Antes de disparar, un té: los lores ingleses de la droga asaltan Netflix

El director británico Guy Ritchie levanta cabeza con "Los caballeros", una historia de gánsteres de clase alta que puede verse en Netflix

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07 de junio de 2020 a las 05:00

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Es difícil soltarle la mano a un director al que le seguiste la carrera con ganas, que te dio varias alegrías y que, en algún punto, querés como a un amigo. Pero a veces pasa. O se hace necesario casi por un principio de autoconservación. Porque a veces los cineastas derrapan feo y nos decepcionan. ¿Y qué hacés ahí? Te tragás la bilis amarga y buscás consuelo en otra parte.

A Guy Ritchie fue difícil no soltarle la mano. La carrera del británico había arrancado como una tromba, llevándose las convenciones estéticas por delante y plantando un estilo que, al toque, lo individualizó. Juegos, trampas y dos armas humeantes (1998) fue un debut mágico, un relato metido en el corazón de la mafia más barata de Londres que era tan entrañable como divertido. A esa película le siguió la ya clásica Snatch: cerdos y diamantes (2000), un delirio fabuloso con Brad Pitt de gitano, carreras de galgos, boxeo y estafas. Y después la cosa se aflojó. Pasó su experimento romántico Barridos por la marea (2002) –con su, por aquel entonces, esposa Madonna– y se hundió entre críticas desastrosas que la condenaron a ser una de las películas con las peores reseñas de este siglo. Se recuperó un poco con Revolver (2005), que era mala pero simpática, llegó RocknRolla (2008), un poco repetitiva y confusa pero entretenida, y después se endulzó para mal. Agarró la fracasada franquicia del Sherlock Holmes de Robert Downey Jr, levantó un poco con la reivindicable El agente de C.I.P.O.L. (2015), y terminó de desbarrancar con dos películas nefastas que solo sirvieron para dilapidar su carrera: El rey Arturo: la leyenda de la espada (2017) y la remake de Aladdín (2019). 

Con ese prontuario, entonces, no era nada loco que ante una nueva película de este señor de 51 años uno pidiera un respiro y prefiriera pasar de largo. El “gracias, pero no gracias” era lo más sensato. Pero fiel a su historia de porrazos, recuperaciones, caídas estrepitosas y éxitos aislados, Ritchie se levantó. Y los que le soltamos la mano debimos agachar la cabeza y pedirle disculpas porque al final no todo estaba perdido. 

Así que Guy Ritchie volvió. Lo hizo con Los caballeros. Está en Netflix. No es una obra maestra, no es su mejor película, pero es buena. Y con la sequía que arrastraba el hombre, eso ya alcanza para tirar cañitas voladoras.

Entrajados y peligrosos

Abrimos con Matthew McConaughey. Sí, Los caballeros está protagonizada por él. McConaughey es un capo narco pesado, pero solo trabaja con marihuana; no quiere meterse con cosas peores. Sabe que a la planta le queda poco de ilegalidad en el Reino Unido, así que está buscando un comprador para salirse del negocio y dedicarse a la familia. Pero se le cruza un pequeño problema: en los primeros cinco minutos de la película, se come un balazo que le desparrama los sesos arriba de una pinta de cerveza. Empieza la película.

Entonces aparece Hugh Grant. Sí, también está él y en un gran papel. Y se encuentra con Charlie Hunnam, colaborador del director en el mundo real y del personaje de McConaughey en la ficción. Grant, que acá es un irreverente periodista que busca extorsionar al secuaz del capo de la marihuana, empieza a desplegar su juego y así le da pie a un relato que resumirá buena parte de la historia hasta llegar a ese disparo del comienzo.

¿Suena confuso? No lo es. Y hete aquí el primer gran punto a favor de Los caballeros: Ritchie –como en Juegos, trampas… y Snatch–recupera el ingenio y una capacidad que parecía olvidada para orquestar tramas y subtramas que, en determinado momento, van a confluir.

Como en sus trabajos más logrados, el director vuelve a echar mano de los temas entre los que se siente seguro, a tal punto que uno se pregunta qué se le habrá cruzado por la cabeza para salir de allí y hacer, por ejemplo, cosas como Aladdín. Porque una cosa es experimentar y salir de la zona de confort, y otra es pifiar feo. En fin. Entre otras cosas, el británico le saca buen jugo al puzle de personajes estrafalarios que se despliega en la historia –por ahí también anda un secundario y peleador Colin Farrell–, pero también a alguna que otra escena de acción aislada, coreografiada con el estilo por el que en su momento fue reconocido. 

Parte del atractivo de la propuesta de Los caballeros es que sus gánsteres, al contrario de lo que sucedía en producciones anteriores del mismo director, no pertenecen a la calle, a la mugre de los bajos fondos londinenses. Estos mafiosos son gente de alcurnia; les hacen favores a los lores con los que se codean en sus mansiones de la campiña inglesa, se visten con una elegancia casi obscena, comen carne wagyu, destapan botellas añejadas y levantan el meñique mientras le disparan a la gente que se mete con ellos. Son duros, pero muy finos.

En este nuevo universo de criminales de clase alta, destaca especialmente el personaje de Hunnam, un hombre aplicado al máximo, acostumbrado a estar a la sombra de su jefe, que no teme meterse en los barrios más jodidos de la capital inglesa para limpiar a quien sea y que, al mismo tiempo, hace gala de una sofisticación exuberante. Es una dualidad que está impregnada en toda la historia, pero personificada con elocuencia en él.

Dejémoslo claro: es cierto que Ritchie se arriesga poco con esta película. Se revuelve cómodo en los temas que le sientan mejor, los filma de la misma manera en que lo hacía a fines de los noventa y toda la película se parece a un gran déjà vu, incluso firmado por la misma persona. Pero, aun así, Los caballeros es extremadamente entretenida, vuela frente a los ojos del espectador y le devuelve el pulso perdido a su director. Logra que recuperemos la fe en él. Nos convence de que no le soltemos la mano. Que, en una de esas, vale la pena volver a confiar y poner fichas a su cine.

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