Oliver Bunic - AFP

China de Xi Jinping busca ser rica y comunista

Las ambiciones del presidente se basan en evitar la "trampa del ingreso medio" y en apaciguar a una población más exigente

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11 de abril de 2019 a las 15:58

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Por Martin Wolf

¿Surgirá China como un país de altos ingresos que sigue siendo gobernado por un Estado del partido comunista? Si China lograra esto, transformaría un mundo en el que todos los grandes países de altos ingresos son actualmente democráticos. Cambiaría el equilibrio global del poder, no sólo económica y militarmente, sino también política e ideológicamente. Esto es lo que el presidente Xi Jinping espera que suceda. Pero, de hecho, ¿qué tan probable es?

Hoy en día, China no es del todo excepcional. Es cierto que el número de países gobernados por un partido que se llama a sí mismo comunista es mucho más pequeño de lo que era antes de 1991. Sin embargo, quedan algunos, principalmente Vietnam. También es cierto que ha logrado cuatro décadas de asombroso crecimiento económico. Sin embargo, sigue siendo un país de ingresos medios que, según la clasificación del Fondo Monetario Internacional (FMI), ocupa el puesto 75 en el mundo, en producto interno bruto (PIB) per cápita en paridad de poder adquisitivo, un poco detrás de México y de Tailandia.

En términos de la calidad de gobernanza, tampoco es extraordinario, al menos en los indicadores estándar del Banco Mundial. Como es de esperarse, ocupa un lugar mucho más alto en cuanto a la "efectividad del gobierno" –en el cual está clasificado cerca de Italia– que en "voz y rendición de cuentas", en el que está por debajo de Rusia. Pero no es realmente excepcional entre los países de ingresos medios. Sin embargo, si se convirtiera en un país de altos ingresos, con un PIB per cápita en el nivel de Corea del Sur, por ejemplo, pero con el nivel de rendición de cuentas del gobierno donde se encuentra actualmente, habría surgido algo bastante nuevo. Después de todo, incluso la "voz y la rendición de cuentas" de Singapur están clasificadas a un nivel mucho más alto que las de China.

Si esto sucediera, China lograría convertirse en un país rico, mientras que su sistema político se mantendría prácticamente igual. Esto, está claro, es lo que Xi está tratando de asegurar. Un crecimiento sostenido del PIB real per cápita del 4% al año durante otra generación llevaría a China a la mitad del grupo de altos ingresos. Su economía sería, entonces, mucho más grande que la de EEUU y la de la Unión Europea (UE) combinadas. Éste sería un mundo nuevo. Sin embargo, ¿es posible? Corea del Sur es, después de todo, el único país importante que ha pasado del estatus de bajos ingresos al de altos ingresos en dos generaciones.

Para lograr esto, el partido-Estado de China debe demostrar ser capaz de alcanzar altos niveles de desempeño gubernamental y la economía china ser capaz de alcanzar altos niveles de prosperidad, sin sucumbir ante las demandas de una mayor rendición de cuentas de una población que, para entonces, sería próspera, urbanizada, altamente educada y exigente. Además, esto también debe suceder sin las inmanejables escisiones en la élite del partido que destruyeron la Unión Soviética.

¿Por qué pudiera fracasar China? Pudiera sucumbir ante la "trampa del ingreso medio". Algunos argumentan que el crecimiento económico de China ya ha sido significativamente exagerado. Además, conforme la población envejece, las restricciones ambientales aumentan, la economía está, posiblemente, más dominada por el Estado y los rendimientos de las inversiones disminuyen, el crecimiento –el cual ya está muy por debajo de las tasas alcanzadas antes de 2008– pudiera caer a niveles un poco, si acaso, más altos que el de los países de altos ingresos. La convergencia entonces se paralizaría. Una crisis de deuda pudiera hacer que esta desaceleración fuera más abrupta.

Mientras tanto, los cambios sociales pudieran socavar la legitimidad del partido-Estado, particularmente en el contexto de tal desaceleración. Además, a la larga, al partido pudiera resultarle imposible contener la corrupción inherente. También pudiera resultarle cada vez más difícil mantener la legitimidad de una organización arraigada en un marxismo anticuado, especialmente uno responsable de catástrofes como el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. Como lo señala Kerry Brown del King's College de Londres en "China’s Dream" (El sueño chino), un fascinante libro sobre la cultura del comunismo chino, el pasado está "lleno de puertas que han sido cuidadosamente cerradas y selladas, y territorios que están fuertemente bloqueados y vigilados".

¿Por qué, sin embargo, es posible que el comunismo chino pudiera tener éxito? Una respuesta es que el partido-Estado ha demostrado ser sorprendentemente flexible y pragmático. Pasar tan rápidamente de la Revolución Cultural a la "reforma y apertura" representó una hazaña. La antigua noción del "mandato del cielo" también es útil: los comunistas están en el poder porque están destinados a estarlo. Otra respuesta se encuentra en las profundas raíces del absolutismo burocrático en China. También es crucial la declaración del partido de haber redimido a la nación de la pobreza y de su condición de víctima y haberle brindado, en cambio, prosperidad y poder. El partido siempre enmarca la narrativa nacional. Es, en palabras del Prof. Brown, el "repositorio de la misión nacional". El matrimonio del partido con el nacionalismo es una poderosa fuente de legitimidad. Es probable que la manera en la que EEUU está conduciendo su diplomacia comercial cimente el apoyo nacionalista.

El partido comunista cuenta con recursos adicionales. Uno es el impulso hacia la educación y hacia el espíritu empresarial del pueblo chino, el cual aumenta considerablemente la probabilidad de lograr la prosperidad. Otro recurso es la capacidad de transformar la tecnología moderna en un sistema de vigilancia integral sobre prácticamente todas las personas chinas. Otro más es la capacidad de señalar los recientes fracasos económicos y políticos de las democracias de altos ingresos: la crisis financiera mundial; la disminución del crecimiento de la productividad; la tendencia a elegir líderes incompetentes (como el presidente estadounidense, Donald Trump) y causas perdidas (como el Brexit). Para una gran cantidad de chinos, la alternativa democrática actualmente debe parecer menos atractiva que antes. Para ellos, arriesgar la estabilidad política interna por las versiones actuales de la democracia, en particular el rechazo occidental de la competencia pragmática en la que se basa el progreso de China, parecerá imprudente.

¿Se convertirá China en un enorme Singapur, con altos niveles de prosperidad y eficacia gubernamental, pero conservando el gobierno de un solo partido? ¿O fracasarán su sistema político, su progreso económico o, más posiblemente, ambos? ¿Pasará Xi a la historia como el hombre que llevó a China a la cima del mundo, o como una versión china de Leonid Brézhnev, cuyo conservadurismo llevó al sistema soviético a un deterioro irreparable? Es imposible saber cómo terminará esto. Sólo los chinos lo decidirán. Nosotros simplemente sabemos que nos importa a todos. Mientras tanto, el Occidente tiene que examinarse a sí mismo para reparar su deteriorado sistema democrático.

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