de eliminación directa el primer rival en suerte fue el local, que los despachó con un rotundo 7 a 1. Y allá en casa, la Gran Depresión causaba estragos y acababa con cualquier posibilidad de volver a ver un fútbol competitivo en Estados Unidos, al menos por varias décadas. Muchas empresas e industrias desaparecieron y, con ellas, clubes e incluso ligas enteras. La crisis fue tan grande que hasta el todopoderoso béisbol de las grandes ligas sintió una fuerte baja en sus ingresos.
¿Cómo fue posible entonces este lento pero sostenido renacer del fútbol en Estados Unidos? La respuesta más corta podría ser porque esta vez el crecimiento se dio muy lentamente y desde las bases. A cierto interés observado a partir de la primera transmisión televisiva de un mundial (el de Inglaterra en 1966), le siguió la adopción del fútbol como deporte en los colegios primarios y secundarios, especialmente por las mujeres. Cada vez que los empresarios quisieron volver a los errores del pasado y trataron de quemar etapas para lograr una rápida profesionalización, a un súbito auge (como el de la citada NASL y el Cosmos) le siguieron más estadios vacíos y quiebras.
El regreso a los mundiales con una aceptable participación en Italia ’90 y la organización del mundial ’94 le dieron suficiente impulso al fútbol como para convertir a la selección femenina de Estados Unidos en una fuerza dominante, mientras que por el lado de los varones una gestión institucional más sana y competente llevó a la creación de la MLS. Esta nueva liga profesional tuvo un comienzo vacilante y con no pocos contratiempos, pero en el nuevo siglo supo consolidarse y crecer orgánicamente a partir del talento local. La presencia de grandes jugadores europeos y sudamericanos en el final de sus carreras ya no es la base principal de sustentación, sino una atracción más que se le suma al negocio. Las más inteligentes de estas estrellas internacionales, como antes David Beckham y ahora el propio Messi, entendieron que el fútbol en Estados Unidos necesitaba de ellos no como meras aves de paso, sino como inversores y socios de un negocio integral que los puede hacer más ricos y relevantes que nunca. Y ya no para una liga local, sino para una audiencia global. Lo que se dice una típica win-win situation.