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Alemania es el país más sensato de Occidente

Las lecciones aprendidas de su historia del siglo XX han ayudado a la nación a evitar los peligros del populismo

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07 de octubre de 2021 a las 14:47

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Gideon Rachman

Gracias a Dios por Alemania. Ésa no es una opinión que se escuchó mucho durante el siglo XX. Cuando la Segunda Guerra Mundial se acercaba a su fin, Henry Morgenthau, el secretario del Tesoro de EEUU, argumentó que la única respuesta a la pregunta alemana era la destrucción de la capacidad industrial del país. François Mauriac, el escritor francés, acogió la división del país y bromeó: "Amo tanto a Alemania, me alegro de que haya dos".

Cuando se avecinaba la reunificación en 1990, una reunión de intelectuales principalmente británicos, convocada por Margaret Thatcher, discutió el carácter nacional alemán. Su principal asesor de política exterior escribió actas sugiriendo que el carácter de los alemanes incluía “angustia, agresividad, asertividad, intimidación, egoísmo, complejo de inferioridad y sentimentalismo".

Treinta años después, estos estereotipos sobre el carácter nacional se han invertido por completo. Es en EEUU y el Reino Unido donde la política parece cada vez más propensa a la “angustia, la agresividad” y todas esas otras cualidades poco atractivas, supuestamente teutónicas. En estos días, la vida pública alemana es la que se caracteriza por las virtudes que los británicos a menudo se atribuyen a sí mismos: calma, moderación, racionalidad y compromiso.

Las recientes elecciones alemanas y sus secuelas subrayan el punto. Fue una competencia reñida, pero los perdedores aceptaron los resultados con gracia. Nadie intentó alegar que la votación estaba amañada o que sus oponentes eran “escoria” que representaba un peligro mortal para el país.

Ahora parece que el Partido Socialdemócrata (SPD) liderará un gobierno alemán por primera vez desde 2005. Pero una transición de poder no provocará una ruptura abrupta de políticas ni un intento de la oposición política de paralizar el gobierno, como está sucediendo en EEUU.

Olaf Scholz, del SPD, quien podría convertirse en canciller, se presentó como un candidato de la continuidad. Como informaron mis colegas del Financial Times, los votantes vieron a Scholz "con su comportamiento tranquilo, su larga experiencia en el gobierno y la política pragmática, como el sucesor natural de Merkel". Qué diferencia de los perfiles de liderazgo de Donald Trump o Boris Johnson.

Esta inversión de roles no es simplemente una de las ironías de la historia. Es un producto de la historia. A diferencia de cualquier otro país que yo conozca, Alemania ha colocado un monumento a su mayor desgracia nacional en el corazón de su capital. El memorial del Holocausto en Berlín se encuentra cerca de la Puerta de Brandenburgo, el centro tradicional de la ciudad. Es un símbolo de la determinación de la Alemania moderna de reconocer los horrores del nazismo y aprender las lecciones.

Como saben a dónde puede conducir la demagogia, los políticos alemanes dominantes son alérgicos al culto al líder. Ningún candidato a canciller se jactaría, como lo hizo Trump, de que "solamente yo puedo arreglarlo", o alentaría cánticos de "enciérrenla" sobre su oponente. En los recientes debates electorales, los líderes de los partidos se trataron entre sí con respeto y moderación. Saben que la política es un asunto serio. Se dice que Frank-Walter Steinmeier, presidente de Alemania, es particularmente despectivo con Johnson porque cree que el primer ministro británico trata la política como un juego.

La Alemania moderna no es inmune a los peligros del extremismo político. En 2020, una multitud de activistas anti-vacunas y una variedad de extremistas intentaron, sin éxito, asaltar el Reichstag. A raíz de la crisis de refugiados de 2015, cuando Merkel permitió la entrada al país de más de 1 millón de migrantes y refugiados, muchos observadores, incluido yo mismo, predijeron un aumento del extremismo político en Alemania. El ambiente en las elecciones de 2017 fue a menudo desagradable. El partido de extrema derecha, la Alternativa para Alemania (AfD), ganó un gran bloque de escaños en el parlamento.

Pero en las elecciones más recientes, los extremos políticos de derecha e izquierda perdieron votos. El centro no sólo se ha mantenido en Alemania, se ha fortalecido. La AfD sigue siendo fuerte en el este de Alemania, pero está más lejos que nunca del poder nacional.

Una diferencia entre Alemania y otras grandes naciones occidentales es que los altos niveles de inmigración no han radicalizado a la derecha mayoritaria. Trump llegó al poder con la promesa de construir el muro. Johnson ganó el referéndum del Brexit con la promesa de "recuperar el control" de las fronteras y leyes de Gran Bretaña... en particular las fronteras. En Francia, Michel Barnier, quien está intentando ganar la nominación de la centroderecha a la presidencia francesa, ha pedido una moratoria sobre toda inmigración procedente de fuera de la Unión Europea (UE). Éric Zemmour, la estrella en ascenso de la extrema derecha, amenaza con expulsar a 2 millones de personas del país.

El gobierno alemán, por el contrario, sigue defendiendo la inmigración. En agosto, el director de la agencia federal de trabajo de Alemania dijo que el envejecimiento de la fuerza laboral del país significa que Alemania necesita admitir a 400,000 nuevos inmigrantes cada año, argumentando que sin este nivel de migración, "habrá escasez de trabajadores calificados en todas partes". Sólo la AfD condenó la idea.

La fuerza del centro en Alemania no significa la extinción del debate. Podría llevar meses formar una coalición de gobierno. Será difícil reducir las diferencias políticas entre los Verdes, los Demócratas Libres y el SPD. Pero la mera necesidad de construir una coalición actúa en contra de la polarización política — y la demonización de la oposición — que se ha convertido en la postura estándar en la Anglósfera.

En el siglo XXI, la política alemana es nuevamente excepcional; pero esta vez se debe a una buena razón.

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