Edward Luce
Un choque entre EEUU y China no es impensable
En el creciente conflicto entre Washington y Beijing, la falta de controles al estilo de los de la guerra fría significa que hay menor margen para errores de cálculo
En el creciente conflicto entre Washington y Beijing, la falta de controles al estilo de los de la guerra fría significa que hay menor margen para errores de cálculo
Edward Luce
El aspecto más preocupante de las conversaciones sobre una nueva guerra fría es que fomenta la autocomplacencia. La primera terminó pacíficamente en 1991 cuando la Unión Soviética (URSS) se disolvió. La contienda ideológica entre EEUU y la URSS implicaba que un bando podía triunfar si el sistema del otro fracasaba, y así fue. La guerra fría 2.0 ofrece un espectro diferente: una creciente rivalidad geopolítica entre las dos mayores potencias del mundo sin una clara estrategia de salida.
Es posible que la “diplomacia implacable” que Joe Biden prometió ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) esta semana pueda funcionar en el caso de China. Pero él todavía no ha conseguido un significativo diálogo con un Beijing cada vez más paranoico. Por el contrario, Biden está avanzando rápidamente en la creación de coaliciones que pudieran avivar aun más los instintos de ‘lobo guerrero’ de China.
El acuerdo AUKUS (el acrónimo en inglés formado por los tres países involucrados: Australia, el Reino Unido y EEUU) de la semana pasada, seguido de la cumbre del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad) de este viernes con Australia, India y Japón, son tangibles contrataques al creciente alcance militar de China.
La postura de Biden es la de colaborar con China en aquellos aspectos en los que los objetivos de EEUU coinciden, como combatir el calentamiento global y detener la próxima pandemia; y oponerse en los que difieren, como los derechos humanos, Taiwán, la libertad de navegación y la rivalidad tecnológica. Las tendencias más fuertes, sin embargo, apuntan hacia la confrontación. Dos se destacan. La más importante es el consenso interno de línea dura estadounidense en cuanto a China. Se ha hablado mucho de la llamada “blob”, o los élites responsables de la política exterior en Washington DC.
En realidad, la comunidad de la política exterior estadounidense lleva años dividida en cuanto a la sensatez de las guerras estadounidenses por elección y por necesidad, incluyendo la de Afganistán. En cuanto a China, Washington tiene una opinión mayoritariamente unánime. Biden no ganará puntos si se sitúa a la izquierda. Los principales disidentes realistas del aventurerismo estadounidense posterior al 11 de setiembre aplaudieron el pacto AUKUS de la semana pasada.
La segunda tendencia es la aversión de EEUU a los acuerdos comerciales y de inversión. No es coincidencia que China solicitara la semana pasada su adhesión al Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP, por sus siglas en inglés) —el mayor grupo comercial del mundo, originalmente una idea de EEUU bajo la presidencia de Barack Obama— justo después de que se anunciara AUKUS. Es muy poco probable que China sea admitida en el club en un futuro próximo a pesar de la ausencia de EEUU. Basta con que un miembro del CPTPP, como Japón o Australia, bloquee su aplicación.
El mediano plazo es un asunto diferente. La capacidad económica de Beijing para castigar o recompensar a sus vecinos es mayor que la de EEUU, dado el volumen mucho mayor de comercio regional con China.
EEUU pudiera contrarrestar esta realidad uniéndose al CPTPP, o iniciando conversaciones sobre estándares en materia de datos y sobre servicios digitales. Esto satisfaría la fuerte demanda de Asia de un involucramiento comercial por parte de EEUU. Desafortunadamente, la política estadounidense —en particular la izquierda del Partido Demócrata— es casi tan reacia a los acuerdos digitales como a los comerciales. Las sospechas de Silicon Valley obstaculizan el alcance de Biden incluso para hacer tales propuestas.
Esto representa otro contraste con la guerra fría 1.0: actualmente, EEUU carece del apetito para liderar la integración global que tuvo en las décadas de la posguerra. El hecho de que Washington esté tan dispuesto a usar la fuerza del Pentágono, pero deje de lado sus herramientas comerciales, está haciendo que la rivalidad entre EEUU y China se torne más antagónica.
A pesar de todos los errores cometidos por China en su “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, ni EEUU ni sus aliados están dispuestos a igualar lo que China está gastando en la infraestructura de otros países. Todo lo cual mella el mayor aspecto positivo de la actual guerra fría: la interdependencia de las economías estadounidense y china. Los soviéticos y los estadounidenses operaban en bloques comerciales separados. Hoy en día, las economías estadounidense y china están tan conectadas que Washington siente la necesidad de desacoplarse de China.
No hay nada en la visión del mundo que tiene Biden que implique que él quiera arriesgarse a un conflicto con China. Sus prioridades son domésticas. Además, él tiene una profunda fe en que la idea de EEUU siempre triunfará. AUKUS surgió en respuesta a una petición de Australia, patrocinada con entusiasmo por un Reino Unido posBrexit. Biden no tenía la intención de desairar a Francia y, sin duda, intentará enmendar las relaciones. Pero eso es, en última instancia, un espectáculo secundario. La trayectoria de la rivalidad entre EEUU y China será lo que más moldeará nuestro futuro.
Varias situaciones riesgosas durante la primera guerra fría le enseñaron a EEUU que era prudente explorar la manera de pensar de los soviéticos y ver el mundo desde su perspectiva. En el Washington de hoy hay menos conocimiento de Beijing. Los sinólogos son más escasos actualmente en EEUU. Los esfuerzos por establecer una línea directa entre Beijing y Washington aún no han dado sus frutos. El margen de error no es muy grande. Cuanto más reconozca Biden la posibilidad de una colisión entre EEUU y China —por accidente o por ignorancia—, más reducirá el riesgo.