AFP

Beijing, Berlín y dos versiones de 1989

Los acontecimientos han subvertido los supuestos occidentales sobre el camino de China hacia la democracia

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06 de junio de 2019 a las 14:56

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Gideon Rachman

En EEUU y Europa, el año 1989 es sinónimo de la caída del Muro de Berlín. Pero hubo dos versiones del año 1989. Cinco meses antes de que cayera el muro, los militares chinos entraron en la Plaza de Tiananmén y aplastaron el movimiento a favor de la democracia. Esta semana marca el 30 aniversario de ese evento sangriento.

Al observar estos acontecimientos desde el Occidente en ese momento, los dramáticos eventos en Berlín parecían ser más significativos a nivel mundial que lo que había ocurrido en Beijing cinco meses antes. China era sólo un país, aunque de gran tamaño, pero todavía era pobre y subdesarrollado. La Unión Soviética había sido la segunda superpotencia en la guerra fría, y el imperio soviético acababa de colapsar. La guerra fría había terminado. El Occidente había triunfado. La democracia había triunfado. En el amplio panorama histórico, Berlín seguramente era más importante que Beijing.

Treinta años después, ese veredicto está en duda. Ahora parece que los futuros historiadores posiblemente lleguen a la conclusión de que el evento más significativo de 1989 fue la total represión de las protestas de Tiananmén, no la caída del Muro de Berlín. Los eventos de Tiananmén aseguraron el control del poder del partido comunista chino, garantizando que una de las principales potencias del siglo XXI sería una autocracia, no una democracia.

La autocracia china ya no parece una anomalía. La expansión global de la democracia, que parecía irresistible en la década de 1990, se ha invertido. El informe más reciente de Freedom House, que supervisa la libertad política en todo el mundo, es sombrío. En febrero, observó que 2018 había marcado "el decimotercer año consecutivo de la disminución de la libertad global", y agregó que "el patrón es consistente y siniestro. La democracia está en retroceso".

Después de la caída del Muro de Berlín, los intelectuales occidentales estaban produciendo obras sobre el triunfo de la democracia liberal. Actualmente, los libros sobre política de mayor venta tienen títulos como “On Tyranny” (Acerca de la tiranía) y “Cómo mueren las democracias”.

Este temor con respecto al estado de la democracia a menudo tiene más que ver con los eventos en el Occidente -en particular con la elección de Donald Trump- que con los acontecimientos en China. Pero el cambio en el estado de ánimo intelectual también representa un reconocimiento tácito de que China ha logrado lo que la mayoría de los intelectuales occidentales consideraban como una imposibilidad en 1989.

En la euforia que siguió a la caída del Muro de Berlín, el consenso de las élites en el Occidente fue que la caída de la Unión Soviética había demostrado que las autocracias no podían tener éxito económicamente. Así que China seguramente se convertiría en una democracia o fracasaría económicamente. Cualquiera de los resultados era compatible con la hegemonía continua del liberalismo occidental.

Pero China ha demostrado que esa teoría es errónea. Sigue siendo un Estado de partido único. Pero ha seguido creciendo económicamente, convirtiéndose en la economía más grande del mundo (en términos de poder adquisitivo) en 2014.

Esto ha reforzado la interpretación oficial china con respecto a 1989. El Partido Comunista siempre ha argumentado que la clave del crecimiento y la prosperidad en China no era la democracia sino la estabilidad. Esto se convirtió en la justificación oficial para aplastar las protestas de Tiananmén. Este argumento es obviamente egoísta y amoral, pero no es obviamente absurdo.

La capacidad de China para prosperar en la era de la información ha sido otra sorpresa no deseada para los teóricos liberales occidentales. El auge del Internet fortaleció la convicción del Occidente después de 1989 de que el Estado de partido único de China no iba a sobrevivir. Si la clave para el progreso económico ahora era el libre flujo de información, entonces parecía que China tenía una opción: abrirse o estancarse económicamente.

Pero los acontecimientos han socavado estas teorías. China se ha convertido en un país cada vez más rico, pero el sistema político chino se ha vuelto más, no menos, autocrático. Mientras tanto, nos hemos dado cuenta de la horrible posibilidad de que el Internet y las redes sociales pueden no ser las herramientas de liberación política que se previeron durante los años de Clinton y Obama. China ha logrado construir un "enorme cortafuegos" en el Internet, bloqueando sitios como Google y Facebook. Pero eso no ha impedido el surgimiento de gigantes tecnológicos chinos exitosos e innovadores, como Alibaba y Tencent, y tal vez los haya ayudado.

Mientras tanto, la capacidad de China para monitorear a sus ciudadanos a través de sus actividades en línea y con el uso de nuevas herramientas, como la tecnología de reconocimiento facial, ha evocado la pesadilla de un Estado orwelliano exitoso, capaz de recompensar o castigar a sus ciudadanos basándose en la vigilancia del Internet y el uso de dispositivos de inteligencia artificial.

El continuo auge de una China autocrática ha provocado un cambio importante en el pensamiento occidental. El movimiento hacia la globalización y el comercio con China no fue simplemente una decisión económica por parte del Occidente. También reflejaba el juicio político de que la globalización serviría como un vehículo para los valores políticos occidentales. En 2000, George W. Bush resumió esta sabiduría convencional antes de su elección como presidente de EEUU, cuando afirmó: "Si comerciamos libremente con China, el tiempo está de nuestro lado".

Al iniciar una guerra comercial contra China, Trump está señalando que está operando bajo el supuesto contrario: "Si comerciamos libremente con China, el tiempo está de su lado".

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