Argentina mufa y escéptica

Inicio de una larga batalla electoral que seguirá con las legislativas de noviembre y las presidenciales de 2023

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10 de septiembre de 2021 a las 12:34

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Nunca, desde 2003, unas elecciones en Argentina han expresado cómo éstas tanto vacío político, desazón económica y escasez de esperanzas.

En 2003, a la salida de uno de los más terribles vendavales socioeconómicos de la historia, Néstor Kirchner ganó la Presidencia después que Carlos Menem renunciara a competir en segunda vuelta. La rápida recuperación económica, basada en la demanda de China por alimentos, apagó las llamas e hizo olvidar el reclamo anti-política “que se vayan todos”.

El intervencionismo populista de los Kirchner, muy al gusto peronista, llevó a que la economía argentina se estancara tan temprano como en 2008, ya con Cristina Fernández como presidenta, mucho antes del fin del superciclo de las materias primas.

Ella arribó en 2007 con el dólar a 3,15 pesos y cuando se fue, en diciembre de 2015, valía 13 pesos.

Mauricio Macri derrotó en 2015 al candidato oficialista Daniel Scioli con una propuesta entre liberal y conservadora, en procura de un tiempo más razonable, con menos estatismo y conflictos. Su fracaso fue completo. En la parte final de su mandato sufrió una gran fuga de capitales, endeudó al país hasta la cresta y debió reimplantar los controles de cambio. Se retiró en diciembre de 2019 con un dólar a 60 o 70 pesos.

La restauración K tras el triunfo de octubre de 2019 fue encarnada por Alberto Fernández, líder de una alianza llamada “Frente de Todos”, aunque con Cristina Fernández en la vicepresidencia, con un peso indisimulable detrás del trono.

Después de 20 meses de mandato, con una pandemia de por medio, la cosecha de la fórmula Fernández-Fernández ha sido desoladora.

Impusieron uno de los encierros más largos y desprolijos del mundo para combatir la pandemia. Provocaron una gran caída de la producción, destrucción masiva de empresas y empleos, niños y adolescentes sin clases por más de un año, a cambio de subsidios enjutos financiados con emisión de dinero y alta inflación.

La pobreza se fue a las nubes y los ahorristas y las grandes empresas huyen.

Argentina es uno de los países con más muertes per capita por covid-19, no muy detrás de Brasil; y tiene una baja vacunación relativa, debido a la extravagante política del gobierno, que erró con los proveedores.

La vicepresidenta Cristina Fernández, su hijo Máximo Kirchner, líder de los diputados oficialistas (y aspirante a seguir los pasos de su padre y de su madre), tienden a actuar con mesura o suficiencia, replegados a una segunda línea; en tanto el desgaste mayor lo padece el presidente, Alberto Fernández (quien, dicho sea de paso, está gestando fama de “mufa” y profeta erróneo como en su momento la tuvo Carlos Menem).

Pese a que el gobierno se sentó encima del dólar y desplegó el mercado cambiario en múltiples tipos, una afición argentina tan inútil como devastadora, que sólo aplauden los cambistas y sus socios en el poder, el “blue” o libre vale más de 180 pesos. Y muchos vaticinan una nueva espiral inflación-precios después de las elecciones legislativas de noviembre.

El panorama político que aflora para las elecciones internas PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) que se realizan mañana, domingo 12, es igual de extravagante.

Estas primarias determinan los candidatos que cada partido deberá presentar en las elecciones legislativas del próximo 14 de noviembre, que renovarán casi la mitad de las bancas de diputados y senadores.

Entre las primarias de mañana y las legislativas de noviembre se verá el prestigio relativo del gobierno y de la oposición. También se verá cuáles son los liderazgos emergentes, y cuáles los que decaen.

Las primarias que se realizan mañana son entonces, de alguna manera, un preámbulo y anticipo del combate de fondo: las elecciones presidenciales de octubre de 2023.

El gobierno se degasta con las típicas medidas absurdas o demagógicas de cuño peronista; pero la oposición, reunida en “Juntos por el Cambio”, tampoco la tiene fácil. A sus espaldas siempre aparece el fantasma de Mauricio Macri, mentado a cada instante por el oficialismo aunque no es candidato, pues goza de un apreciable prestigio de “mufa” y “piantavotos”.

Los líderes principales combaten entre sí por interpósita persona. Así, el gobernador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, quien fue mano derecha de Macri y ahora es aspirante a la Presidencia de la República, compite detrás de antiguos macristas y liberales digeribles, como María Eugenia Vidal.

En la Provincia de Buenos Aires, un reducto tradicional del peronismo, al menos en sus áreas urbanas, ahora gobernado por el ultrakirchnerista Axel Kicillof, el oficialismo puso en la proa a Victoria Tolosa Paz, una mujer relativamente joven, bonita y “cheta”, que habla con ligereza de sexo y cree seriamente en la astrología.

Buenos Aires, con tres millones de pobladores, y la Provincia, con 16 millones, son el principal campo de batalla. Esas dos jurisdicciones reúnen más del 40% de la población argentina. Pero el duelo se repite en todo el enorme territorio: en cada ciudad, pueblo y aldea de un país con un aparato público desmesurado y prácticas clientelares muy extendidas.

Visto de lejos, Argentina parece una caricatura, incluida su prensa, polarizada hasta el absurdo; y su bizarra proliferación de sindicatos y “movimientos sociales”, muchas veces en la nómina del Estado.

Ni hablar del lenguaje de campaña: la guaranguería habitual, insultos y exhibicionismo, ante una opinión pública más bien insensible después de tanta demagogia y fracaso. Hasta los liberales de Javier Milei, candidato de un Partido Libertario, lucen grotescos y extremistas. Hayek se ruborizaría.

Una derrota relativa del oficialismo podría detener su radicalización; pero tampoco significaría gran cosa, teniendo en cuenta la falta de alternativas razonables, y la bajísima credibilidad de Argentina en el mundo.

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