Cincuenta mil seguidores por un puñado de dólares

El reciente caso de la influencer estadounidense Arii saca a la luz la polémica sobre cómo las llamadas granjas de likes pueden construir identidades online y servir a otros fines

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06 de junio de 2019 a las 05:02

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A fines de mayo se disipó el humo y se corrieron los espejos que provocaban una de las tantas ilusiones de internet. Arii, una joven estadounidense de 18 años, aspirante a influencer, es decir, a ser alguien con capacidad de marcar una tendencia y modificar conductas ajenas gracias solo a sus propias fotos, tuvo que pedir disculpas. Arii dedica su Instagram a publicar fotos en las que posa en distintos sitios, nada más. Con más de 2,6 millones de seguidores, no pudo vender siquiera 36 remeras de su marca de ropa, por lo que su proyecto no tendría continuidad.

“Me rompe el corazón tener que escribir este post. Saben que lancé mi propia marca de ropa y entregué mi corazón para conseguirlo”, escribió en Instagram. “La empresa con la que trabajo funciona basada en pedidos y para hacer mis productos tengo que vender por lo menos 36 piezas (sabía que si me convertía en superirrelevante iba a ser duro). Tuve muy buen feedback de la gente que amo y que supuestamente iba a comprar. Pero nadie ha mantenido su promesa así que la compañía no cumplirá con esos encargos”, agregó. El posteo tuvo más de 35 mil likes, pero Arii lo borró.

El extraño fracaso de su proyecto trae a colación el tema de las llamadas granjas de likes o granjas de clics. Estas son empresas, instaladas principalmente en el sudeste asiático y Brasil, que venden suscriptores, seguidores, likes y reacciones a publicaciones en cualquier red social. Todo eso, falso, por supuesto.

Un baño de fantasía

Dar con estos servicios es fácil. Buzzoid, Stormlikes e iDigic son las primeras opciones que aparecen cuando se busca en Google. Las tres venden 100 seguidores para tu cuenta de Instagram por casi US$ 3. En cantidades mayores, los servicios difieren, porque Stormlikes vende hasta 50 mil seguidores por US$ 375, mientras que iDigic ofrece lo mismo por US$ 250. Prometen que en cuestión de segundos después del pago, una cuenta puede pasar de tener 100 seguidores reales a 50.100.

“El concepto de que comprar seguidores está prohibido es una fantasía total. Aunque comprar seguidores viola las reglas de Instagram y sus condiciones de servicio, se puede evitar ser bloqueado al comprar seguidores de alta calidad a un vendedor Decente”, dice la web de Stormlikes, con esa mayúscula. No está prohibido hacerlo, pero lo está en las condiciones de servicio, sería la peculiar conclusión que se puede extraer de esta afirmación.

Comprar tal cantidad de seguidores no quiere decir que se les pague a 50 mil personas para que sigan una cuenta. A grandes rasgos, hay dos maneras de hacerlo. Se le paga a una empresa que tiene unos pocos empleados en un solo lugar operando cientos de celulares con cuentas falsas, para que manualmente empiecen a seguir a aquellos que les pagan. O la empresa puede tener todavía menos empleados y un software que controla cientos de celulares, instalados en un solo lugar, para que actúen a lo largo del día como si fueran operados por humanos independientes (por lo que las redes no los detectan como bots programados solo para una función).

US$ 3 por 100 seguidores es el costo para una cuenta de Instagram, según la lista de precios de los servicios Buzzoid, Stormlikes e iDigic

Para tener una referencia, está el caso de una granja en Bangkok que fue cerrada por la policía tailandesa tras una denuncia en 2018. Allí se incautaron 476 teléfonos y 347 mil tarjetas SIM, que los operadores intercambiaban entre los aparatos para simular tal cantidad de usuarios.

Un tercer modo es el que aplica la empresa Shareyt, de Bangladesh. Cualquiera puede postularse para dar likes, seguir cuentas, reproducir videos o lo que sea y, al mismo tiempo, ser intermediario para conseguir que otras personas hagan lo mismo. Su servicio, entonces, es tercerizado a través de trabajadores en todo el mundo que cobran como mucho US$ 7 u US$ 8 a la semana por hacer decenas de miles de clics.

“Comprar seguidores de Instagram te puede dar el impulso que necesitas para llevar tu negocio al siguiente nivel”, dice la web de iDigic. Y agrega: “Destacará tu negocio como una entidad popular y lo hará visible a los ojos de potenciales clientes y socios de negocios”.

“La mayoría de los individuos no están dispuestos a invertir tiempo en un perfil que tenga poca interacción (es decir, pocos likes, comentarios y seguidores). Pero si ven a muchos otros interactuar con tu perfil, se preguntarán por qué no están haciendo eso mismo”, asegura la portada de Buzzoid.
Stormlikes, Buzzoid e iDigic ofrecen y cotizan otros servicios, como la venta de likes para las publicaciones del cliente (10 mil likes a US$ 70) y de visitas al perfil (50 mil por US$ 75). Las visitas son igualmente importantes, ya que dan la apariencia de que mucha gente fue más allá de ponerle un like y se sintió atraída por ese perfil. El perfil puede ser el de una marca comercial o el de una persona que aspira a convertirse en influencer.

Lo mismo se puede hacer con YouTube, Facebook, Twitter, Soundcloud y Spotify. También es posible comprar calificaciones y descargas para tu app en Google Play y que de ese modo aparezca mejor ubicada en los rankings. En el sitio Getfans, comprar 3.000 suscriptores de YouTube cuesta US$ 244. Comprar 250 mil visualizaciones de tu video cuesta US$ 1.050; pero si se quiere fingir que esas visualizaciones fueron hechas desde Estados Unidos (país cuyos usuarios se cotizan más para Google) el paquete cuesta US$ 2.625.

Veinte mil seguidores en Twitter cuestan US$ 300. Un millón de reproducciones en Spotify cuestan nada más que US$ 2.500 (algo que sería negocio, ya que de acuerdo a un informe de Digital Music News, por esa cantidad de reproducciones la web pagaría US$ 4.370). La misma cantidad de reproducciones artificiales, pero en Soundcloud, cuesta US$ 777.

Weibo

Un baño de realidad

“Todo el tiempo nos llegan propuestas de gente común, de diferentes edades, que quiere ser influencer”, contó Victoria Rodríguez, productora de la agencia uruguaya Liú. “Hay gente común que tiene características de influencer. Yo digo que se nace siéndolo, porque son líderes de opinión que identifican rápidamente cómo comunicarse y cómo manifestar su carisma y relacionarse a través de su imagen y sus palabras con el público”, explicó.

Liú utiliza herramientas para detectar si la persona tiene likes y seguidores comprados y cuánta interacción tiene con sus seguidores. De todas maneras, las granjas de likes utilizan software que maneja celulares de tal manera que simula comportamiento humano. Es decir, se trata de software que instala o desinstala aplicaciones, maneja varias apps al mismo tiempo, va de una red social a otra, interactúa con varias de tal modo que los sistemas no lo detectan como un bot programado específicamente para seguir una cuenta, darle like o reproducir un video.

US$ 70 por 10 mil likes es el precio que ofrecen Stormlikes, Buzzoid e iDigic para una cuenta en una red social

“Si seguís influencers te das cuenta cuando uno tiene seguidores orgánicos y se maneja dentro de una naturalidad, porque ves cuáles son los más fieles que lo siguen”, agregó Rodríguez. “O sea que hay herramientas pero también hay una cuestión intuitiva. Miramos muy bien el ecosistema donde el influencer se mueve y se ve rápidamente cuál es el público que lo sigue. Además, utilizamos los contratos que firman con nosotros y que dice que pierden su trabajo en caso de que no tengan seguidores reales”, apuntó.

Por otra parte, Florencia Braglia, de la agencia de comunicación Alva, aseguró que el punto de partida es tener claro que tener muchos seguidores no asegura que estos tengan valor comercial. “Pueden tener un número elevado, pero muchas veces las cifras no se ajustan al llamado engagement (involucramiento). Cantidad de seguidores no es igual a engagement. Hay que centrarse en esto”, apuntó.

“A veces, los microinfluencers pueden tener un menor número pero de mayor calidad. Y conseguir una persona que tenga seguidores de calidad es clave. Menos es más cuando se trata de seguidores de valor. Tenemos que conocer quiénes son y qué efecto tiene lo que dice el influencer sobre ellos. Pero ¿qué pasa? Ni las agencias ni los anunciantes pueden asegurar si los influencers con los que trabajamos no tienen seguidores bot o comprados. Los grandes, como Facebook, Twitter e Instagram, tampoco pueden. Utilizar influencers es una herramienta más, con sus pros y sus contras. Incluirlos en una estrategia, si están claros los objetivos y se genera contenido específico, es relevante. Utilizar influencers no es necesariamente el camino más corto o eficiente. Y si el único fin en la estrategia es vender, es incompleta”, completó.

Una investigación publicada por el diario británico The Guardian concluía que el 31% de los consumidores online se deciden a comprar después de verificar las calificaciones de una marca, sus likes y sus seguidores. Esto quiere decir que es muy alta la porción de compradores que pueden ser guiados por información falsa para que decidan cómo usar sus tarjetas de crédito.

Polémicas y potenciales

Arii publicó una aclaración sobre el fracaso de su marca de ropas, ilustrándola con dos fotos aparentemente casuales de ella sonriendo a cámara. “Nunca compré seguidores en los cuatro años en que he estado en redes sociales. Cada seguidor fue ganado. Con el tiempo, tus fans se cansan de ser fans. Nunca pensé que tener seguidores significaba que iba a agotar el stock. No necesito la simpatía de nadie y tampoco intento dar lástima para vender más. Compartí mi fracaso porque siempre fui honesta con mis seguidores”, escribió.

El primer comentario a sus palabras vino de alguien que decía trabajar con marcas y posicionamiento en búsquedas de Google. Ese usuario le decía que, según él, era claro que había comprado por lo menos la mitad de sus 2,6 millones de seguidores ya que un promedio de 200 a 300 comentarios por foto es muy bajo para tantos seguidores. Arii le respondió que no los había comprado y que la realidad era que su capacidad de engagement, o involucramiento, había bajado.

US$ 1.500 por 250 mil visualizaciones de un video en YouTube; el precio sube a US$ 2.625 si se quieren hacer pasar por visualizaciones hechas desde EEUU

Entre los más de 2.000 comentarios a esa foto y declaración, hay uno de apoyo de parte de una cuenta llamada Luvin_arii, o Amando a Arii. La cuenta, que tiene 1.087 seguidores, se dedica a publicar videos de edición casera sobre las imágenes de la adolescente. Los demás comentarios se repartían entre quienes le cuestionaban los números y quienes le manifestaban apoyo total.

“Estamos frente a un cambio de paradigma en cuanto a los medios de comunicación y las formas de llegada al consumidor. Las redes y el Instagram son los medios por excelencia y la tendencia es el marketing emocional. Toda la línea atraviesa al influencer como medio de comunicación”, añadió Victoria Rodríguez.

No es difícil extender conclusiones y entender que, con las herramientas de compra y venta de likes, seguidores e interacciones, se pueden buscar otros fines más allá de los comerciales y de la satisfacción del ego de gente común y corriente. Es posible, por ejemplo, hacer fuerza para manipular futuras elecciones y también lavar la imagen de figuras públicas acusadas de algún delito.

Las redes suelen hacer purgas de modo que de pronto las publicaciones pierden likes, seguidores o reproducciones falsas (en 2014, por ejemplo, la cuenta oficial de Instagram borró a 18 millones de sus propios seguidores por tratarse de bots). Sin embargo, los mismos sitios de las granjas de likes ofrecen como servicio una suerte de mantenimiento con el que, cuando una red borra likes y seguidores, se los repone gradualmente de modo de no disparar una alerta de actividad sospechosa. Ese espíritu, pero aparentemente sin trampas, es el que mueve a Arii, según lo que publicó: “Esta fue una lección aprendida y trabajaré más duro sin rendirme”.

 

Influencers sospechosos
Muchas de las publicaciones de Arii, una joven de 18 años de Miami, son solo imágenes de ella con un atuendo o ropa de marca. 
Primero se hizo famosa en la plataforma musical.ly y consiguió 837.000 suscriptores de YouTube, además de 2,6 millones de seguidores en Instagram. Arii no es el único caso. de Johanna Emma Olsson, por ejemplo, transformaba escenarios donde no había estado, concretamente de París, para mejorar su engagement.
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